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18 abril 2022

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El discurso práctico de la fe: ritos y mitos en medio del caos

El discurso práctico de la fe: ritos y mitos en medio del caos

Por: José Antonio Ulloa Cueva*

 

La experiencia de la vida cristiana es muy significativa y particularmente simbólica. En especial, la Iglesia Católica sustenta sus manifestaciones religiosas en la tradición, con la finalidad de sostener la creencia, que no es más que la propia extensión humana de la fe.

 

Relatos que entrelazan mitos y ritos que son apropiados por los fieles, que construyen sus imaginarios colectivos ante la necesidad de redención: perdón, compasión y reinvención; y frente a su búsqueda de respuestas: verdad e identidad.

 

En un interesante ensayo sobre el rito de la misa como práctica significante, el semiólogo y educador hispano-peruano Desiderio Blanco indica que “rito y mito se determinan mutuamente. El rito, con sus prácticas, alimenta el mito; el mito, con su discurso, sustenta la eficacia del rito”. Al respecto, el teólogo alemán Gerd Theissen, en un comentario sobre la obra de Sigmund Freud, menciona que “el rito se constituye en un fin en sí, que se contrapone al caos, que es lo más opuesto al orden. Por eso los ritos sirven para defenderse del caos”.

 

Y es, precisamente, en ese estado de caos que valoramos la existencia de Dios. En el pecado y en la desgracia es que te das cuenta que necesitas de Dios. Cuando te das cuenta que no puedes solo, cuando tú quieres amar a alguien y no te da la vida y tu corazón ya no tiene fuerzas para amar, comprendes que el amor no viene de ti, viene de Dios.

 

La fe permite construir, más allá de una argumentación teológica, un discurso cultural práctico basado no solo en el miedo al desapego, el temor al caos o la justicia divina, sino también en la esperanza, en el amor y en la gracia. Para explicar sobre el “dogma práctico”, Blanco cita al filósofo polaco Ernst Cassirer:

 

“El problema no estriba en el contenido material del mito, sino en la intensidad con que se lo vive y se cree en él como solo se puede creer en algo real y objetivamente existente. (…) El mito se atiene exclusivamente a la presencia de su objeto, a la intensidad con que un determinado instante impresiona a la conciencia y se apodera de ella». (Cassirer, 1998).

 

La devoción cristiana está impregnada de rituales, mitos, discursos y actos revestidos de potentes simbolismos que la han hecho perpetuarse en clave de tradición a lo largo del tiempo y del espacio. La Semana Santa no es la excepción y, a diferencia de otras celebraciones religiosas, constituye uno de los pilares de la construcción de la identidad del cristianismo. Identidad que con el paso del tiempo ha ido desgastándose y ha tenido que aprender a convivir con tradiciones alejadas de toda doctrina.

 

Aspectos históricos y culturales que han hecho de un conjunto de situaciones y acciones un atractivo sistema de signos que han conllevado a una experiencia religiosa muchas veces criticada y adorada, experiencia de dualidades y contraposiciones que han marcado y siguen marcando nuestras vidas.

 

El semiólogo guatemalteco Carlos Velásquez explica que “en términos semióticos, el dualismo cuerpo-alma se manifiesta en una doble moral, que caracteriza la mayoría de pautas de conducta social en el mundo del consumo”.

 

“Aunque se dediquen momentos para la reflexión del alma, se destina una buena cantidad de energía y recursos para el goce del cuerpo. Aunque se pregone el sentimiento cristiano, se termina imponiendo el sentido de alienación hedonista que caracteriza los actos de consumo y evasión. Es algo que va más allá del aspecto religioso y se inserta en el corazón mismo del sistema consumista.”

 

El cómo experimentamos los ritos y los mitos en contextos multiculturales es parte de ese sincretismo religioso que debe ayudarnos a comprender la importancia del respeto y la tolerancia en medio de la convergencia de diversas creencias y formas de (con) vivir.

 

Si bien la Semana Santa -incluso la cuaresma- es un período configurado y muchas veces sustentado por signos que nos refieren al dolor y al sufrimiento, se constituye también en una conmemoración de la esperanza y del perdón, en el que la misericordia, la compasión y el arrepentimiento deben ser expresiones vívidas de amor. Ese amor que muchas veces, en este mundo de dualidades y de caos, parece ser atacado y menospreciado; y, sin embargo, sigue siendo el verdadero motor de nuestra fe.

 

* Director ejecutivo del Centro Latinoamericano de Investigación en Arte y Comunicación (CLIAC)