“De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo” 1ª. Corintios, 12, 12.
El paro terminó el 30 de junio y gracias al diálogo se logró superar una protesta social de 18 días. Recuperamos la paz y esperamos un proceso de reconciliación nacional.
En toda sociedad democrática es normal que haya divergencias y conflictos. El tema es cómo enfrentarlos y resolverlos, y si a los que disienten se les trata como adversarios o enemigos. Con el adversario se puede dialogar para converger en acuerdos; al enemigo, por el contrario, hay que destruirlo, porque nos amenaza.
En unos pocos sectores de la sociedad se construyó un enemigo y resurgió el racismo -que creíamos superado-, contra los indígenas. De igual manera, de la otra parte, se dieron algunas actitudes intransigentes.
Durante el paro salió a flote el ‘lado oscuro’ de la sociedad e impidió que reconozcamos y valoremos las diferencias culturales que nacen de la diversidad del pueblo ecuatoriano. Hay una ruptura social: amplios sectores viven en una situación de pobreza, marginación y exclusión. La falta de medios para una vida digna, ausencia de empleo, crisis de los servicios públicos de salud, educación e inseguridad… son las raíces de las reivindicaciones de las movilizaciones y del ejercicio del derecho a la resistencia. La falta de una respuesta oportuna del gobierno, ante las propuestas de los indígenas, generó el paro y los consecuentes hechos de violencia y muerte, así como graves pérdidas económicas y la degradación de la paz social.
Repetidamente diferentes sectores llamaron al diálogo porque se estaba estrangulando el tejido social, pero en las partes faltaba predisposición y convencimiento de su efectividad. Sin embargo, sabíamos que el diálogo es el único camino y mecanismo para recuperar la paz. De alguna manera los indígenas y el gobierno oyeron ese clamor popular y dejando a un lado sus posiciones se sentaron en una mesa después varios días de confrontación.
Que se hayan sentado a dialogar indígenas y gobierno ya fue un gran paso. Allí se trató de escuchar, entender y comprender las razones y posturas de cada uno, de alguna manera se generó empatía y sobre todo se notó la voluntad firme para establecer acuerdos comunes con base a consensos. Ventajosamente los actores dejaron a un lado la percepción de que era un conflicto entre buenos y malos y que había que resolverlo como una guerra donde hay vencedores y vencidos.
La acción de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, como mediadora, escuchando y evaluando las razones propuestas por las partes, alcanzó consensos con los que elaboró el “Acta de la Paz”, que permitió destrabar el estancamiento. Luego de las últimas observaciones de las organizaciones indígenas y aceptadas por el gobierno, se logró el acuerdo que permitió firmar el documento final y terminar con el paro.
En esa acta se consignaron alternativas y políticas públicas de Estado, que deben ser permanentes para reducir y terminar con los actuales niveles de exclusión y marginación de los sectores más pobres y vulnerables del país. Esto supone un ejercicio de creatividad, innovación y trabajo dedicado del gobierno y las organizaciones indígenas, con la mirada atenta de los mediadores, para que den respuestas, concretas y efectivas, a los retos sociales actuales.
Las mesas técnicas, que funcionarán por 90 días, deben “mantener siempre atentos los oídos, al grito de dolor de los demás y escuchar su llamada de socorro (con) solidaridad” (Mons. Leonidas Proaño), son la clave para hacer realidad el “Acta de la Paz”.
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
carta No. 139– 3 de julio 2022