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¿Dónde está tu hermano?

Por: José Luis Franco*.- Después de que la primera pareja humana –conformada por Adán y Eva- fuera expulsada del Paraíso, la Biblia nos sumerge en la historia de sus dos hijos, Caín y Abel (Gn. 4, 1-26), a partir de la cual contamos con un ejemplo muy claro para entender los orígenes de dos actitudes contrapuestas e intrínsecas al ser humano: la hermandad y el fratricidio. Pues precisamente el centro del relato corresponde a la pregunta angular que dirige Dios a Caín: ¿dónde está tu hermano?

Plantear esta pregunta en tiempos del COVID-19 resulta más que un imperativo ético. Por ello, el objetivo de esta reflexión es analizar cómo se conecta esta cuestión con un país marcado por la pobreza, la exclusión, el racismo; y también, qué acciones debemos asumir como sociedad y/o iglesia frente a esta triste coyuntura. La idea consiste en cómo responder a la crisis desde dónde estamos, desde esa distancia física que hoy nos separa del otro, pero, sobre todo, a partir de aquel reto desafiante que es la distancia subjetiva.

Una historia de violencia

Como bien recordamos en la historia de Caín y Abel, ambos presentan a Dios sus ofrendas. La preferencia hacia Abel desencadena la ira de Caín, que luego lo impulsa a matar a su propio hermano. Así, a pocos capítulos del relato de los orígenes de la humanidad, una historia de violencia se abre paso, y en ese sentido, la muerte de un inocente brinda una explicación a todas las cruentas muertes de la historia. Por consiguiente, estudiar dicha narración desde el Perú, país construido sobre guerras fratricidas y desigualdades, resulta muy congruente, especialmente porque estos tiempos de pandemia nos ha recordado dicha historia de violencia como una gran tara que venimos arrastrando. Nuevamente se ha develado esa relación de exclusión y discriminación, problemas nunca solucionados; lo que sobrellevamos hoy en día, parece entonces un guion conocido: el desprecio a la vida de aquellos que consideramos «insignificantes».

Sociedad en crisis

Ya hablando en términos más técnicos, esta pandemia ha constituido la estocada final a un frágil sistema de salud, al que sólo se le destinaba el 3.5% del PBI anual. Por eso vemos morir personas en la puerta de los hospitales, sencillamente porque no hay una cama UCI o un respirador. Frente a dicha problemática, quisiera enumerar algunas de estas situaciones críticas que han ido emergiendo los últimos dos meses:

– Personal médico contagiado por la falta de equipos de protección.

– Indolencia frente a la muerte de un familiar con COVID-19, sin respetar los protocolos correspondientes.

– Ocultamiento de la cifra exacta de fallecidos.

– Demora en el recojo de cadáveres, abandonándolos durante horas en las calles o en sus viviendas.

– Maltrato hacia los adultos mayores, puestos al final de la cola en recibir la ayuda.

– Aplicación de una estricta cuarentena sin tener en cuenta la pobreza real de muchas familias, para quienes no existe ningún tipo de bono, y que han debido asumir diversas actitudes temerarias (por ejemplo, regresar a pie a sus pueblos de origen).

– Un grave daño que ha supuesto la pandemia a los pueblos indígenas de la Amazonía.

– Aumento de la violencia hacia la mujer durante el largo confinamiento.

En tal sentido y dadas las actuales circunstancias, reelaboremos la pregunta que Dios formula a Caín: ¿dónde estás frente a tu hermano?

Brindar una respuesta

Cuestión incómoda que amerita una respuesta ética y una fe madura, y no una contra-pregunta como hace Caín: ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Más que una pregunta, se denota claramente una huida de la responsabilidad, porque a pesar que nos digan que es necesaria la distancia social, ello no implica una despreocupación social. Por ello, la pregunta de Dios es plantear esa preocupación por el otro. El reto de acercarnos es más difícil ahora que se pide distancia, pero debemos descubrir otras formas creativas y audaces. Hoy debemos ir más allá de la empatía tan anhelada en una sociedad como la nuestra. Se trata de pensar en nosotros, porque dependemos de los unos y los otros para seguir existiendo; es decir, nos necesitamos para superar la crisis.

La pregunta de Dios es, por lo tanto, no solamente una cuestión actual, sino que es hondamente cuestionadora. Y conceptos como solidaridad, empatía y compasión, deben ser recreados bajo este contexto de muerte y angustia, donde los más afectados y quienes pagan principalmente el costo social, son los pobres e «insignificantes» dentro de un sistema construido sobre la base de la injustica.

Finalmente, la crisis y sus efectos marcarán nuestra agenda como iglesia y sociedad los próximos meses. Debemos reforzar las acciones que hoy podemos hacer, toda vez que se convertirán en nuestro aliciente en el mañana. Hoy disponemos de una grandiosa oportunidad para un cambio en la sociedad, por lo que, si volvemos a la «normalidad» de la etapa precedente, nada habremos aprendido de verdad. Esto es precisamente mi preocupación y mi temor: regresar a lo de siempre sin convertirnos, sin procesar duelos y sin asumir desafíos.

La iglesia se encuentra en un momento histórico crucial para reinventarse y forjar una nueva identidad, y por ello se hace acuciante una fe que profundice más allá de lo sacramental, reforzando lo espiritual y poniéndose del lado de las víctimas, como hiciera Dios con Abel.

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* Teólogo del Instituto Bartolomé de Las Casas.

Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.