Por: Fabiola Luna Pineda.- Hace más de un mes que acepté presentar un artículo a esta columna virtual, pero nunca imaginé que esta semana sería tan difícil para el país. El país vive una profunda crisis política. La democracia está amenazada, se pretende controlar las instituciones.
Existe la posibilidad de que este jueves, 21 de diciembre, el Presidente de la República sea vacado aceleradamente, sin el debido proceso, se han realizado acusaciones constitucionales contra el Fiscal de la Nación y cuatro magistrados del Tribunal Constitucional, se intenta controlar el Consejo Nacional de la Magistratura. Toda esta acción desplegada impide la autonomía de las entidades encargadas por la Constitución para hacer valer la justicia y la ley. Y, todo esto ¿por qué? Por la corrupción de la clase política y su imperioso deseo de ser impunes.
El Papa Francisco, próximo a venir, en su Mensaje de Cuaresma nos recuerda que apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10) Y, dice también que es «fuente de envidias, pleitos y recelos». Define al corrupto como un hombre vanidoso porque su personalidad se desarrolla en la apariencia. Y en esta decadencia moral, de la vanidad, llega a la soberbia.
«Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo». Se entiende porqué el Evangelio dice: «Nadie puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. Ustedes no pueden servir a Dios y al dinero». (Mt 6,24).
Para Francisco urge rehabilitar la dignidad de política, a la que opone la «politiquería» teñida de corrupción. Al «Encuentro de católicos con responsabilidades políticas al servicio de los pueblos latinoamericanos», realizado en Bogotá, del 1 al 3 de este diciembre, envía un videomensaje de 20 minutos (www.youtube.com/). De aquí extraigo algunas ideas que nos pueden ayudar a iluminar este momento tan difícil que vive el Perú.
El Papa reclama una mayor incidencia de los laicos católicos con responsabilidades públicas. Afirma que, si bien hay «católicos ejemplares en la escena pública», «hay muchos que se confiesan católicos –y no nos está permitido juzgar sus conciencias, pero sí sus actos–, que muchas veces ponen de manifiesto una escasa coherencia con las convicciones éticas y religiosas propias del magisterio católico. No sabemos lo que pasa en su conciencia, no podemos juzgarla, pero vemos sus actos»,
Francisco ve a la política como el «servicio inestimable de entrega para la consecución del bien común en la sociedad». Desafía a los laicos católicos a que «no se queden indiferentes a la cosa pública, ni replegados dentro de los templos, ni que esperen las directivas y consignas eclesiásticas para luchar por la justicia». Para él, «todo poder que no esté ordenado al servicio se degenera … pero es claro que no hay que oponer servicio a poder –¡nadie quiere un poder impotente! –, pero el poder tiene que estar ordenado al servicio para no degenerarse».
El Papa insistió con los dirigentes políticos, sobre todo, en algunos de los temas sociales, como el desarrollo humano integral que promueve, junto con el crecimiento socioeconómico y cultural, políticas que enfrenten el drama de la pobreza y que apunten a la equidad y a la inclusión. Se pregunta por qué en un continente mayoritariamente católico, los católicos aparezcan más bien irrelevantes en la escena política, incluso asimilados a una lógica mundana.
Dice Francisco que hay que lograr «democracias maduras, participativas, sin las lacras de la corrupción, o de las colonizaciones ideológicas, o las pretensiones autocráticas y las demagogias baratas».
Nos anima a no quemar la esperanza. «Ante tiempos oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes ante el mal, más que nunca necesitamos la esperanza». Nos dice también que «el optimismo defrauda, pero la esperanza no defrauda. Que cualquiera sea el desierto de nuestras vidas, acudamos a la esperanza.
Con la esperanza de que, en esta Navidad, experimentemos que Dios es el único Señor. «¡Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor!» (Sal 32,12)
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Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Compartido por Diario La República, Perú