Guillermo Valera Moreno* (EVARED) -No ha sido difícil, entender para las diversas culturas, que no se basta uno para vivir una vida adecuada. Hoy en día, ni la radio, ni la televisión, ni el internet (o todas las dimensiones virtuales que se van dando a luz con el avance tecnológico, simples o complejas) pueden sustituir completa o cabalmente lo fundamental que significa, para la vida humana, las relaciones interpersonales positivas, la interacción física cercana, la construcción humana a la que se da lugar con el desarrollo de tales relaciones que se inician en todo seno materno.
Para que eso sea posible es necesario que hayan voluntades en juego, las que normalmente (si son deseadas) establecen su aceptación a dar curso inmediato y posterior a la vida de las personas, las mismas que normalmente se tejen en lo que llamamos el espacio de la familia, tan diversa y quizás traída a menos en la actualidad. Sin embargo, podemos convenir que siempre será necesario un ámbito de crecimiento para toda persona, aunque fuera un orfanato.
También es razonable entender que toda familia, nuclear o extensa, completa o disfuncional, propia o adquirida, o la que se puede tejer en ámbitos como los de un albergue o refugio, se ubica en un ámbito social más amplio, amparado por las leyes e instituciones que lo regulan (formales o informales), lo cual permite que haya una interacción mejor entre las personas. Por cierto, la manera de educar a las personas y sus orientaciones permite que se crezca en imaginarios diversos, ya fuera más inclusivo e integrador o dislocado por factores históricos, prejuicios, complejos, desencuentros, intereses económicos o políticos, entre otros.
Lo cierto es que somos necesarios, unos para otros, aunque sea al nivel del círculo más estrecho. Hasta un delincuente como el Chapo Guzmán, narcotraficante mexicano, lo ha vivido así en las diversas facetas de su vida. Lo es también el caso del llamado Estado Islámico y su guerra contra todos, contra quienes no piensen y vivan su modo de religiosidad y de ver el mundo, aparentemente desfasado.
En medio de ello, y de tantos hechos que tensan nuestra vida, uno se pregunta ¿cómo construir un mundo mejor que nos mueva a superar la indiferencia y la vida de burbuja a la que nos vamos induciendo de tan diversas formas? Ya sea por inseguridades, creencias, temores, mejores posibilidades que encontramos (o conseguimos) en la vida. Si la relación con las demás personas, especialmente si son justas e inteligentes, son factor clave en el crecimiento humano, ¿por qué constantemente estamos renunciando a ella y buscando separarnos de los que desconfiamos o nos generan desconfianza, con razón o con argumentos más emotivos?
En ese sentido, me conmueve la lucha tenaz por la justicia y la paz del Papa Francisco, la cual espero vayamos tomando más en serio y ayudando a abrirse paso a todo nivel. Porque nos señala caminos tan necesarios y sencillos que tenemos que saber situar en nuestro propio discernimiento de los signos de los tiempos, sin ánimos sólo coyunturales o inmediatos (como los electorales), buscando una proyección adecuada de nuestras acciones y prioridades, empezando por lo que cada uno tiene que cambiar y plantearse crecer en consecuencia.
Porque ser humano significa vivir situado, reconocer lo que se ha recibido y lo que le corresponde a uno dar, pasando por la inteligencia de convencerse que en el amor y el servicio está buena parte de la clave de una vida que nos puede permitir cambiar en el sentido profundo. Relacionándonos para construir juntos posibilidades para todos. Discernir los pasos que corresponda. ¿Cómo podría ser esto parte de una agenda de debate más creativa y vinculante?
* Sociólogo
Artículo compartido por La periferia es el centro, diario La República, Perú.