José María Rojo*.- Mientras el país entero se debate económicamente en la lucha por la sobrevivencia, en nuestra Amazonía, maquinan negocios sucios, quitando de en medio a todos los que les estorban.
Muy significativo me parece –por lo tanto, muy grave– que un diario nacional, como La República, haya sacado en portada dos días seguidos (15 y 16 de marzo), la denuncia sobre los asesinatos de líderes ambientalistas en la selva.
Mientras el país entero se debate económicamente en la lucha por la sobrevivencia, mientras que todos –especialmente los adultos mayores– tienen sus ojos puestos en las «milagrosas vacunas», otros, en nuestra Amazonía, maquinan negocios sucios, quitando de en medio a todos los que les estorban.
Y, por supuesto, lo hacen como siempre lo han hecho: con premeditación, alevosía y sin dejar huellas de los autores intelectuales –los verdaderos y reales autores–, por si algún fallo pudiera delatarlos.
¿Hablamos de los clásicos sicarios? Pudiera ser. Pero la selva es tan grande y está «tan lejos», que las formas y las posibilidades son muchas y muy variadas para los que tienen todo el tiempo y todas las oportunidades del mundo (en muchos casos también todo el dinero del mundo) para maquinar.
Ojalá fuera –como se sospecha e insinúa– un problema de ambiciosos colonos no indígenas, traficantes de terrenos… Pero ya son siete asesinados así desde el inicio de la pandemia. La última: Estela Casanto Mauricio, en Junín. Los otros también tienen nombre y apellido: Herasmo García y Yenes Ríos (este mismo mes y en Ucayali), y el año pasado Arbildo Meléndez (en Huánuco), Gonzalo Pío (en Junín), Lorenzo Wampa (en Amazonas) y Roberto Pacheco (en Madre de Dios).
Todos ellos lugares donde campean el narcotráfico, los traficantes de terrenos, los extractivistas de madera, petróleo y gas, inescrupulosos mineros, agroindustriales, etc., donde la tala indiscriminada se presta después para otras pingües ganancias, y donde ¡en todos los lugares! la ausencia del Estado peruano es clamorosa. ¿Cómo no decir que es, al menos, cómplice de esas muertes, haciéndose de la vista gorda? Cualquiera lo diría sin mucho temor a equivocarse.
Estamos muy lejos de esa realidad de la Amazonía. Reclamamos urgente que personas conscientes, formadas e informadas, que viven por allá se pronuncien. Porque esa sangre ya hace rato que grita al cielo. Los últimos tiempos –gracias en buena parte a la Iglesia, todo hay que decirlo– se logró que la Amazonía pasara a la Agenda, que dejara de ser la gran desconocida para hacernos sentir la dignidad de sus gentes, la enorme riqueza de sus culturas, la sabiduría ancestral de sus pueblos.
Y el mundo descubrió que nadie como ellos. Los pueblos originarios saben cuidar de ese tesoro de la humanidad que encierran sus bosques, sus ríos, su biodiversidad. Nadie, porque lo han hecho por miles de años.
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* Miembro del Observatorio Socio Eclesial «Signos de los Tiempos»
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya