Por: Fr. Héctor Herrera, o.p.
Isabel Flores de Oliva, hija de Gaspar Flores y de María de Oliva, nace en Lima, capital del Virreinato del Perú, el 30 de Abril de 1586. Es la india Mariana, quien cuidaba de la niña que ve su rostro como una rosa. De allí su madre la llamará Rosa. Y el Santo Arzobispo Toribio de Mogrovejo, la confirmará en Quives como Rosa.
Sus padres buscan un pretendiente y pagar una buena dote, porque la muchacha era hermosa. Pero ella quería consagrar su vida a Dios. Quiere ingresar a un monasterio. La acompaña su hermano Fernando. Pero para su sorpresa, Dios la llama no en el claustro, sino en medio del mundo. Allí en medio de la sociedad está llamada a ser ciudadana del reino de Dios. Rosa, como buena discípula del Maestro Jesús, lo ama y quiere servirlo con alegría. Su oración era contemplar a Dios y cantarle con su mandolina las maravillas que había hecho en la creación. Su canto se unía al cantar de los pájaros: “Pajarillo, ruiseñor, alabemos al Señor: Tú alaba a tu Creador, yo canto a mi Salvador”. Amaba a Dios en la contemplación de la creación. Y al mismo tiempo lo amaba en los pobres, en los más marginados de la sociedad virreinal: pobres, enfermos, indios, niños, as , mujeres, jóvenes excluidos de aquel mundo de los ricos, eran sus preferidos. Para ellos hilaba y tejía con sus manos para procurarles el alimento. Se sometía a grandes penitencias, porque así se unía a la pasión de Cristo por los sufrimientos que padecían los indios en las minas. Había experimentado en Quives ese sufrimiento de la explotación en las minas de los pobres indígenas, Diego de Encinas escribe: “Bajaban hasta cien veces la estatura de un hombre, en galerías totalmente oscuras de aire enrarecido, donde los gases de las minas acarreaban asfixia…y cuando salían de los socavones, en la superficie no hallaban consuelo, ni abrigo, ni alimentos” . Sufría por el dolor y el hambre de los pobres. Por el desprecio a que eran sometidos. No era indiferente ante ninguno de los problemas sociales, sino que los tenía muy presentes en todo ese camino espiritual y al mismo tiempo se comprometía con los excluidos para aliviar sus necesidades, curar sus heridas y tratarlos con amor y respeto. Urgía a los frailes a no quedarse en los libros, sino ver la necesidad de ir a evangelizar, a ser misioneros. Porque el discípulo no se queda encerrado en lo que sabe, sino transmite con alegría la fe a sus hermanos. Se compromete cuando la patria estaba en peligro de los corsarios, motiva a la gente a orar por la paz y la defensa del peligro de la patria.
Rosa de Lima es un ejemplo de sinceridad, honestidad, tolerancia, coherencia de vida evangélica, atenta como el profeta, a percibir la realidad de injusticia, llevarla a la oración y al compromiso como cristiana que ser ciudadanos del reino de Dios es practicar el amor, la justicia, el respeto por la vida, la naturaleza y la defensa del más pobre y oprimido para cambiar la mentalidad y profundizar la fe en el Dios de la vida y el acompañamiento a sus hermanos. Podríamos sintetizar la vida de Rosa de Lima como: mujer de oración y contemplación. Mujer comprometida, sensible y compasiva para con el pobre, en especial indios, negros y pobres, para quienes abogaba con su cercanía y testimonio de vida, respeto por ser hijos de un mismo Padre común. Como mujer fue ejemplo para la sociedad de su tiempo y de nuestro tiempo de valentía, poetisa por sus versos que denotan un gran amor a Cristo, misionera y visionaria de una nueva sociedad inclusiva.