Alabado seas Señor por todas tus criaturas, Y en especial por el querido hermano sol, que alumbra y abre el día, y es bello en su esplendor y lleva por los cielos noticias de su Autor.
San Francisco llamaba a los animales, al fuego, y al agua, hermanos y hermanas, pues todas las criaturas provienen de la misma fuente y, por tanto, en cierto sentido, todos son miembros de una familia.
Esta visión de una creación comunitaria fue capturada poéticamente en su llamado Cántico del Hermano Sol escrito entre el verano de 1226. El coro de alabanza al Creador es el primer poema escrito en italiano y fue considerado por Dante como una de las más grandes obras de la literatura italiana.
Fue proclamado como patrono de la ecología por Juan Pablo II el día 29 de noviembre de 1979: «Entre los santos y los hombres ilustres que han tenido un singular culto por la naturaleza, como magnífico don hecho por Dios a la humanidad, se incluye justamente a San Francisco de Asís. El, en efecto, tuvo en gran aprecio todas las obras del Creador y, con inspiración casi sobrenatural, compuso aquel bellísimo «Cántico de las Criaturas», a través de las cuales, especialmente del hermano sol, la hermana luna y las estrellas, rindió al omnipotente y buen Señor la debida alabanza, gloria, honor y toda bendición». (Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 29 de noviembre del año del Señor 1979, II de nuestro pontificado).
El patrono de la ecología, nació en Asís (Italia), el 4 de octubre en el año 1182. Hijo del comerciante Pedro Bernardote y de Pica, pertenecía a una noble familia de la Provenza. Renunció a los bienes paternos y se entregó de lleno a Dios. Abrazó la pobreza y vivió una vida evangélica, predicando a todos el amor de Dios. Conocido también como el Pobre de Asís por su matrimonio con la Pobreza y su amor a toda la naturaleza.
Y por la hermana agua, preciosa en su candor que es útil, casta, humilde. alabado seas mi Señor. por el hermano fuego que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre. Alabado seas mi Señor.
Santo popular entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. Cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio radical.
San Francisco de Asís, ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto autentico y pleno por la integridad de la creación. Amigo de los pobres, amado de las criaturas de Dios, invito a todos -animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano Sol y a la hermana Luna- a honrar y alabar al Señor.
Y por la hermana luna de blanca luz menor y las estrellas claras que tu poder creó, tan limpias y tan hermosas, tan vivas como son, y brillan en el cielo. Alabado seas mi Señor.
El pobre de Asís nos da testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicar nos mejor a construir la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz entre los pueblos.
Cuando Francisco tenía unos veinte años, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y Asís y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peruginos. La prisión duró un año. Cuando recobró la libertad, cayó gravemente enfermo. Después decidió ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena en el sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto. Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero pobre.
Se cuenta que estas actitudes indignaban a su padre, quien desconcertado por la conducta de su hijo, una vez, le golpeó cuando Francisco tenía veinticinco años. Además de ponerle grillos en los pies, le encerró en una habitación, intentando cambiar a su hijo.
Pero contrariamente solo logró reforzar la actitud de desprendimiento en Francisco quien rechazó a sugerencia e incluso a sus vestidos: «Los vestidos que llevo puestos pertenecen también a mi padre, de suerte que tengo que devolvérselos.» Acto seguido se desnudó y entregó sus vestidos a su padre, diciéndole alegremente: «Hasta ahora tú has sido mi padre en la tierra. Pero en adelante podré decir: Padre nuestro, que estás en los cielos.»‘
Y por la hermana tierra que es toda bendición hermana madre tierra que da en toda ocasión las hierbas y los frutos y flores de color. Y por el aire, las nubes y la calma. Alabado Seas mi Señor.
Su humildad no consistía simplemente en un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que «ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más». El hombre debe servirse del universo para mejorarlo, custodiarlo, transformarlo para la gloria del Creador. San Francisco no despreciaba a ninguna criatura y con menos razón despreciaba al hombre, hecho a «imagen y semejanza de Dios».
En aquella época, las palabras del evangelio: «Id a predicar, diciendo: El Reino de Dios ha llegado.. . Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente . . . No poseáis oro … ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo … He aquí que os envío como corderos en medio de los lobos. . .» (Mat.10 , 7-19), penetraron hasta lo más profundo en el corazón de Francisco y éste, aplicándolas literalmente, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con la pobre túnica ceñida con un cordón. Tal fue el hábito que dio a sus hermanos un año más tarde: la túnica de lana burda de los pastores y campesinos de la región. Vestido en esa forma, empezó a exhortar a la penitencia con tal energía, que sus palabras hendían los corazones de sus oyentes.
Considerándose indigno del sacerdocio, Francisco sólo llegó a recibir el diaconado. En 1210, cuando el grupo contaba ya con doce miembros, Francisco redactó una regla breve e informal que consistía principalmente en los consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Con ella se fueron a Roma a presentarla para aprobación del Sumo Pontífice. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.
En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: «No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio». Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula.
Cántico del Hermano Sol Altísimo, omnipotente y buen Señor: tuyas son la alabanza, la gloria y el honor. Tan solo Tú eres digno de toda bendición. Y nunca es digno el hombre de hacer de Ti mención.
Francisco sentía un profundo respeto y admiración por todo lo que hallaba en la naturaleza: desde un simple escarabajo hasta el astro rey. Especial cuidado y respeto le merecían las cosas más pequeñitas. Jamás mataba a un insecto, ni utilizaba de la naturaleza sin necesidad. Al hacer esto, Francisco no glorificaba a las cosas per se, sino a su Creador.
Alrededor de la Porciúncula, los frailes construyeron varias cabañas primitivas, porque San Francisco no permitía que la orden en general y los conventos en particular, poseyesen bienes temporales. Había hecho de la pobreza el fundamento de su orden y su amor a la pobreza se manifestaba en su manera de vestirse, en los utensilios que empleaba y en cada uno de sus actos.
Los dos últimos años de la vida de Francisco fueron de grandes sufrimientos. Fuertes dolores debido al deterioro de muchos de sus órganos (estómago, hígado y el bazo), consecuencias de la malaria contraida en Egipto.
Murió el 3 de octubre de 1226, después de escuchar la lectura de la Pasión del Señor según San Juan. Francisco había pedido que le sepultasen en el cementerio de los criminales de Colle d’lnferno. En vez de hacerlo así, sus hermanos llevaron al día siguiente el cadáver en solemne procesión a la iglesia de San Jorge, en Asís. Ahí estuvo depositado hasta dos años después de la canonización. En 1230, fue secretamente trasladado a la gran basílica construida por el hermano Elías.
El cadáver desapareció de la vista de los hombres durante seis siglos, hasta que en 1818, tras cincuenta y dos días de búsqueda, fue descubierto bajo el altar mayor, a varios metros de profundidad. El santo no tenía más que cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años al morir.
El legado ecologista de San Francisco consiste en enseñarnos que debemos repensar nuestro lugar en el orden creado, de modo que el bienestar humano está integrado en el bienestar de todas las cosas (medio ambiente). Para él, era vital entender la relación entre la humanidad y toda la creación. La visión franciscana ayuda a ver la vida como un gran regalo. Si podemos ser humildes como él, y entender que el mundo no está en nuestro control, tomaremos nuestro lugar como una parte, y solo una parte, de la gran comunidad de la creación.
Que San Francisco de Asís nos inspire y nos ayude a conservar siempre vivo el sentimiento de la ‘fraternidad’ con todas las cosas- creadas buenas y bellas por Dios Todopoderoso- y nos recuerde el grave deber de respetarlas y custodiarlas. (SS Juan Pablo II; 8 Dic. 1989)
Redacción libre: EVARED