Perú (EVARED) – Su vida fue un testimonio de fidelidad a Jesús y a los más pobres del Perú. Pilar Coll Torrente nunca necesitó ser de gran tamaño para decir lo que pensaba y agigantarse ante las duras circunstancias que la rodearon desde que nació un 30 de enero de 1929 en Huesca, España.
Al estallar la Guerra Civil en España en 1936, perdió a su padre y a 14 miembros de su familia. Así se le arrebató la inocencia a aquella niña que jugaba rodeada de primos en la aldea aragonesa de Huesca.
La experiencia cercana con la violencia forjó su carácter, al tiempo que el cariño familiar de los Coll le enseñó que hay que ser generoso y repartir dicha generosidad sin esperar nada a cambio.
Llegó a Lima en barco, una mañana de 1967, con el título de abogada y tras formar parte del Instituto de Misioneras Seculares (IMS), donde se convirtió en una misionera laica.
Después de trabajar 10 años en Trujillo, vino a Lima, donde desde 1978 dedicó con generosidad a visitar a los encarcelados, al igual que Hubert Lanssiers, sin importar su ideología, proporcionándoles apoyo humano, escuchándoles y procurándoles mejores condiciones de vida. Como profunda creyente, también para darles aliento espiritual siendo una de las animadoras del Equipo Pastoral de Cárceles.
“He vivido en carne propia el sufrimiento, esto de algún modo me marcó, y me marcó para no hacer distingos entre ideologías sino para defender los derechos de toda aquella persona que sufre y cuyos derechos son violados», dijo Coll, intentando explicar lo inexplicable en un país donde las palabras memoria y reconciliación aún son utopías gramaticales.
La guerra interna que vivió Perú y que inició Sendero Luminoso en 1980 no le fue ajena y, al ver el sufrimiento de los más pobres que se encontraban entre la vesania senderista y la respuesta torpe del gobierno y las Fuerzas Armadas, Coll peleó y pataleó para que se forme la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, plataforma desde la que lideró, como su primera Secretaria Ejecutiva, desde 1988 a 1993, una campaña por los desaparecidos y contra la pena de muerte.
Jugó un papel eminente en la Campaña por los Desaparecidos; en la defensa y apoyo del proyecto de ley para restringir los considerados delitos de función (contra la impunidad de los abusos cometidos por las fuerzas del orden).
Participó en la fundación del Centro de Estudios y Acción para la Paz, en el lanzamiento del movimiento cívico Perú, Vida y Paz y en la Campaña contra la Pena de Muerte (1993).
Intervino en representación del Instituto Bartolomé de Las Casas, junto con la Defensoría del Pueblo y el Instituto de Defensa Legal, en una comisión de apoyo a los ciudadanos injustamente encarcelados.
Desde 1993 hasta días antes de su muerte, Pilar Coll visitaba cada semana a las internas del Establecimiento Penitenciario Chorrillos Nº 2, penal que hasta el 2006 fue para internas de máxima seguridad.
Trabajó en el Instituto Bartolomé de Las Casas, IBC, desde 1993 hasta la víspera de su muerte. Era la responsable del Taller de Derechos Humanos y colaboraba con el equipo de Teología.
Pilar trabajó como voluntaria en la CVR, y fue la impulsora de la creación del Movimiento Ciudadano Para Que No Se Repita que, desde la sociedad civil, vigila el cumplimiento de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En el 2007 Pilar Coll fue nombrada por el gobierno para integrar el Consejo Nacional de Reparaciones.
Su muerte congregó a decenas de personas de todas las edades y procedencias y condiciones, víctimas de la violencia y excarcelados a los que ella ayudó, cinco ministros de Estado, el Director del INPE, la alcaldesa de Lima, funcionarios públicos, miembros del Consejo de Reparaciones, sacerdotes, dos obispos, congregaciones religiosas, la comunidad de los derechos humanos, ONGs de inspiración cristiana en un clima de cariño, respeto, dolor y oración.
El momento más entrañable y humano ocurrió cuando, camino al cementerio, el féretro ingresó a la cárcel de Chorrillos donde las internas la despidieron con aplausos y cantos de las internas en medio de sollozos y oraciones. Instantes de una profunda espiritualidad en la que se sentía la viva presencia de Pilar, como cada jueves. Allí estaba Dios en el dolor, la esperanza y la oración de esas mujeres privadas de su libertad pero evangelizadas semana a semana por la fe y el cariño de Pilar.
“No se trata solo de palabras sino de un estilo de vida que, en el caso de Pilar, aparecía con una claridad cristalina y expresaba su fuerte y excepcional personalidad”, desatacó el sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez, amigo de Pilar. Un «compromiso sólido, una solidaridad, que va a las causas de la injusticia, y que no se diluye ante los obstáculos que encuentra en su camino», subrayó Gustavo Gutiérrez.
Pilar recibió a lo largo de su vida las siguientes distinciones: en el año 1992 S.M. el rey Juan Carlos de España le otorga el Lazo de Dama de la Orden de Isabel La Católica; en 1998 recibe el Premio Extraordinario de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú; en el 2000 la Sección Peruana de Amnistía Internacional le otorga un premio; en el 2003 el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social le da el premio ‘María Elena Moyano’ por su destacada labor a favor de la erradicación de la violencia contra las mujeres en el Perú; en el 2004 fue propuesta como candidata al Premio Nobel de la Paz en una candidatura conjunta con mil mujeres de todo el mundo, y en 2008 recibió la Medalla de la Defensoría del Pueblo. El 17 de septiembre de 2012, Susana Villarán, alcaldesa de Lima le otorgó como homenaje Póstumo, la Medalla de la Ciudad.
Biografía, basada en el Suplmento Signos dedicado a Pilar Coll, en homenaje especial del Instituto Bartolomé de las Casas -IBC y el Centro de Estudios y Publicaciones -CEP, septiembre 2012 y en el artículo «Falleció Pilar Coll, recordada Quijote de los derechos humanos» de Paola Ugaz, publicado el 16 de septiembre en La República.