Los que vivimos en la Lima de los años 50 no podemos olvidar que cuando se formó el barrio de San Antonio aparecieron unos religiosos, de muy buena presencia que, decían los entendidos, eran carmelitas. Eran muy diferentes a los carmelitas que hasta entonces conocíamos. No entendíamos mucho cómo podía haber carmelitas americanos. Aún más, decían que eran «calzados». La verdad es que entendíamos poco de lo que se trataba.
Uno de esos carmelitas, de buena presencia, que llegaron en ese entonces, se mostraba muy activo y se mostraba muy interesado, particularmente, por las familias. Como el barrio se estaba formando su inquietud por sus nuevos feligreses venía en un momento muy propicio. Ése era nuestro amigo Albano.
Hacía algunos años que habían llegado los marianistas al colegio Santa María y aparecían también en Lima los Padres de Maryknoll en Santa Rosa de Lince y en Nuestra Señora de Guadalupe, en La Victoria. Fue una época de modernidad en nuestra Iglesia limeña.
Una de las primeras cosas, fuera del trabajo estrictamente parroquial, que realizó nuestro amigo Albano, fue trabajar en el Colegio de los Carmelitas que era uno de los primeros colegios parroquiales de nuestra ciudad. Fue el lugar donde se granjeo el cariño y respeto de los alumnos y de los padres de familia de su propia parroquia. Esos primeros grupos guardan hasta el día de hoy un afecto muy grande ante quien fue su amigo de verdad. Albano era un verdadero vecino que caminaba con su gente, aconsejaba y siempre se mantenía cercano.
Era además un hombre de buen criterio que tenía un cierto «jale» con los chicos: conversaba con ellos, hablaba con sus padres, visitaba sus casas, paseaba por sus barrios como si tuviera un plan muy preciso para construir una parroquia comunidad cristiana.
Con el tiempo fue elegido Superior Mayor para Perú y Chile. Eran las épocas conciliares y el trabajo con los pobres iba tomando una mayor fuerza. En Santiago, en los barrios populares donde se situaban los carmelitas, Albano encontró una fuente de inspiración muy importante. Eran también los tiempos en que los carmelitas habían tomado la Prelatura de Sicuani, que por cierto era otra fuente de inspiración para el trabajo en el Perú, pero también de problemas como la altura, el idioma y, sobre todo, las diferencias culturales.
En 1971, fue nombrado Prelado Nullius ad nutum Sanctae Sedis para la Prelatura de Sicuani. Este mismo nombramiento recibieron Luis Dalle y Francisco d’Alteroche en Ayaviri, y Alberto Koenigsnech y Miguel Briggs en Juli. No eran Obispos, pero tenían todas las responsabilidades de los obispos y podían ser removidos sin mayor trámite. Las poblaciones más pobres de nuestra tierra no eran diócesis con todos los derechos. Sea lo que fuere, estos fueron verdaderos pastores que dieron sus vidas íntegramente por los pobres en los que descubrieron a esucristo presente en sus vidas y en su pobreza.
La fidelidad a estos pueblos fue realmente impresionante. Los acusaron de todo lo que no eran pues se dieron cuenta que estaban organizando a un pueblo y eso lo encontraron peligroso. Organizaron comunidades eclesiales de base para mostar una experiencia comunitaria de Jesús y su Evangelio.
Estudiaron mucho, no sólo la lengua sino también las costumbres y la cosmovisión de sus pueblos en los que vivieron. Junto con ese conocimiento se acrecentó la valoración, el amor y la opción por los pobres. Descubrieron el camino de Jesús y vieron con toda claridad que su lugar estaba entre los excluídos y que debían participar de sus penas y alegrías.
Fueron valientes cuando había que serlo y sus intervenciones y sus cartas pastorales en defensa de la vida han quedado en la mentalidad de os pobres: la Iglesia se acordaba de ellos y tenía por ellos esa opción realmente preferencial a pesar de los problemas que le trajera.
Desde el punto de vista intelectual eran muy serios y honrados por lo que se hicieron asesorar por peritos y técnicos en las ocasiones en que lo necesitaban. Nunca presumieron de doctores por lo que estaban siempre atentos a la voces de la gente de sus pueblos.
Muchos de ellos, no nacidos en el Perú, nos dieron lecciones de peruanidad al interesarse con sus conocimientos por la realidad y las características más importantes de la vida de esos hermanos pobres y excluidos que necesitaban verdaderamente la luz del Evangelio en sus propias vidas y recuperar la vida que indebidamente les habían recortado.
Estas características no fueron reconocidas por los que han tenido el poder fuera y dentro de esas regiones, pero el pueblo sencillo ha visto en esos «gringos» su cariño, su opción evangélica y la conversión que significó hacerse peruanos entre los peruanos más peruanos.
Albano fue uno de esos grandes pastores que hubo en el sur andino que tanto bien le ha hecho al Perú especialmente a nuestra Iglesia que ha captado de verdad lo que es caminar con Jesús, hacia Jesús.
Monseñor Albano Quinn Wilson, después de una larga vida sacerdotal y episcopal dedicada al pueblo peruano, sobre todo al campesinado pobre del altiplano cuzqueño, a sus 85 años y afectado por la tuberculosis, muere el 15 de septiembre del 2010.