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20 noviembre 2011

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Biografía del Beato Santiago Alberione

Biografía del Beato Santiago Alberione

Por José Antonio Varela Vidal.

 

Eugenio, Paulino, «Gigi»…, fueron las primeras huellas que encontramos en nuestra peregrinación a Alba (Cúneo, Italia), adonde llegamos con el fin de conocer los inicios de la obra del Beato Santiago Alberione, allá por el año 1914. Generalmente se tiene la idea de que los lugares, por decir, «santos», son los que más emocionan, y no deja de ser cierto. Pero encontrar religiosos que viven en la Casa Madre de los paulinos y que han recibido la formación directa del beato Alberione o de su primer discípulo, el beato Timoteo Giaccardo, ha sido algo realmente conmovedor.

 

¿Qué huella ha marcado a estos tres religiosos, cuyas edades fluctúan entre los 80 y los 90 años? ¿Tiene alguna relevancia haber sido acompañado por formadores santos? ¿Es este el secreto místico por el que se levantan cada día a trabajar, aún con mayor entusiasmo que muchos de nosotros?

 

Primeros pasos pro Ecclesia et Pontifice

 

Con el hermano Paulino al volante, a no menos de 80 kilómetros por hora, nos fuimos a conocer la casa donde nació Alberione, enclavada en un paisaje piamontés realmente hermoso, llamado San Lorenzo di Fossano. El lugar ha sido rescatado y acondicionado por los paulinos y hoy es una Casa de Oración, en la que se puede apreciar la habitación original donde nació y dio sus primeros pasos el pequeño Santiago, aún en medio de la estrechez que 30 metros cuadrados pueden ofrecer a una familia de papá, mamá y 6 hermanos.

 

Quizás por eso al beato Alberione le inspiraba la poquedad de Belén para iniciar las obras que emprendía, aun sin contar con todos los recursos necesarios ni la aprobación de sus contemporáneos quienes, inquietos por la forma en que solicitaba y gestionaba dinero, le advertían que el dinero era «el estiércol del diablo».

 

Pero este hombre firme, verdadero dirigente y constructor, sabía responder muy bien a todo y acallar voces desalentadoras y críticas, recordándoles que «podrá ser verdad que el dinero es el estiércol del diablo, pero ¡qué bien abona las obras de Dios!».

 

Este estilo (ejecutivo y asertivo, diríamos hoy), lo llevaba a ofrecer al mundo y a la Iglesia fundaciones impensables, obras colosales e industrias exitosas que son y han sido admiración de empresarios, políticos y Pontífices. De esto último se sabe porque al mismo papa Pablo VI, desde que era Arzobispo de Milán, le gustaba visitar las imprentas de los paulinos y se daba tiempo para bendecir las nuevas máquinas y conocer los megaproyectos.

 

No es extraño entonces que, siendo Papa, le confiriese al P. Alberione la cruz «Pro Ecclesia et Pontifice» por sus servicios prestados a la Iglesia, y que se expresara con palabras que sólo pueden venir de un testigo a otro testigo: «Nuestro padre Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para dar vigor y amplitud a su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con los medios modernos».

 

Diversos encuentros y visitas se sucedieron hasta aquel día que lo visitó -40 años atrás-, en su lecho de muerte, junto al cual se arrodilló para rezar y confortarlo con su bendición; comentan los presentes que a Pablo VI le llamó la atención «la austeridad trapense» en la que vivía Alberione. Una hora después de la visita del Pontífice, aquel 26 de noviembre, dejaría este mundo el «Apóstol de la comunicación social».

 

Al respecto, algunos se preguntan si a un Beato se le podría declarar Patrono, porque de darse el caso, en una reciente encuesta lanzada en Europa para identificar al posible patrono de Internet, Alberione ya sacó ventaja…

 

Se debe recordar también que el papa Juan XXIII lo invitó como Superior general al concilio Vaticano II, a cuyas sesiones participó rigurosamente, sin faltar a ninguna, con el fin de escuchar y rezar. Cuando se hizo público el primer documento conciliar, el decreto «Inter Mirifica», dedicado a las comunicaciones sociales, el beato Alberione aseguró a sus discípulos que con este documento él veía la confirmación de Dios sobre todo lo que ellos venían realizando.

 

Era quizás el impulso que le faltaba para «ir más allá», siendo así que la Familia Paulina tuvo un desarrollo impresionante, que la ha llevado a establecer cerca de 530 comunidades en cerca de 70 países, a través de sus 5 congregaciones (una masculina y cuatro femeninas), a las que se añaden los 4 institutos de vida secular consagrada, y la Asociación de Cooperadores Paulinos.

 

Al beato Juan Pablo II, la Familia Paulina le tiene una especial gratitud por haber reconocido sus virtudes heroicas y haberlo llevado a los altares. Y con Benedicto XVI tienen una antigua relación, dado que el entonces Cardenal Ratzinger gustaba de visitarlos y pasar días con ellos en la comunidad de Milán. ¿Podría ser que durante su pontificado y ante el Centenario de la fundación, fuera declarado ya como Santo? ¿Y podría ser que el Papa teólogo reconociera el aporte de Alberione a la naciente Teología de la Comunicación y dispusiera un amplio estudio de sus innumerables y proféticos escritos, para declararlo también Doctor de la Iglesia?

 

La caridad de la Verdad

 

Pero había algo más que movía al P. Alberione a realizar sus obras y que se entiende muy bien cuando el «guardián» de la Casa Alberione, el padre Luigi Valtorta, lo dice a toda sonrisa al lado de la estatua que recibe a los visitantes y que tiene casi su tamaño… «Aquí está el secreto del Fundador» y señala la Biblia que le han esculpido entre las manos, recordándonos la famosa frase alberioniana: «Hacer la Caridad de la Verdad». Hoy, pasados casi 100 años de tal inspiración, debemos cuidar con más esmero esa Verdad, y es oportuno reconocer con el periodista italiano Umberto Tarsitano que: «La Verdad no basta con decirla, hay que protegerla con argumentos, con pruebas, hacerla llegar intacta y comprensible al público porque esto es su derecho. Hacer llegar la Verdad significa también hacerla entender.»

 

El hermano Paulino no quiso regresar sin darnos una vuelta por el Santuario de la Madonna dei Fiori, en Bra, especialmente porque allí mamá Teresa consagró a su pequeño Santiago a poco de nacer, y allí regresaba el Beato a renovar sus promesas, habiéndole regalado a la Virgen la producción de su primer libro que hablaba de ella misma. Fue así como, bajo el manto de la Virgen, nació un gran apostolado, que en sus primeros años estuvo centrado en los medios impresos. Es que Alberione lo tenía clarísimo: «Hay que contraponer libro a libro, iniciativa a iniciativa…», por lo que no le faltaron argumentos para escribir; y no sólo a él, sino a sus religiosos, quienes tenían el deber de escribir al menos un libro en su vida, práctica que hoy no se sigue.

 

Nos contó don Luigi, y eso es bueno destacarlo y valorarlo, que a Alberione se le reconoce como escritor. Por eso, con ocasión de su Beatificación, los paulinos le entregaron como reliquia oficial al Papa, un dedo de su mano, signo perpetuo de quien, como san Pablo, descubrió que con la escritura y la comunicación, se cumplía fielmente el mandato evangélico de llevar la Buena Nueva hasta los confines del mundo. Alberione lo adaptó luego para inspiración general: «Llevar la Palabra de Dios a los hombres de hoy con los medios de hoy».

 

Una huella de por sí indeleble en la Familia Paulina la conocimos mejor a través del padre Eugenio, nonagenario escritor de la biografía mejor documentada del Beato Timoteo Giaccardo, quien fue el primer sacerdote paulino en seguir a Alberione y a quien el Fundador calificó como un hombre «obedientísimo, fidelísimo y humildísimo». Se dice que el Fundador bromeaba acerca de que confiaba más en su discípulo, que en sí mismo…

 

Son recuerdos del mismo don Eugenio, quien a veces de memoria y otras leyendo sin necesidad de anteojos, habla con emoción y nos cuenta escenas del maestro Timoteo, que fue no sólo su formador, sino aquel hombre que lo hizo enamorarse de Jesús, del apostolado y de la oración, «y bastaba verlo cada día y edificarse, pues era el último que se iba a dormir y el primero en llegar a la capilla». De Giaccardo se conoce menos, murió joven, pero tuvo un protagonismo gravitante en el desarrollo de las obras y congregaciones paulinas, además de haber ejercido el periodismo con lucidez y valentía, algo que en la época del Fascismo italiano le costó amenazas y castigos. Fue muy sugerente estar en la misma Piazza Savona, donde al beato lo pararon y lo abofetearon por sus valientes editoriales en la Gaceta d’Alba, que además siguió publicando.

 

Una vida, una huella

 

En este feliz recorrido, recomendado a todos los alberionianos, uno puede visitar la Catedral de Alba, donde el joven seminarista Alberione sintió el llamado divino «a hacer algo por los hombres y mujeres de su tiempo», lógica que le cuadró todas las piezas cuando años más tarde, mientras predicaba en el también visitado santuario de la Madonna della Moretta, el mismo Obispo de Alba lo oyó defender la «obra de la buena prensa» y de inmediato le encargó el semanario diocesano, señal que él esperaba para impulsar su apostolado. Hoy los paulinos siguen publicándolo, con un tiraje semanal de 35,000 ejemplares, y que bien puede leerse en un café de Alba, ofrecido entre los más importantes diarios de la ciudad y del país.

 

Y dentro del recorrido, uno se conmueve al conocer los templos dedicados a San Pablo y al Divino Maestro, diseñados y orientados por el propio Alberione, mediante los cuales quiso ensalzar la espiritualidad paulina que se centra en Cristo Maestro, Camino Verdad y Vida y en el Apóstol de los Gentiles, confiándole a este último a todos los periodistas que visiten esta Iglesia ubicada en la Piazza San Paolo.

 

Finalmente, no quisimos dejar de conversar con aquel religioso que nos sonreía siempre, sea en el comedor, en los pasillos o en el Templo, a pesar del bastón o el carrito que lo moviliza por toda la estructura. «Soy el hermano Gigi –se ríe-, así me conocen todos, y estuve en la obra que tenemos en el Congo por más de 30 años». Ahora está discapacitado, con cuatro operaciones en la pierna por un accidente automovilístico, pero yendo de aquí para allá con gozo. Digamos que hace lo que le enseñaron aquellos formadores, que fue uno de los pensamientos más lúcidos que el Fundador de los paulinos recogió de San Pablo: «Todos deben vivir de su trabajo».

 

Damos gracias al padre Superior de la Casa Madre de Alba y a todos los que nos permitieron ver directamente las huellas materiales dejadas por el Beato Alberione, pero sobre todo damos gracias a Dios por aquellas huellas «de la primera hora», como lo son Paulino, Eugenio, «Gigi» y otros más. Así nosotros, con tanto en qué pensar, regresamos por la calle Beato Alberione hacia la antigua estación del tren, de donde partieron muchos paulinos y paulinas a iniciar fundaciones en todo el mundo, con la indicación de que «el verdadero amor al prójimo está en las obras», según el pensamiento de su «Primer Maestro».