(EVARED) – La catequesis enseña que algunos cristianos lograron lo imposible: vivir según la voluntad de Dios. Tuvieron una vida coherente, practicaron virtudes heroicas, dieron testimonio del Evangelio como discípulos ejemplares de Jesús. Son llamados santos.
Con el tiempo descubrí que no es oro todo lo que reluce. Hay innumerables santos anónimos que nunca serán canonizados y hay santos que han sido promovidos a la gloria de los altares y sin embargo tuvieron actitudes nada consecuentes con los valores evangélicos.
Aparte de que los procesos de canonización cuestan mucho y son inaccesibles para quienes vivieron para los pobres, como el P. Cicero, dom Helder Camara, dom Luciano Mendes de Almeida, Mons. Romero, por citar solamente algunos clérigos.
El día 25 de marzo perdimos a un santo real, inobjetable, de quien tuve la gracia de ser amigo: el padre Renzo Rossi, italiano de Florencia, jesuita como el papa Francisco. El sábado 23 iba a ir a visitarlo en el hospital, pero la universidad de Florencia canceló mi conferencia, por lo que ya no pude abrazar al amigo de 87 años que padecía de cáncer en el páncreas.
Renzo se movía con una alegría impresionante. Parecía estar dotado de mil baterías. De apariencia jovial, nunca lo vi triste ni ceñudo. Hablaba alto, tenía la costumbre de tocar a sus interlocutores y tratarlos con irreverencia. Pareciera que nada lo abatía ni lo entristecía.
En 1965 llegó al Brasil para integrar la misión jesuita de Salvador. Un año después del golpe militar. Actuaba entre los pobres aunque sin mezclarlo con la militancia en la lucha contra la dictadura.
En 1969 varios frailes dominicos fuimos encarcelados acusados de subversión. Siete frailes en total. Uno de ellos, Giorgio Callegari, era italiano de Venecia. Al año siguiente, al regresar a su país de vacaciones, Renzo visitó a la madre de Giorgio y ella le pidió que, a su regreso al Brasil, fuera a visitarlo en Sao Paulo. Y el padre Renzo llegó al presidio Tiradentes, donde nos encontrábamos presos en compañía de casi 200 compañeros (Dilma Rousseff estaba también, en el ala de las mujeres). Fray Tito de Alencar Lima había sido llevado de nuevo a la tortura en febrero de 1970, y Renzo quedó impresionado al verlo. Y decidió que en adelante su misión sería apoyar a las víctimas de la dictadura.
Durante seis años Renzo visitó 14 cárceles brasileñas donde había prisioneros políticos. Como él no tenía ningún vínculo con la política y aparentaba ser un cristiano carente de ideología, no levantó sospechas.
Pero Renzo no era ‘neutro’. Estaba allí para servir a las víctimas, no a los verdugos. Hasta el punto de que, con motivo de una huelga de hambre nacional, cuando todas las comunicaciones entre las cárceles estaban interrumpidas, la represión cometió la equivocación de permitir que aquel sacerdote nada sospechoso visitara a los huelguistas. Quizás pensaron que sus consejos podrían hacer desistir a los prisioneros del ‘gesto suicida’. No sabía la dictadura que Renzo servía de paloma mensajera entre las cárceles, pasando informaciones y aliento.
En Salvador cayó preso un joven de 18 años, Teodomiro Romero dos Santos. Cuando fue introducido en el vehículo de la policía sacó su revólver e hirió a tres agentes, matando a un cuarto, un sargento de Aeronáutica. Renzo pasó a visitarle. En 1971 Teodomiro fue condenado a la pena de muerte, conmutada posteriormente por prisión perpetua. Entretanto llegó la amnistía y el joven señalado para morir no fue incluido en ella.
Renzo, al igual que todos nosotros, temía por la vida de Teodomiro, aislado en una cárcel y blanco del odio de la dictadura que se iba desmoronando poco a poco. Se hacía necesario liberar a Teodomiro. Pero eso implicaba sobornar a los policías y a los carceleros. Renzo viajó a Europa a conseguir recursos. Y consiguió liberar a Teodomiro de la cárcel y del Brasil, según el relato detallado en el inestimable libro de Emiliano José, «Las alas invisibles del padre Renzo», que pronto saldrá convertido en película.
Se nos fue Renzo. Pero queda su ejemplo. Ejemplo de algo que constituye la esencia de nuestra condición humana y, sin embargo, nada fácil de ser practicado: la solidaridad. Jesús enseñó que eso, que es tan humano, es también divino a los ojos de Dios. Y cuando se traduce en arriesgar la propia vida para salvar otras vidas se llama amor.
Escrito por Frei Betto, autor de «Diario de Fernando. En las cárceles de la dictadura militar brasileña», entre otros libros.
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