Por: Guillermo Siles Paz, OMI*.- Hace unos días estuve con Felisa, una mujer de 63 años de vida. Ella me dijo que hace tres años le descubrieron un cáncer de colon, desde ese momento ella viven en medio de operaciones, quimioterapias y todos los vejámenes y exigencias médicas, que les llevan a combatir el cáncer. También hace unos semanas una amiga me escribe y me cuenta que su hermana esta diagnosticada de cáncer en el hígado, y que lamentablemente está en un situación muy avanzada. Lo mismo me pasó con otra amiga de mi comunidad parroquial, me cuenta que su hija de 34 años de edad, está con cáncer. Lo habían detectado en la mama y luego lo encontraron en el brazo y que ahora estaba en el estómago. También el esposo de una amiga le diagnosticaron cáncer en el estómago y ahora está en medio de todos los tratamientos fuera del país y luchando cada día. Pero como para poner el tema en familia, hace un mes me comunican que una de mis sobrinas, también la detectaron cáncer de mama, tuvo que ser intervenida quirúrgicamente y ahora está con quimioterapia. Cada caso es único, pero todos te traen una tristeza y dolor en la persona y también en toda la familia.
Podría seguir enumerando y nombrando las experiencias que tengo con personas que tienen cáncer. Yo me preguntaba que pasó, dónde está la causa, dónde está el error. Pero siempre hay un vacío con la respuesta. Es más, muchas de estas personas, están muy ligadas a Dios, viven muy religiosamente. Ellas se preguntan también, porqué a mí, qué pasó, qué hice para merecer esta enfermedad. Lo cierto es algo que les denigra la misma humanidad.
En tiempos de Jesús se decía que las enfermedades eran castigo de Dios, y que los males estaban como herencia de un pecado realizado por alguien de la familia. Pero con el tiempo entendimos que no era así, sino que en ese tiempo, no tenían la medicina desarrollada como hoy. Hoy a través de muchos estudios, tenemos algunas certezas, nos dan la posibilidad de resolverlos y prolongar la vida. Como diríamos, gracias a Dios, en algunos surte efectos fácilmente, pero en otros tienen dificultades, por varios factores, o por que el proceso ya está muy avanzado.
Dejarse interpelar por esta realidad hoy es muy duro y sobre todo acompañar a las personas y familiares. En estas experiencias, uno cada día va aprendiendo y comprendiendo la gran vulnerabilidad que tenemos los seres humanos. Al parecer tenemos una gran fortaleza, que por un lado podemos conquistar muchas cosas, porque pensamos que no hay obstáculos, que es posible llegar donde sea. Sin embargo hay momentos en que tenemos que aceptar, con mucha humildad, el cierre de caminos, la soledad en medio del dolor y no ver la luz al final del túnel.
Muchos en medio del dolor, tratan de explicarse, cuestionan su vida, se amargan en Dios, tratan de negar inclusive a Dios, porque sienten que no les escucha, porque no les alivia los dolores. Sin embargo cuando escudriñamos todos los procesos médicos y de acompañamientos realizados, Dios siempre ha estado, nunca no nos abandonado. Al contrario ha generado en medios de los seres queridos, procesos de interacción, unidad, comunicación e inclusive, el perdón entre los hermanos.
Comprender que muchos males son productos indescifrables y no explicables, pero lo cierto que nos bajonean, nos humillan, nos dejan sin defensas. Toda la enfermedad nos puede mantener en una constante depresión y declinamiento progresivo. Por eso fácilmente somos presa de dejarnos morir, ya en vida.
En estos momentos uno descubre que el ser humano, vuelve su mirada sobre si, busca lo trascendente, trata de dialogar con Dios y con insistencia busca algunas salidas. Aquí nos toca ayudar a estas personas para aceptar, con mucha humildad, esta realidad. Tal vez nos toca mirar el sentido de su vida, pero en retrospección, mirando lo que hizo, lo que tuvo, los momentos felices, las miradas consoladoras de la misma vida. Nos toca por otro lado también, hacerles sentir la ternura de Dios. Aunque estamos pasando esta prueba, también ahí está Dios, acompañándonos y uniéndose a las fuerzas de la vida.
Pero siento que lo fundamental en este momento es unirse a la fortaleza, a la lucha por la vida, a la mirada positiva. La voluntad de Dios no la podemos cambiar, pero si la podemos entender. No la podemos cuestionar, pero si podemos asimilar. Porque si de Dios nos viene lo bueno, lo agradable, lo maravilloso, porque no entender la prueba en la misma dimensión.
Algunos saldrán exitosos y fortalecidos, la misma familia unida, y eso será el gozo de nuestra fe. Tal vez otros fueron derrotados por el mal, pero comprendieron que si valió la pena vivir y saberse amado de Dios.
Mientras tanto nosotros debemos de asumir algo que ya se ha descubierto, asumir un estilo de vida diferente, cambiar nuestros hábitos alimenticios y hacer mucho ejercicio, todo ello nos ayudará a prevenir estos males. Al final es cierto, Dios hace su trabajo, él tiene nuestra vida en sus manos. Pero nosotros, con nuestro estilo de vida saludable, ponemos nuestras voluntades para enfrentar éste y otros males.//
* Misionero Oblato y comunicador