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Aislamiento social: aprender de los pueblos originarios en medio de la pandemia

Por: Jorge Gutiérrez Martínez*.- Inicio este artículo con una interrogante: ¿Se ha pensado en las poblaciones vulnerables y pueblos originarios cuando se declaró aislamiento social obligatorio?

En todo el Perú, hace más de 60 días nos encontramos en confinamiento con la intención de frenar el avance del contagio del COVID 19. Las grandes urbes, así como las distintas provincias y distritos de nuestro país lo vienen cumpliendo a medias por múltiples factores. Incluso, las calles lucen atiborradas, a comparación de las primeras semanas, cuando recién se impuso el estado de emergencia.

En el interior del país, específicamente en las comunidades indígenas de la cuenca del río Tigre, en la provincia de Loreto – Nauta, han tomado esta medida como una oportunidad para aprender sobre el cuidado y preservación de su cultura misma. Si bien ellos conservan un respeto único por su gente, por el medio ambiente y tienen costumbres tradicionales que practican diariamente, como la Minga, el trabajo comunal, el deporte o el concho, ahora han tenido que adaptar su estilo de vida a la nueva idea de un aislamiento social para cuidar a su población.

Y es que, en la coyuntura actual, el aislamiento comunal es una nueva forma de proteger al pueblo, al hermano, una estrategia de las comunidades indígenas que, sin tener mayor información sobre el COVID-19, busca solo cuidar y proteger a todas y todos los miembros de la comunidad ante una situación riesgosa. Por eso, para ellos, aislarse también significa no dejar ingresar a ninguna persona que no pertenezca a su comunidad, y tampoco dejar salir a nadie para evitar cualquier contacto con el «hombre blanco que trae la enfermedad». A esto, le sumamos autoridades organizadas que patrullan día y noche para vigilar su territorio.

Por un lado, para los pueblos originarios, las fortalezas del aislamiento comunal se rigen a través del respeto a los acuerdos comunales y, por ende, a la seguridad que sus autoridades les brindan. Es decir, si no hay presencia del «hombre blanco– mestizo», el COVID-19 nunca llegará a ellos. De ahí, que se haya activado su sistema de seguridad conocido como los «varayoc», quienes se encargan de hacer cumplir a los niños, mujeres, ancianos, jóvenes y toda la población en general el acuerdo de aislamiento comunal.

De otro lado, uno de los puntos débiles de esta nueva práctica impuesta por el gobierno es la escasa información adecuada interculturalmente, como la falta de mensajes traducidos en la lengua originaria de estas comunidades. Sin embargo, a pesar de esta limitación, el tan solo hecho de saber que sus hermanos están en peligro, los acuerdos comunales se activan, y se prohíben temporalmente algunos, como ha ocurrido con una costumbre ancestral bastante conocida: la elaboración del masato.

Es importante conocer las prácticas comunales de estos territorios, especialmente de aquellos que siempre han permanecido en las periferias, y buscar articularlas con las acciones de vigilancia que se realiza en el país. Por ello, es necesario comprenderlas y fortalecerlas con información y recursos adecuados para garantizar su éxito.

En las comunidades indígenas de El Tigre, nuestros hermanos luchan, se cuidan unos a otros, sin egoísmos, solo considerando que son una comunidad unida, en tiempos en los que cada día se ven disminuidas las costumbres ancestrales de los pueblos originarios por el apabullante mestizaje. Sin embargo, hoy nos dan una lección de amor al hermano, al protegerse y haciendo respetar su ley interna.

¿Por qué el mestizo, el hombre de las zonas urbanas y de las grandes ciudades no comprende el valor de protegerse y proteger al hermano y estas comunidades? Aún quedan muchas preguntas, también muchas cosas por aprender, pero de ejemplo tendremos a nuestros hermanos olvidados de las zonas más alejadas e inhóspitas de nuestro Perú profundo. Lo dejo a la reflexión.

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* Docente de Loreto y miembro del Observatorio Socio Eclesial «Signos de los Tiempos»

Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.