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Agua potable en Iquitos: la colonialidad que no cesa

Manolo Berjón y Miguel Ángel Cadenas*.- La Sra. Graciela Tejada vivía en el bajo Amazonas, pero decidió venir a Iquitos para que sus hijos «tengan más oportunidades». En el horizonte aparece el brillo de la ciudad, la posibilidad de una mejor educación y mayor atención en salud. Sin embargo, la ciudad les recibió con indiferencia. No hay planes de ordenamiento urbano y cada familia debe buscar dónde habitar. Eligieron vivir cerca del puerto fluvial de Masusa, un lugar con una alta densidad de población, sin áreas verdes y con escasos espacios comunes. Las cercanías a los puertos son «lugares buenos para vivir» porque hay movimiento económico, generando escasos ingresos, pero diarios.

Construyó su casa, al igual que cientos de familias, en un asentamiento multiétnico cercano a Masusa, atravesado por un caño a cielo abierto. En él discurren las aguas residuales de esa parte de la ciudad. Pero no es cualquier caño, es un verdadero desagüe: literalmente se pueden encontrar excrementos humanos, tripas y otras vísceras provenientes del camal municipal, ocasionales vertimientos de aguas con Hidrocarburos Totales de Petróleo (TPH) provenientes de la refinería de Petroperú en Iquitos, y el desagüe del Hospital de EsSalud. No se privan de nada.

Después de innumerables solicitudes a las autoridades, que no fueron respondidas, la Sra. Graciela, y otros dirigentes, interpusieron una demanda constitucional con el apoyo de abogados del Vicariato Apostólico de Iquitos e IDL, solicitando servicios tan básicos como la recogida de basura, agua y desagüe, entre otros. Pese a vivir en medio del Amazonas, miles de familias en Iquitos carecen de agua potable. El 2 de febrero de 2019, un juez sentenció a favor de la población, e insta a las autoridades competentes a brindarles estos servicios. Este logro también supone una buena noticia para otros lugares del país. Pero el juez se inhibe de los residuos del camal municipal, del hospital de EsSalud y los TPH de la refinería.

La población conoce la sentencia y está alegre. Ya se perciben impactos positivos. Pese al recelo de algunos, se nota también cierto orgullo en la conquista que redunda en mayor satisfacción. Personas que han escuchado insistentemente que no se puede hacer nada, comprueban que pueden conseguir algunas metas. Es una inyección de autoestima, un ingrediente fundamental en la consecución de derechos.

No todo es perfecto. La implementación de la sentencia será una ardua tarea. El asentamiento humano está ubicado en una zona inundable. Y las normas estatales prohíben la inversión en estas zonas. Ahora bien, acá nos encontramos con un problema de colonialidad. La élite que gobierna, apoyada por las universidades occidentalizadas, consideran que no se puede invertir en zonas anegables, esto se refleja en las leyes.

Sin embargo, en la selva baja muchos pueblos indígenas habitan en estas zonas, y lo han hecho por miles de años. Un ejemplo: en 1888 existía una calle, en la zona más baja de Belén, en Iquitos, denominada Omaguas. Los Omaguas son un pueblo indígena de origen tupí-guaraní que habita en zonas inundables. Podían haber elegido alguna altura, pero no quisieron porque su pauta de asentamiento milenaria les lleva a elegir la cercanía del agua. Hoy en día muchas familias habitan en terrenos inundables por tres motivos básicos: están cerca de los centros de movimiento económico (el puerto de Masusa); los Municipios no adecúan terrenos en otros lugares cercanos a los centros de trabajo; siempre han vivido en estos espacios.

En otras palabras, el pensamiento occidental decide, a través de todo un entramado de poder-saber, que no invierte en zonas inundables, sin percibir que es una proyección occidental sobre el espacio. Miles de familias son abandonadas a su suerte, sin servicios básicos y son culpabilizados de su propia situación. De esta manera el poder-saber occidental decide dónde y a quién apoyar y desatienden a estas poblaciones, fortaleciendo una potente discriminación. Así tenemos sociedades polarizadas y con niveles de desigualdad disparados, debilitando de este modo el lazo social. Es urgente un discernimiento en torno a las zonas anegables. No todo es posible, pero determinados niveles de inundación pudieran ser adecuados para edificar y recibir los servicios básicos, como indica la sentencia judicial.

* Misioneros Agustinos, en Iquitos, amazonía peruana.

Redacción:
La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya