Todo esto llevó a pérdidas significantes como puestos de trabajo o el distanciamiento de familiares y amigos, entre muchos otros. Sabemos que todas estas medidas eran (y son) para poder «cuidarnos». Es evidente que, durante este periodo, la medicina y preocupaciones por la salud física han sido y son prioridad. Sin embargo, no es novedad que la salud mental no haya sido prioridad, a pesar de los cambios drásticos que como sujetos estamos atravesando.
Y es que el contexto actual de preocupación e incertidumbre genera un impacto en la salud mental de la población. Muchas personas experimentan ansiedad y depresión como consecuencia del temor a infectarse con el virus; el aburrimiento al estar encerrados en casa; las pérdidas financieras y también las pérdidas humanas de seres queridos; así como el estigma de haber sido pacientes covid.
Debemos ser conscientes de estas situaciones, ya que pueden afectar con mayor intensidad a algunas personas más que a otras. Las personas como los adultos mayores, niños o personas con enfermedades crónicas o problemas de salud mental son parte de la población vulnerable, pero no debemos olvidar al personal de salud que día a día sigue sirviendo a quienes más lo necesitan.
Es importante que estas personas, y todas en general, puedan tener algún tipo de acompañamiento psicológico. Esto vislumbra dos retos grandes como país. Primero, la poca preocupación e inversión en salud mental por parte del Gobierno, ya que en la actualidad solo se cuenta con 3 centros especializados en salud mental: hospital Noguchi, el Valdizán y el Larco Herrera. Es cierto, que hay un avance desde el MINSA con la implementación de los «Centros de Salud Mental Comunitarios», sin embargo, aún no es suficiente.
Por otro lado, desde la práctica privada hay algunas iniciativas, pero estas no llegan a ser accesibles para todos, ya sea por falta de conocimiento o por los costos elevados. En segundo lugar, tenemos el reto que significa el estigma social que por años se les da a las personas que buscan acompañamiento psicológico tachándolas de «locos».
Desde nuestra cotidianidad podemos contribuir con el descenso del estigma social mencionado y promover la normalización del acompañamiento psicológico y/o psiquiátrico. Optemos por dejar a un lado la visión individualista de la vida y comencemos a ser más empáticos con quienes nos rodean. Tomemos en cuenta a los demás y a nosotros mismos con quienes nos configuramos y sentimos emociones, pues expresarlas es correcto y saludable. Obviemos los prejuicios clásicos como «los hombres no lloran» o «las mujeres son exageradas», entre otros. Tendamos puentes de comunicación que nos permitan comprender la vivencia de las personas con quienes nos relacionamos.
En este sentido, la reciente publicación del Papa Francisco, «Fratelli Tutti», nos recuerda que debemos dejar de ignorar las situaciones que no nos afectan directamente y comenzar a mirar al costado, a ver a nuestros prójimos, puesto que nadie se salva solo. Por eso Francisco nos invita a ser como el buen samaritano, quien acompaña, cuida y sostiene al más frágil. Si actuamos como nos invita esta última carta del Papa, estoy segura de que contribuiremos a devolver la dignidad a cada persona promoviendo la búsqueda del bien común cuidando y hasta priorizando la salud mental.
* Miembro del Voluntariado Magis Perú
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.