Cuando a través del poderoso informe del Gran Jurado investigador de Pensilvania el mundo conoció los ya tristemente famosos escándalos sexuales y abusos a menores en el ámbito de la Iglesia Católica de los Estados Unidos. En esta «segunda etapa» ( ya que la primera aconteció en el año 2002) aparecieron voces y argumentaciones desde distintos ámbitos eclesiales.
Es muy interesante, además de aleccionador, analizar el aterrizaje de estas expresiones en la arena comunicacional. Incluso en contextos verdaderamente adversos a nivel global, se perciben fortalezas que podemos puntualizar:
• Valentía
• Humildad
• Arrepentimiento
• Conversión
• Conciencia de la condena global de la opinión pública
• Distinción entre fe y religión
• La importancia del emisor
• Establecimiento de un plan
• Valorización de rol de los laicos en este «mani pulite» eclesial
• Ausencia / debilidad de liderazgo episcopal
• Confianza: en búsqueda del valor perdido
• Lenguaje claro y sin vueltas para referirse al horror padecido por las víctimas
Veamos quiénes se expresaron públicamente, cómo vehiculizaron sus dichos y qué dijeron.
El 16 de agosto se expresó a través de un comunicado que distribuyó el organismo eclesial que él encabeza el presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, cardenal Daniel Di Nardo:
• «Hace dos semanas, compartí con ustedes mi tristeza, enojo y vergüenza vinculadas con las recientes revelaciones del arzobispo Theodore McCarrick. Estos sentimientos se mantienen y se han profundizado a la luz del informe del Gran Jurado de Pennsylvania. Estamos frente a una crisis espiritual que requiere no solamente una conversión espiritual, sino cambios prácticos para evitar repetir los pecados y fallas del pasado que se han puesto en evidencia en este reciente informe».
• «El Comité Ejecutivo ha establecido tres objetivos: (1) una investigación vinculada con las cuestiones relacionadas al arzobispo McCarrick; (2) la apertura de nuevos y confidenciales canales de información para reportar las quejas contra los Obispos; y (3) abogar por una más efectiva resolución de quejas futuras. Estos objetivos serán perseguidos de conformidad con tres criterios: independencia adecuada, autoridad suficiente y liderazgo significativo por los laicos».
• «Finalmente, lamento y pido humildemente su perdón por lo que mis hermanos obispos y yo hemos hecho o dejado de hacer. Cualesquiera sean los detalles que surjan en relación al arzobispo McCarrick o de los muchos abusos en Pennsylvania (o en cualquier otra parte), ya sabemos que una causa arraigada es la falla del liderazgo episcopal. El resultado fue que un número de amados niños de Dios fueron abandonados para enfrentar solos un abuso de poder. Esto es una catástrofe moral. Es también parte de esta catástrofe que muchos sacerdotes fieles quienes están buscando santidad y sirviendo con integridad estén manchados por esta falta».
El 17 de agosto se conoció la opinión del cardenal y arzobispo de Boston, Sean O´Malley (principal asesor del Papa Francisco en el tema abusos sexuales a menores). Hizo pública una carta en la que reconoció que «tanto los católicos como la sociedad civil han perdido la paciencia y la confianza con los obispos de la Iglesia en Estados Unidos».
«Hay momentos en que las palabras nos fallan, cuando no captan la profundidad de las situaciones abrumadoras que a veces enfrentamos en la vida. Para la Iglesia en los Estados Unidos, este es uno de esos momentos.
El informe del Gran Jurado de Pensilvania y los testimonios de primera mano del horror y el dolor devastador experimentado por los sobrevivientes, desgarran una vez más nuestros corazones con hechos inimaginables que, trágicamente, son demasiado reales para quienes sufren este dolor. Una vez más escuchamos cada palabra insoportable que comparten. Seguimos avergonzados por estos fallos atroces a la hora de proteger a los niños y las personas vulnerables y afirmamos nuestro compromiso de que estos fallos nunca se repitan.
Si bien muchos de los autores han sido responsabilizados de una forma u otra por sus crímenes, aún no hemos establecido sistemas claros y transparentes de rendición de cuentas ni de asunción de consecuencias para los líderes de la Iglesia cuyos fallos han permitido que ocurran estos crímenes. La Iglesia debe abrazar la conversión espiritual y exigir transparencia legal y responsabilidad pastoral para todos los que llevan a cabo su misión. Esta transformación no se logra fácilmente, pero en todos los aspectos es imprescindible. La forma en que preparamos a los sacerdotes, la forma en que ejercemos el liderazgo pastoral y la forma en que cooperamos con las autoridades civiles; todo esto tiene que ser consistentemente mejor de lo que ha sido el caso.
Como dije anteriormente, hay acciones inmediatas que podemos y debemos tomar. El tiempo corre para todos los que estamos al frente de la Iglesia, los católicos han perdido la paciencia con nosotros y la sociedad civil ha perdido la confianza en nosotros. Pero no carezco de esperanza y no puedo sucumbir a la desdichada idea de que nuestros fracasos no pueden corregirse. Como la Iglesia, tenemos la responsabilidad de ayudar a las personas a no perder la esperanza. Ese fue el mensaje de Jesús a todos aquellos a quienes ministraba, especialmente en tiempos de gran prueba. Hay mucho bien en la Iglesia y en nuestra fe como para perder la esperanza. A menudo son los sobrevivientes quienes con valentía, nos enseñan que no podemos perder la esperanza.
Aunque se ha declarado y puesto en marcha la «tolerancia cero» hacia el abuso sexual y se han adoptado programas de defensa y protección de los niños en las diócesis de todo el país, quedan en la Iglesia la memoria, el testimonio, la carga que soportan los sobrevivientes. Nunca podemos volvernos complacientes. Este es un trabajo continuo de por vida que exige los más altos niveles de nuestra conciencia y nuestra atención constantes.
La crisis que enfrentamos es producto de pecados y errores clericales. Como Iglesia, la conversión, transparencia y responsabilidad que necesitamos, solo es posible con la participación y el liderazgo significativo de los laicos. Personas que pueden aportar su competencia, experiencia y habilidades a la tarea que enfrentamos. Necesitamos la ayuda de los laicos para enfrentar este flagelo en nuestra gente y nuestra Iglesia. Si la Iglesia sigue adelante reconociendo en profundidad lo ocurrido, el futuro puede brindar la oportunidad de volver a ganarnos la confianza y el apoyo de la comunidad de católicos y de nuestra sociedad. Debemos proceder rápidamente y con un objetivo claro. No hay tiempo que perder.»
Se esperaba la voz del Papa Francisco. El 17 de agosto emitió una declaración a través de su Oficina de Prensa en la que resonaron dos palabras: «vergüenza y dolor» ante los «horribles crímenes». Al referirse al trabajo del Gran Jurado de Pensilvania dijo que lo tomaba «muy en serio» sumándose a la condena de abuso sexual de menores. Explícitamente el Santo Padre se colocó «del lado de las víctimas».
Pero fue desde una paleta de contenidos mucho más nutrida que el 20 de agosto el Papa Francisco se explayó sobre el asunto mediante una extensa carta cuyo cuore conceptual pivotea en 1 Co 12,26: «Si un miembro sufre, todos sufren con él». Habla de los «mil sobrevivientes» al abuso sexual, de «vergüenza y arrepentimiento», hace propio el dolor de las víctimas al señalar que «las heridas no prescriben», rescata la incoherencia entre el decir y el hacer en el «estilo de vida» muchos religiosos, «hemos descuidado y abandonado a los pequeños», propone solidaridad en la denuncia de los católicos a nivel global, invita al «ejercicio penitencial de la oración y el ayuno», condena una vez más el clericalismo. Y refuerza su pedido de perdón. (Ver documento completo en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/letters/2018/documents/papa-fr…).
Nuevamente el cardenal Di Nardo hace uso de la palabra y entra en la opinión pública con un agradecimiento al Santo Padre por su Carta al Pueblo de Dios. Sin prisa pero sin pausa, el mismo 20 de agosto dijo Di Nardo: «En nombre de mis hermanos Obispos, ofrezco que solo enfrentando nuestro propio fracaso frente a los crímenes contra aquellos a quienes se nos ha encomendado proteger, podrá la Iglesia resucitar una cultura de la vida donde la cultura de la muerte ha prevalecido».
Aunque, si de fuentes autorizadas se trata, fue el 28 de julio cuando la Oficina de Prensa de la Santa Sede, con una escueta comunicación inició este derrotero de dichos, arrepentimientos y propósitos de enmienda que, sin lugar a dudas, está dejando el campo abierto a cambios significativos y muy esperados en las actitudes de la jerarquía de la Iglesia Católica: «Ayer tarde el Santo Padre recibió la carta con la que el cardenal Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington (EE. UU.), presenta su renuncia como miembro del Colegio de Cardenales.
El Papa Francisco ha aceptado la renuncia del cardenal y ha dispuesto su suspensión del ejercicio de cualquier ministerio público, junto con la obligación de permanecer en una casa que se le indicará, para una vida de oración y penitencia, hasta que las acusaciones a él dirigidas sean aclaradas por el proceso canónico regular».
Al cerrar esta nota, el Papa Francisco estaba con un pie en el avión que lo llevará a visitar Irlanda, país que lo espera para celebrar el Encuentro Mundial de Familias el 25 y 26 de agosto y que también sufrió el azote de descubrir delitos sexuales con menores por parte del clero y la sanción de la ley de aborto el pasado mes de mayo. Queda flotando una pregunta que patentizó como título el periódico Catholic Herald: «Después de votar por el aborto, ¿por qué Irlanda sigue comprando entradas para ver el Papa Francisco?». El tiempo y las acciones que se vayan adoptando con decisión y firmeza seguramente irán completando una respuesta.
Texto: Virginia Bonard-SIGNIS Argentina