“Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» (Papa Francisco, Carta Encíclica, Laudato Si’ 128).
Hemos celebrado el Bicentenario de la Batalla de Pichincha. Acontecimiento que ha pasado casi desapercibido para la población en general. A unos les ha dicho mucho y a la gran mayoría casi nada o nada. Más bien para el imaginario popular el Bicentenario tuvo muchos otros significados: feriado, vacación, playa, «reactivación económica»… Se están diluyendo los símbolos patrios, símbolos que deben llegar a lo más profundo del ser de cada ecuatoriano y ecuatoriana y que nos tienen que ayudar a construir el país desde valores y esfuerzos comunes.
En las batallas por la Independencia se visibilizaron solo a los líderes y se ignoraron y anularon a los miles de combatientes que se sumaron a la lucha y ofrendaron su vida en el campo de batalla y que casi nadie sabe quiénes fueron. Se ha olvidado a las mujeres, a los afrodescendientes e indígenas que contribuyeron al logro de nuestra libertad. Hoy, después de 200 años, seguimos sumergidos en la misma lógica del anonimato.
Hemos avanzado, nada tiene que ver nuestra realidad con aquella. La infraestructura con la que cuenta el país es muchísimo mejor que la de esa época, las condiciones sanitarias son diferentes, las vías de comunicación, el acceso a educación… A pesar de ser un país en vías de desarrollo hay manifestaciones de progreso, reprimido por la incapacidad de la clase gobernante que ha vilipendiado los fondos del erario nacional.
El talante del ecuatoriano de a pie, pobre o de la clase media, ha sido el puntal que ha sostenido incólume al país, allí han puesto su trabajo diario, su esfuerzo permanente, su capacidad creadora, su entrega constante para, pese a las adversidades, crear condiciones para vencer la dictadura de la pobreza y romper con el yugo de la miseria.
Héroes anónimos desconocidos por las élites y tomados en cuenta solo para pedirles el voto y luego ignorarlos. Héroes que de mil maneras han enfrentado sus propias limitaciones para vencer la crueldad del olvido estatal. Héroes que «solos, tristes y abandonados» escriben su historia para lograr sus sueños y alcanzar sus objetivos.
En estos 200 años, las élites políticas y económicas han sido incapaces de reconocer el derecho de los más pobres a ser ellos mismos, a ser considerados como protagonistas y constructores de la nacionalidad ecuatoriana. Elites que han cosificado y hasta han manipulado burda y descaradamente las aspiraciones populares, simplemente les han usado para sus protervos intereses y han aprovechado de su ingenuidad para alcanzar sus objetivos que nada tienen que ver con los logros a los que aspira la gran mayoría.
A través de la historia no se ha logrado viabilizar un «pacto cultural», entendido como una decisión y un acuerdo de respeto y diálogo entre los diferentes, que siente las bases para un pacto político y social, que nos permita encontrarnos como ecuatorianos, aprendiendo a reconocer al otro como otro, con su propia cultura, su propio modo de ver la vida, de salir adelante, de opinar, de sentir y de soñar.
La historia debemos escribirla desde el presente mirando al pasado y proyectándonos hacia el futuro, con el fin de descubrir los errores históricos que han sumido a la gran mayoría de la población en la pobreza y vulnerabilidad y desde esa perspectiva, en minga, sin excluir a ninguna persona o grupo humano, construir para el futuro un plan de desarrollo integral, incluyente, con rostros y nombres, sin anonimatos, en los que todos seamos protagonistas, sin avivatos que se aprovechen de los intereses colectivos, sino con la participación y decisión de toda la población.
Nadie debe ni puede quedarse fuera. La tarea es derribar muros y construir puentes que nos permitan unir orillas, trabajar juntos, incansablemente, para construir un desarrollo solidario e integral, con justicia y paz.
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
carta No. 134– 29 de mayo 2022