«La parábola del buen samaritano (Lc. 10, 30-37), nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos, levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (Fratelli Tutti, 67). Papa Francisco, octubre 2020.
Nos hemos acostumbrado a recibir, a través de los medios de comunicación, noticias que nos llenan de inquietud, angustia, miedo y desesperanza. Desde las terribles imágenes de guerras criminales y absurdas, como la que sufre Ucrania, hasta las que vemos en el día a día en nuestro querido Ecuador: violencia y crímenes en las cárceles y en las calles, corrupción, impunidad, pugnas politiqueras que obedecen a intereses particulares, angustia por no tener medios de vida (falta de trabajo o salario insuficiente), desesperación por no acceder a una adecuada atención de salud, etc.
En muchos aspectos, el sistema tiene un rostro inhumano, analistas de diferente signo y orientación ideológica nos proponen diagnósticos sesudos e incluso propuestas de superación de los problemas, lo que nos falta es poner en práctica esas alternativas de solución. Entonces, ¿debemos resignarnos? ¡Ciertamente no! Porque hay muchas experiencias de mujeres y hombres, que desde la fe y/o desde sus convicciones de humanidad, se esfuerzan cotidianamente por construir un mundo de justicia y de paz, con la única arma de todo creyente, el amor.
Destacamos el trabajo de tantos laicas, laicos, religiosas, religiosos y sacerdotes que traducen su fe en obras, tal como el buen samaritano, que acoge al hermano caído y descartado, lo levanta, lo cuida, lo acompaña, restaura su dignidad y fortalece la esperanza… o el de tantas organizaciones sociales y ONG de inspiración cristiana cuya vocación es el servicio a los pobres y vulnerables.
Así mismo, frente al actual caos político y la pérdida de institucionalidad que envuelve las altas esferas políticas; en muchas comunidades de nuestro país se siguen promoviendo, espacios de participación ciudadana, con personas empoderadas y organizaciones que buscan por todos los medios posibles el bien común y que los gobiernos descentralizados sean auténticos servidores.
En el campo de la salud, por ejemplo, las instituciones públicas declaraban la falta de recursos económicos y la escasez de suministros, sin embargo, encontramos personas sensibles, sacrificadas, entregadas a su labor en lo peor de la pandemia del covid 19; que trabajaron con el espíritu de auténtica vocación, al cuidado de la vida.
Una experiencia concreta ha sido la de un grupo de 22 instituciones de la zona 1, que han unido esfuerzos con el Ministerio de Salud Pública (MSP) y con las instancias de Naciones Unidas, Unión Europea y ONG nacionales e internacionales, para movilizar recursos, contar con promotores de salud comunitaria, promover y facilitar la vacunación, concretamente en las comunidades indígenas y afrodescendientes más alejadas y marginadas. En particular, el FEPP apoyó al MSP, en una acción conjunta, para vacunar a todas las personas de las comunidades de la nacionalidad Waorani de la provincia de Orellana y el norte de Pastaza.
Cómo este, hay cientos de ejemplos, dedicados a romper las brechas de inequidad, en los campos de la salud, educación, economía solidaria, protección de derechos, el cuidado de la casa común etc., compartir estas experiencias nos anima a ser prójimo de todos y todas. Estos testimonios son expresiones del Espíritu que guía y rehace el caminar de la Iglesia en la historia y que nos llama hoy a ser testigos del amor de Dios, en clave de fraternidad universal; “Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante”. Este es el sueño: “una única humanidad… hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT 8).
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.
carta No. 127– 10 de abril 2022