«Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal.» (261, Encíclica Fratelli Tutti, Papa Francisco).
Hay viento y huracanes de guerra» por doquier. Hay guerra declarada, Rusia invade Ucrania. Bombardeos, muerte, desolación, gente en pánico huyendo despavorida…Esta realidad nos asusta, preocupa, angustia, nos genera desasosiego y no sabemos qué pensar ni qué hacer. Estamos en alto riesgo. La guerra, que tiene orígenes multicausales, es inconcebible, inadmisible, inhumana. Es el extremo del absurdo del poder del despilfarro en armas de muerte, de imposición de intereses económicos, políticos… cuánto inocente masacrado por la barbarie.
Entendiendo a la guerra como la lucha armada entre naciones, pueblos, grupos y hasta personas, cabe preguntar ¿por qué llegamos a esos extremos? ¿por qué hay guerras en nombre de Dios, de la paz, de la democracia, de la justicia…? ¿por qué producen millones de armas? ¿por qué matan y mienten y se olvidan de amar?…
Una posible respuesta: queremos más poder local, nacional, regional, mundial. Por un falso orgullo ‘patriótico’, ‘étnico’, ‘económico’, ‘histórico’, identificamos al otro como ‘enemigo’, hay que vencerlo, dominarlo y someterlo o eliminarlo para que no estorbe. Los más fuertes se imponen, son locos seducidos por la muerte que han convertido al mundo en un inmenso manicomio. El caso de Ucrania–Rusia es un ejemplo de la imposición de la fuerza y la defunción de la razón y el diálogo.
El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri, por su sigla en inglés) revela que el gasto militar mundial aumentó a casi dos billones (millones de millones) de dólares en 2020, lo que supone un incremento de 2,6 %, en términos reales, con respecto a 2019. La pandemia de covid-19, que paralizó el mundo en marzo de 2020 y lo mantiene aún semiparalizado, no ha tenido, aparentemente, ningún impacto en el gasto militar, que ha gozado de muy buena salud. El Secretario General de las NNUU, Ban Ki-moon, (2007-2016), dio en la diana al afirmar que «el mundo está sobrearmado y la paz está infrafinanciada».
En nuestro país, según el Observatorio de Gasto Público, en 2019 el gasto corriente y de capital en materia de seguridad nacional fue del 4% del Presupuesto General del Estado. Para el 2020 se codificaron USD 1.192 millones para el Ministerio de Defensa y USD 1.192 millones para la Policía Nacional. Se estima actualmente un total de 40 mil miembros activos en las Fuerzas Armadas y otro 170 mil en reserva, y más de 50 mil policías. Desde el 2000, el gasto militar ecuatoriano creció a un ritmo anual del 13.3%, siendo el más alto de la región. Al 2018 alcanzó la cifra de USD 2.549 millones.
Algunos intelectuales, políticos, activistas, así como Papas, obispos y religiosos han denunciado la carrera armamentista de los países. ¡Cuántos problemas se solucionarían, especialmente de pobreza y hambre, si en lugar de gastar en guerras se destinaran esos fondos para el desarrollo humano! El egoísmo, la prepotencia de la sinrazón, la esquizofrenia… de los líderes, desestabiliza y llena de horror la convivencia de los pueblos y las naciones, pisoteando las leyes internacionales, los acuerdos y los principios de convivencia. La guerra armada es el extremo mortal de otras tantas guerras que vivimos cotidianamente. Guerras tecnológicas, sicológicas, económicas, políticas, informacionales, etc. que están en la agenda diaria mundial.
«¡Qué triste es, cuando personas y pueblos que se enorgullecen de ser cristianos ven a los demás como enemigos y piensan en hacer guerra!» señaló el Papa Francisco, en el Ángelus del pasado domingo 20 de febrero, y pocos días después, el viernes 25, consternado visitó la embajada de Rusia en el Vaticano para expresar su preocupación por la guerra en Ucrania ante la evolución de los hechos y para abogar por la paz. Paz, paz, paz / el mundo pide paz / y quiere paz.
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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.