“El Señor nos dice que estemos preparados para el encuentro, la muerte es un encuentro: es Él quien viene a encontrarnos, es Él quien viene a tomarnos de la mano y llevarnos con él. (…) Es simplemente el Evangelio, es simplemente la vida, simplemente decirse el uno al otro: todos somos vulnerables y todos tenemos una puerta a la que el Señor llamará algún día” (Papa Francisco, 2019).
Una de las experiencias más impactantes de la pandemia del covid19 es la presencia cercana de la muerte en nuestras vidas, ya sea por el fallecimiento de un familiar, de un amigo, de una persona conocida o desconocida. También vivimos otras experiencias dolorosas o sorpresivas que nos recuerda que la muerte ronda a nuestro alrededor, resultado de varias circunstancias cotidianas como enfermedades, delincuencia, accidentes, guerras…
Pero, la muerte que también nos debe doler, es la de los más débiles e inocentes… ¡los niños que mueren de hambre, las mujeres maltratadas hasta llegar al femicidio, los enfermos sin acceso a hospitales o medicamentos, los trabajadores que mueren explotados, la gente inocente que muere por las guerras! ¡Cuántos muertos por la droga, el narcotráfico, la delincuencia, el aborto, el suicidio! El mundo necesita un cambio radical para evitar más muertes violentas, injustas, prematuras, sin sentido… Hechos dolorosos que también matan la conciencia, el cerebro, el corazón, la esperanza, la misericordia, el amor.
Frente a la muerte hay varias reacciones, sentimientos, costumbres, tradiciones… Por instinto de supervivencia tenemos miedo a morir, a lo mejor porque hemos experimentado la partida de seres queridos que nos ha provocado dolor, tristeza, desasosiego, ansiedad, desesperanza y aunque decimos tener fe, en esos momentos de dolor y angustia, prima la confusión y el desconsuelo. En el momento que nos encontramos cara a cara con la muerte, parece que todo termina allí. Es difícil reconocer nuestra fragilidad.
Poco hablamos de la muerte, pese a que es nuestra compañera permanente y preferimos convencernos de que ‘hay que aprovechar la vida’ antes de que todo acabe… como si el morir fuera lo opuesto de la vida…
Quizá no lo hemos comprendido y es que morir es una parte del vivir, es parte de la realidad de la existencia, es el punto de llegada para muchos o el punto de partida para otros; es el proceso de culminación de un recorrido, de un camino; es el justo descanso luego de una larga jornada; es el momento donde el alma, como el ave, remonta el vuelo; es encontrar paz de forma permanente. Con la muerte, la vida se transforma, no nos es arrebatada.
En este contexto resuenan frases como las de Jesús: «no tengan miedo a los que matan el cuerpo…» o «estén preparados porque no saben ni el día ni la hora…», por lo que debemos estar con los ojos fijos en Él, con los pies sobre la tierra y el corazón abierto para recibir «el abrazo del Señor» (P. Francisco) en la querida «hermana muerte» (S. Francisco). Estar dispuestos a practicar el «vivo sin vivir en mi…» (S. Teresa de Jesús) o el «para mí el morir es vivir» (S. Pablo). Pues «morir feliz no significa una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima satisfacción y una paz interior…» (Hans Küng, 2016).
Vivamos la muerte con esperanza y misericordia, ‘haciendo el bien sin mirar a quién’ para construir una sociedad justa y solidaria.
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Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe.