Ciudad del Vaticano.- La pandemia como espejo que devuelve la imagen de una humanidad sufriente, vulnerable, distraída con respecto a las necesidades de los pobres pero que, al mismo tiempo, es una llamada a cuidar del otro, en el arte del encuentro, especialmente en la política. Así expresó el papa Francisco en el vídeo mensaje dirigido el jueves 19 de noviembre a los participantes del seminario virtual «América Latina: Iglesia, papa Francisco y los escenarios de la pandemia», organizado por la Pontificia Comisión para América Latina (CAL) junto con la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).
Una iniciativa encaminada a analizar la situación por la emergencia del coronavirus, para perfilar las consecuencias y posibles líneas de actuación «que deben ser desarrolladas -explica el Papa- por todos aquellos que forman parte y tejen la belleza y la esperanza del continente».
La mirada de Francisco se posa en los pobres, en los excluidos, en los habitantes de «todas las periferias humanas». Ellos son los que sintieron de primera mano, durante la pandemia, «los problemas socioeconómicos y las injusticias que ya aquejaban gravemente a toda América Latina».
Desigualdades, discriminación a la que hay que sumar la dificultad real de contar con medidas anti Covid-19: «un techo seguro», una garantía de distanciamiento, «productos para higienizarse», «un trabajo seguro» para sobrevivir. El Papa no olvida a los afectados por la destrucción del ecosistema, en particular a los que viven en las zonas del Pantanal y en la Amazonía, «los pulmones de América Latina y del mundo», amenazados por los incendios.
Una pertenencia común
Reflexionando sobre los efectos económicos de la pandemia, Francisco recuerda que todos estamos llamados, «individual y colectivamente, a realizar nuestro trabajo o nuestra misión con responsabilidad, transparencia y honestidad» porque «en el Reino de Dios, el pan llega a todos y avanza, la organización social se basa en aportar, compartir y distribuir, no en poseer, excluir y acumular».
También es necesaria una «respuesta generosa» a otros males sociales que son «la falta de techo, la falta de tierra y la falta de trabajo, las tres famosas T (techo, tierra, trabajo)».
La pandemia mostró lo mejor y lo peor de nuestros pueblos y lo mejor y lo peor de cada persona. Ahora más que nunca es necesario recuperar la conciencia de nuestra pertenencia común. El virus nos recuerda que la mejor manera de cuidarnos es aprendiendo a cuidar y proteger a quienes nos rodean: conciencia del vecindario, conciencia de la gente, conciencia de la región, conciencia del hogar común.
Solidaridad y bien común
El Santo Padre se dirige también a quienes ejercen responsabilidades políticas y convoca a una rehabilitación de la misma, pues, dice, la política «es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común». «No es una mera utopía», reafirma el Papa citando Fratelli tutti, «reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos». Esto exige «la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles» y, «cualquier empeño en esta línea», asegura, «se convierte en un ejercicio supremo de la caridad».
Se trata – explica más adelante – de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Esto «pide a todos aquellos que tenemos una función de liderazgo aprender el arte del encuentro y no propiciar ni avalar o utilizar mecanismos que hagan de la grave crisis una herramienta de carácter electoral o social».
El desprestigio socava la posibilidad de encontrar acuerdos
El Papa resalta luego cuánto la profundidad de la crisis reclame proporcionalmente «la altura» de la clase política- dirigente, para que sea «capaz de levantar la mirada y dirigir y orientar las legítimas diferencias en la búsqueda de soluciones viables para nuestros pueblos».
El desprestigio del otro –señaló– lo único que logra es dinamitar la posibilidad de encontrar acuerdos que ayuden a aliviar en nuestras comunidades, principalmente en los más excluidos, los efectos de la pandemia.
Es «el pueblo», afirmó, quien en fin de cuentas «paga» ese proceso de desprestigio. Por ese motivo «es tiempo que la nota distintiva de aquellos que fueron ungidos por sus pueblos para gobernarlos, sea el servicio al bien común y no que el bien común sea puesto al servicio de sus intereses». Algo que vale «también para los hombres y mujeres de Iglesia» porque «las internas eclesiásticas son una verdadera lepra que enferma y mata el Evangelio».
El Santo Padre concluyó animando a todos a que, impulsados por la luz del Evangelio, sigan «saliendo junto a todas las personas de buena voluntad, en busca de los que claman por ayuda, a la manera del buen samaritano», pues, «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día».
Fuente: AICA