Ciudad del Vaticano.- El papa Francisco condenó con determinación los casos de abuso a los niños, a los que calificó como «crímenes abominables», que deben ser afrontados con la mayor seriedad. En un extenso mensaje pronunciado como conclusión del Encuentro sobre «La protección de los menores en la Iglesia», el Pontífice insistió que incluso «un solo caso de abuso» en la Iglesia «representa ya en sí mismo una monstruosidad».
El discurso del Santo Padre fue pronunciado tras la celebración de la Santa Misa, en la Sala Regia, en el que condenó los abusos que involucran a millones de niños en el mundo, formas de abuso y explotación, detrás de las cuales se esconde la «mano del mal», que «no perdona ni siquiera la inocencia de los niños».
Según reiteró, los crímenes y abusos serán afrontados «con la mayor seriedad». «El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder», dijo.
El Encuentro sobre «La protección de los menores en la Iglesia», que reunió del 21 al 24 de febrero a patriarcas, cardenales, arzobispos, obispos, superiores religiosos y responsables procedentes de todo el mundo para confrontarse acerca de la plaga de los abusos, se concluyó con el discurso de Papa Francisco.
El Pontífice trazó con claridad los contornos de un fenómeno «abominable», difundido históricamente en todas las culturas y sociedades: «Un problema que antes se consideraba un tabú» y que «todavía en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e internacionales (…), no muestran la verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados, en particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar».
Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no sólo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia… La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
La ira de Dios, traicionado y abofeteado
«La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética». Así la Esposa de Cristo debe ver reflejado en «la justificada rabia de la gente», la ira «de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos».
El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños.
Erradicar semejante brutalidad
El Papa Bergoglio recuerda a todos que el único modo para «vencer el espíritu del mal» pasa a través de la humillación, la acusación de nosotros mismos, la oración y la penitencia, siguiendo el ejemplo de Jesús. De este modo el «objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren». Y para alcanzar es fin – prosiguió diciendo el Santo Padre – la Iglesia «tiene que estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños».
Ha llegado la hora de encontrar el justo equilibrio entre todos los valores en juego y de dar directrices uniformes para la Iglesia, evitando los dos extremos de un justicialismo, provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático, y de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de estos graves delitos.
Las declinaciones del mal
«Millones de niños del mundo son víctimas de la explotación y de abusos sexuales»: un drama que se lleva a cabo, sobre todo, por mano de los «padres», de los «parientes», de los «esposos de esposas niñas», de los «entrenadores», de los «educadores», y ante el cual «muy raramente las víctimas confían y buscan ayuda», por «vergüenza», «confusión», «miedo a la venganza» y «desconfianza en las instituciones». Un monstruo que «leva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo mismo».
En una nota al discurso del Papa, se citan datos de las organizaciones internacionales: según la OMS, en el año 2017, «hasta mil millones de menores en una edad comprendida entre los 2 y los 17 años han sufrido violencias o negligencias físicas, emotivas o sexuales. Los abusos sexuales (…), según algunas estimaciones de UNICEF en 2014, afectan a más de 120 millones de niñas, entre las que se registra el más alto número de víctimas».
El Papa Francisco recuerda, de modo especial, el «turismo sexual», una plaga que, según los datos del 2017 de la Organización Mundial del Turismo, ve cada año que «tres millones de personas emprenden un viaje para tener relaciones sexuales con un menor»; al igual que la pornografía, se realiza «con modalidades cada vez más horribles y violentas».
La plaga de la pornografía ha alcanzado enormes dimensiones, con efectos funestos sobre la psique y las relaciones entre el hombre y la mujer, y entre ellos y los niños. Un fenómeno en continuo crecimiento. Una parte muy importante de la producción pornográfica tiene tristemente por objeto a los menores, que así son gravemente heridos en su dignidad.
Entre los pensamientos del Papa Bergoglio, los tantos pequeños víctimas del abuso de poder, una parte de la humanidad que abraza a ochenta y cinco millones de niños, «olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños malnutridos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados y los niños abortados».
Siete estrategias para salvar a los niños
Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud y la profundidad del drama. Una vez más, la hermenéutica positivista demuestra su proprio límite»; de ahí que el Pontífice mencione las «Best Practices» formuladas, bajo la guía de la Organización Mundial de la Salud, por un grupo de diez agencias internacionales. Se trata de un paquete de medidas llamado INSPIRE, es decir, «siete estrategias para erradicar la violencia contra los menores», que deberán inspirar diversas dimensiones de atención en la Iglesia. Así como para la protección de «los menores e impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico». Un empeño para el cual se requiere una «seriedad impecable».
«Deseo reiterar ahora que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso» (…). Tiene la convicción de que «los pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia socavando su credibilidad. En efecto, también la Iglesia, junto con sus hijos fieles, es víctima de estas infidelidades y de estos verdaderos y propios delitos de malversación»
Repartir de las propias faltas
Prosiguiendo en sus ocho puntos, el Papa Francesco habla de «una verdadera purificación», porque «a pesar de las medidas adoptadas y los progresos realizados en materia de prevención de los abusos, se necesita imponer un renovado y perenne empeño hacia la santidad en los pastores, cuya configuración con Cristo Buen Pastor es un derecho del pueblo de Dios». «El santo temor de Dios – prosigue – nos lleva a acusarnos a nosotros mismos – como personas y como institución – y a reparar nuestras faltas» sin «caer en la trampa de acusar a los otros, que es un paso hacia la excusa que nos separa de la realidad».
En este contexto surge la importancia de la «formación», es decir, «la exigencia de la selección y de la formación de los candidatos al sacerdocio con criterios no sólo negativos, preocupados principalmente por excluir a las personas problemáticas, sino también positivos para ofrecer un camino de formación equilibrado para los candidatos idóneos, orientado a la santidad y en el que se contemple la virtud de la castidad».
Además, el Pontífice habla de «reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales: es decir, reafirmar la exigencia de la unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación».
Ningún abuso debe ser jamás encubierto ni infravalorado (como ha sido costumbre en el pasado), porque el encubrimiento de los abusos favorece que se extienda el mal y añade un nivel adicional de escándalo. De modo particular, desarrollar un nuevo y eficaz planteamiento para la prevención en todas las instituciones y ambientes de actividad eclesial.
Acompañar a las personas abusadas
El Pontífice reserva gran atención también al acompañamiento de las personas abusadas, porque «el mal que vivieron deja en ellos heridas indelebles que se manifiestan en rencor y tendencia a la autodestrucción».
Por lo tanto, la Iglesia tiene el deber de ofrecerles todo el apoyo necesario, valiéndose de expertos en esta materia. Escuchar, dejadme decir: «perder tiempo» en escuchar. La escucha sana al herido, y nos sana también a nosotros mismos del egoísmo, de la distancia, del «no me corresponde», de la actitud del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano.
Mundo digital y turismo sexual
En los puntos 7 y 8, el Papa Bergoglio vuelve a reflexionar sobre el mundo digital y sobre el turismo sexual. Con atención especial con respecto al primero, insiste:
«Es necesario comprometernos para que los chicos y las chicas, de modo particular los seminaristas y el clero, no sean esclavos de dependencias basadas en la explotación y el abuso criminal de los inocentes y de sus imágenes, y en el desprecio de la dignidad de la mujer y de la persona humana».
En esta perspectiva, reafirmando que «el delito no goza del derecho a la libertad», el Pontífice recuerda las normas «sobre los delitos más graves» aprobadas por el Papa Benedicto XVI en el año 2010, donde fueron añadidos como nuevos casos de delitos «la adquisición, la retención o divulgación» realizada por un clérigo «en cualquier forma y con cualquier tipo de medio, de imágenes pornográficas de menores». Entonces se hablaba de «menores de edad inferior a 14 años», ahora pensamos elevar este límite de edad para extender la protección de los menores e insistir en la gravedad de estos hechos».
Gracias al santo pueblo fiel de Dios
El Papa Francisco concluye su intervención agradeciendo «de corazón a todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos»; y «también a los laicos que conocen bien a sus buenos pastores y siguen rezando por ellos y sosteniéndolos».
El santo Pueblo fiel de Dios, en su silencio cotidiano, de muchas formas y maneras continúa haciendo visible y afirmando con «obstinada» esperanza que el Señor no abandona, que sostiene la entrega constante y, en tantas situaciones, dolorosa de sus hijos. El santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo, es el rostro mejor de la Iglesia profética que en su entrega cotidiana sabe poner en el centro a su Señor. Será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones. (Barbara Castelli)
Fuente: Vatican News