Ciudad del Vaticano (EVARED).- En su tradicional mensaje, previo al rezo mariano del Angelus, junto a los miles de fieles concentrados en la Plaza de San Pedro, el papa el Papa Francisco comentó brevemente el pasaje del Evangelio de San Lucas que se proclama en la liturgia del cuarto Domingo Ordinario. «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» repitió el Obispo de Roma y precisó que el «hoy», proclamado por Cristo aquel día en la sinagoga de Nazaret, vale para cada tiempo. «Resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro», observó el Papa. «Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien».
El Santo Padre subrayó que el relato del evangelista Lucas saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: «la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés». Se trata, enfatizó Francisco, de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquella más pequeña e insignificante a los ojos de los hombres». «Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en el anunciar que ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos».
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus (audio)
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El relato evangélico de hoy nos conduce nuevamente, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y es conocido por todos. Él, que hacía poco tiempo se había marchado para iniciar su vida pública, regresa ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21). Los conciudadanos de Jesús, primero sorprendidos y admirados, comienzan luego a poner cara larga y a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué éste, que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice haya cumplido en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra» (v. 24), y cita a los grandes profetas del pasado Elías y Eliseo, que obraron milagros en favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. A este punto los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, echan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo por el precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, «pasando en medio de ellos, se pone en camino» (v. 30). Su hora aún no ha llegado.
Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, -todos nosotros estamos expuestos- y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias. ¿Y cual es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a «negociar» con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministero profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión -¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!- del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.
«Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4, 21). El»hoy», proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos. Volvamos a la sinagoga…
Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba María allí, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá bajo la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, después amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera, Radio Vaticano)
Después de la oración del Ángelus el Papa saludó a diferentes grupos de peregrinos (audio):
Queridos hermanos y hermanas,
Se celebra hoy la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, a pesar de estar en regresión, afecta todavía desafortunadamente a las personas más pobres y marginadas. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas, quienes han quedado inválidos después de esta enfermedad. A ellos les aseguramos nuestra oración, y aseguramos nuestro apoyo a quienes les asisten. Buenos laicos, buenas hermanas, buenos curas.
Saludo con afecto a todos ustedes, queridos peregrinos llegados desde diversas parroquias de Italia y de otros países, como también las asociaciones y los grupos. En particular, saludo a los estudiantes de Cuenca y a aquellos de Torreagüera (España). Saludo a los fieles de Taranto, Montesilvano, Macerata, Ercolano y Fasano.
¡Ahora saludo a los chicos y chicas de la Acción Católica de la Diócesis de Roma! Ahora entiendo porque había tanta bulla en la plaza. Queridos chicos, también este año acompañados, del Cardenal Vicario y de vuestros Asistentes, han venido muchos en el final de su «Caravana de la Paz».
Este año su testimonio de paz, animado de la fe en Jesús será todavía más alegre y consciente, porque está enriquecido por el gesto, que acaban de hacer al pasar por la Puerta Santa.
¡Les animo a ser instrumentos de paz y de misericordia entre sus compañeros! Escuchemos ahora el mensaje de sus amigos, que están aquí junto a mí, que nos van a leer.
(Lectura del Mensaje)
Y ahora los chicos en la plaza lanzarán los globos, símbolo de paz. A todos les deseo un buen domingo y un buen almuerzo. Y por favor no se olviden de rezar por mí.
¡Hasta la vista!
Fuente: news.va /Radio Vaticana