Jorge Gutiérrez Martínez. (*)
Debemos darle un rol más protagónico, reconocer que esta mujer muchas veces violentada, relegada a vivir bajo una casta o clan familiar, tiene muchas virtudes; sabiduría, de temple aguerrido y dispuesta a darlo todo por sus hijos, por su familia y su comunidad.
A un año de la pandemia de la COVID-19, de un aislamiento social comunitario, obligatorio y de miles de pérdidas familiares y amicales, tenemos aún un Perú enlutado, lleno de llanto diario. Bajo este contexto nos preguntamos: ¿Quién se acuerda de las mujeres? ¿Qué papel desempeñaron y siguen desempeñando en esta pandemia?
Hoy nos damos cuenta del olvido y la poca importancia que se da al rol de la mujer en el país, casi invisibles en esta época, pero hacemos una especial mención a las mujeres indígenas de las comunidades asentadas en las orillas de las cuencas del Amazonas.
Una gran interrogante es: ¿Qué función desempeñan las mujeres indígenas en las familias y en las comunidades? En una sociedad machista, este papel se vuelve insignificante e invisible por propios y extraños. Observo desde mi trinchera silenciosa, la gran tarea de la mujer indígena, desde la más joven hasta la más anciana, dedicadas al 100% a la agricultura, pero también a ser madre, a ser líder, preocupadas por el bienestar de su familia y sobre todo por su comunidad. Por la salud, educación y alimentación de sus hijos. Su día a día lo pasa en el campo, porque su lucha diaria es por su familia.
En todo este tiempo, han surgido lideresas que organizan a las propias mujeres e incluso a los hombres sobre el quehacer para proteger a las familias. Frente a este flagelo y el poco apoyo que reciben, no es una barrera para buscar otras soluciones. Por eso hay mujeres que ven en los ríos, cochas y tahuampas su principal fuente para conseguir alimentarse con la Madre Tierra que produce todo lo que se necesita; y el bosque que les proporciona medicina natural. Es así que la mujer indígena sobrevive a la pandemia.
Nuestra mirada hoy es hacia las mujeres. Muchos solo las recuerdan cada 8 de marzo, cuando a ellas hay que recordarlas todos los días por su labor abnegada, por su incansable accionar en favor de los suyos, sobre todo ahora que estamos en el Año del Bicentenario.
Si bien la mujer ha ido superando retos de una sociedad machista, mezquina, en las grandes capitales y zonas urbanizadas, aún queda una brecha por cerrar en las comunidades indígenas como la discriminación por raza, sexo o religión. Y es que en algunos lugares la mujer solo es un objeto, un vientre de alquiler que solo está para procrear, o simplemente para ser madre de muchos hijos. Aún hay una gran batalla por ganar, pero para lograr ello se debe unir toda la sociedad. Poner énfasis en la educación, para ir formando juventudes con valores de justicia y respeto al sexo femenino, donde las oportunidades sean iguales y los espacios sociales también estén abiertos para ellas.
Debemos revalorar el rol de las mujeres indígenas, conocer su cultura, su cosmovisión del mundo, y su accionar sobre ella misma. Debemos darle un rol más protagónico, reconocer que esta mujer muchas veces violentada, relegada a vivir bajo una casta o clan familiar, casi escondida, e invisibilizada, es una mujer de muchas virtudes; es mujer de mucha sabiduría, de temple aguerrido y dispuesta a darlo todo por sus hijos, por su familia y su comunidad.
Seamos conscientes de que las mujeres indígenas han sido y seguirán siendo luchadoras sociales en todos los espacios en los que puedan interactuar. Ahí dejarán huella, y cada día irán superando y venciendo todas aquellas barreras que les impone la sociedad.
(*) Docente de Iquitos y miembro del Observatorio Socio Eclesial
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.