Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva (Papa Francisco, Laudato si’, 14).
Vivimos de escándalo en escándalo. Nos oponemos por oponernos. Somos campeones para la crítica, sin presentar propuestas ni alternativas. Sacamos nuestra capacidad de crítica y ataque hacia cualquier persona, proyecto o idea, buscando su descrédito y que la opinión pública se focalice en su contra.
Los desafueros de ciertos personajes e instituciones, la corrupción más descarada y generalizada, la falta de credibilidad, entre otras, son causas valederas de nuestro negativismo. Pero a pesar de estas trabas y contra todo pronóstico, surgen propuestas y acciones encaminadas a enfrentar los problemas que nos han sumido en la peor crisis social, política, económica, sanitaria, educativa y ética.
En este escenario, es muy complicado alcanzar acuerdos nacionales, diálogos abiertos y desprendidos, así como lograr detectar propuestas colectivas que construyan e implementen programas que atiendan lo más urgente. Pensemos en una Minga Nacional que nos encamine a un mejor futuro, que trabaje desde la diversidad por la unidad para construir, cuidar y cultivar colectivamente: paz, justicia, salud, honradez, estabilidad financiera, seguridad climática y ciudadana, cuidado de la naturaleza, generación y conservación del empleo, atención prioritaria a los más vulnerables, un plan de vacunación que llegue a todos sin excluir a ningún grupo social ni persona.
Es imprescindible un gran diálogo nacional que sea amplio, honesto y profundo que incluya a todas las organizaciones de la sociedad civil como partidos y movimientos políticos, academia, minorías étnicas, sector productivo -trabajadores y empresarios-, desempleados, campesinos, comunidades religiosas, maestros, jóvenes, organizaciones femeninas y todos quienes tengan algo que decir y algo que aportar. Diálogos abiertos y sin tapujos que identifiquen y determinen sus necesidades, prioridades y anhelos. Esa producción colectiva determinará los senderos a seguir para salir de la postración en la que estamos sumidos.
Escuchar a los otros, reconocer sus planteamientos, estar dispuestos a modificar nuestros objetivos y trayectorias, reconocer y enmendar errores, todo esto implica, poner la Patria por delante y dejar en último plano los intereses personales y de grupo o gremio. Tarea nada fácil pero no imposible.
Abramos las puertas, tendamos puentes para identificar y construir mínimos comunes que, con actitudes y acciones éticas y honestas, permitirán alcanzar acuerdos reales. Hay que dejar al margen las prebendas y las negociaciones mezquinas que buscan cuotas de poder a cambio de colaboraciones espurias.
Vivimos un momento especial. Llamamos al encuentro, a juntarnos, a renunciar a nuestras obsesiones, a deponer extremismos, a desterrar la corrupción, a exigir justicia para todos, a sembrar solidaridad y equidad, a compartir para crecer. Nadie puede quedarse rezagado. Debemos poner en marcha una combinación virtuosa de políticas sociales, económicas, ambientales, que con tecnología y ética nos lleven hacia el desarrollo integral en los términos que nos enseñaba san Pablo VI «de todo el hombre y de todos los hombres», lo que se traducirá en un futuro digno para todos porque «La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (Laudato si’, 13).
Carta semanal de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz | Con los ojos fijos en El, en la realidad y la fe