Marco Prieto*
Liderazgos políticos que han intentado ocultar (o no) su xenofobia, machismo, clasismo y hasta violencia verbal y sistemática; han renunciado al derecho de representación democrática, criterio mínimo para ser elegido.
La sociedad peruana está padeciendo de tanta sintomatología que ha invisibilizado el verdadero trauma. Los síntomas que expresamos como país no solo se han encarnado en un malestar institucional, sino también en expresiones político-culturales que han reforzado diferentes liderazgos opacando valores centrales que, sin duda, debemos recuperar en nuestro país.
Sin embargo, la tarea de encontrar el trauma nunca es fácil, debido a que los síntomas ocultan, desvían y engañan a quienes se acercan al problema o a quienes, con intentos minuciosos e informados sobre los problemas del país, también pueden caer en inmediatismos soterrados o soluciones intempestivas. En ese sentido, exploremos algunos de esos síntomas que nos pueden confundir en las elecciones democráticas del 11 de abril.
El primer síntoma que se encuentra en la cultura política peruana es aceptar soluciones inmediatistas, facilistas y autoritarias a problemas complejos que no solo confrontan a nuestro país, sino también al mundo. Liderazgos políticos que ofrecen soluciones inmediatas y autoritarias suelen ser atractivos en el discurso político de persuasión y disuasión, pero suelen carecer de argumentos válidos, verificables y demostrables para su implementación. Estas soluciones suelen ofrecer vacunas, hospitales, seguridad y crecimiento económico como si por el solo hecho de ser elegido presidente, con algunas visitas a otros países y algunas llamadas telefónicas van a crear, por arte de magia, el bienestar para los ciudadanos. Recordemos que los autoritarismos no solucionan las crisis, sino, por el contrario, traen consigo más patologías sociales.
El segundo síntoma que se encuentra en nuestro malestar de la cultura es asumir que la dimensión de la libertad económica es el único criterio válido para elegir al próximo presidente de la república. La lógica es empírica; a saber, si tengo dinero en mis bolsillos, por efecto inmediato tengo las soluciones a mis problemas; luego entonces, si el Perú tiene crecimiento económico, ergo solucionaremos las crisis de nuestro país. Sin embargo, el engaño es cruel: no solo reduce a los seres humanos a meras cifras, sino también anula al Estado, quien tiene el deber de velar por los ciudadanos. Por ello, liderazgos que propongan una reducción o eliminación del Estado, están a su vez, proponiendo la reducción de quienes deben velar por el desarrollo multidimensional de los ciudadanos.
El tercer síntoma que se encuentra en la cultura peruana es la ausencia de los derechos humanos de las minorías en los discursos y planes de gobiernos de los candidatos a la presidencia. Las fijaciones y los fetichismos de la parodia mostrada en los medios de comunicación han desplazado la cuestión política más importante de nuestro país; a saber, que todos los seres humanos tenemos igual dignidad y que debemos reconocernos como iguales en la diferencia. En ese sentido, liderazgos políticos que han intentado ocultar (o no) su xenofobia, machismo, clasismo y hasta violencia verbal y sistemática; han renunciado al derecho de representación democrática, criterio mínimo para ser elegido. La exclusión de los derechos de las minorías es la patología de una sociedad que aún está buscando una cura democrática
En resumidas cuentas, las patologías sociales en nuestro país se han expresado en propuestas autoritarias, soluciones economicistas y en la exclusión de los derechos de las minorías. Estos tres síntomas tienen un solo trauma: la incapacidad de representación de los liderazgos que; a su vez, asumen proyectos políticos antidemocráticos. En ese sentido, la tarea del ciudadano no solo es de información, sino de buscar criterios mínimos para votar por un candidato que represente a nuestro país y donde los intereses individuales puedan articularse con los intereses de nuestra comunidad imaginada en construcción.
En consecuencia, entonces, los criterios mínimos que nos brinden directrices para la elección de un candidato deberán recoger actitudes democráticas, dialogantes y participativas; soluciones multidimensionales que pongan en el centro las capacidades y el desarrollo humano; y, finalmente, los derechos de las minorías que han sido excluidas a lo largo de nuestra historia republicana. Recordemos que el voto no solo es nuestro derecho, sino también es reconocernos como participantes activos del sistema democrático y como parte de la salida (o no) de las crisis que estamos viviendo.
* Docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú
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