José Luis Franco*
Plantear una cultura del cuidado es oponernos a la cultura del egoísmo, el individualismo y la indiferencia. Desde los inicios de la pandemia en nuestro país, hay personas y organizaciones que han sabido responder con muestras de solidaridad.
El papa Francisco en su mensaje para la celebración de la LIV Jornada Mundial de la Paz, destacó la cultura del cuidado como condición indispensable para la paz, pero comprendiendo a la vez este concepto en un sentido integral, no solo como ausencia de guerra o conflicto, sino como lo opuesto a la violencia estructural que perpetúa inequidades. Este mensaje pronunciado en el umbral del Año Nuevo, significa un gran aliciente, una especie de hoja de ruta a perseguir como humanidad. Una humanidad golpeada por un problema que nos concierne a todos, la pandemia. Una pandemia que ha sacudido nuestra forma de vida, nuestras falsas seguridades, sacando a la luz nuestras carencias y develando viejas y persistentes taras sociales.
El presente texto no pretende efectuar un análisis del reciente mensaje papal, sino realizar una lectura al respecto desde nuestro contexto como uno de los países más golpeados por el coronavirus. Por ello, planteamos las siguientes preguntas: ¿Cómo entendemos esta cultura del cuidado desde nuestra sociedad? ¿Qué retos se desprenden a partir de esta propuesta? Hemos terminado el 2020 y empezado el 2021 con mucha convulsión social, y ahora se viene un año electoral y a su vez conmemorativo de los 200 años de independencia. Empero, precisamente lo indicado por el papa encaja con lo que estamos viviendo como sociedad y, en ese sentido, constituye un tiempo oportuno para reconocernos en ese fragor de todas las sangres y renovar nuestro compromiso con las bases de esta nación.
«Hacernos cargo»
Plantear una cultura del cuidado es oponernos a la cultura del egoísmo, el individualismo y la indiferencia. Desde los inicios de la pandemia en nuestro país, hemos sido testigos de gestos y acciones, protagonizados por personas y organizaciones que han sabido responder con muestras de solidaridad a esta situación excepcional que hace más vulnerable la vida de los pobres. El único camino para vencer el virus, entonces, es hacernos cargo de los más débiles, de aquellos especialmente vulnerados. Se trata de un retorno a uno de los principios básicos de la Biblia y del sentido pleno de lo que significa ser humano: no pensar sólo en mí sino en los otros, con quienes encuentro mi razón de ser y existir, porque cuidarme es también cuidar al otro. Y ello nos conduce a entendernos como un «nosotros», esto es, como una sola comunidad.
También debemos reconocer que esta cultura del cuidado es indispensable para que se forje la del «encuentro», aquella que nos permita aproximarnos a esa vulnerabilidad que afecta a gran parte de nuestros compatriotas: no solo un encuentro a través de una atención o donativo (alimentos, medicinas, etc.), sino desde la escucha a sus dolores y angustias. Justamente una cuestión que Francisco nos recuerda en la Fratelli Tutti, al reflexionar sobre la Parábola del Buen Samaritano, la necesidad de romper barreras, porque «la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro» (FT 66).
En suma, esta cultura del cuidado es un modo de ejercer ciudadanía, asumir un rol activo para ser agentes de cambio y no caer en la resignación, sino recuperar ese espacio de la política en sentido amplio. Y las próximas elecciones serán una oportunidad de elegir auténticos representantes de nuestra sociedad, que más que abogar por intereses subalternos y mezquinos, piensen en los problemas de nuestro país, en las necesidades más urgentes. Y una de ellas es seguir paliando la crisis generada por la COVID-19, a lo que se ha sumado actualmente la cuestión de las vacunas, a fin de garantizar su acceso universal y gratuito y sin aprovechamiento de agentes privados, colocando preferentemente a los más vulnerables.
Finalmente, la invitación del papa es para toda persona de buena voluntad que reconozca el valor de la dignidad humana, aquella que ha sido vulnerada más que nunca. Por eso su deseo de que seamos testigos y profetas de la cultura del cuidado que no debe estancarse en lo personal, sino ampliarse a otras dimensiones sociales, ecológicas, económicas, culturales y demás. Y no como una simple utopía, sino engarzada en acciones concretas que podamos perpetrar desde lo pequeño y cotidiano porque, al fin y al cabo, lo importante es sumar y crear condiciones que rehabiliten la vida, pues solo así habremos aprendido lo que ha significado esta pandemia y la oportunidad que se deriva de ella para hacer posible una sociedad más justa para todos.
* Integrante del Equipo de Teología del Instituto Bartolomé de Las Casas
Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.