Hay comportamientos humanos despreciables. Como si nos creyéramos superiores, eternos, indispensables, permanentes y además con actitudes prepotentes de abuso de nuestra casa común, provocando deterioros y daños irreparables.
Con el covid 19, la soberbia humana ha sufrido un sacudón gigantesco e inimaginable. Nos hemos dado cuenta de lo frágiles que somos y que ninguna fortuna, propiedad ni seguro médico o de vida, nos puede librar del miedo a contagiarnos. De pronto nos encontramos en medio de una pandemia, cara a cara con la muerte. El indispensable confinamiento paralizó al mundo, suspendiendo numerosas actividades presenciales. Nos encontramos frágiles, indefensos, llenos de temores, presa de incertidumbre, en un tiempo de oscuridad y zozobra.
Los científicos empezaron a trabajar contra reloj para encontrar una vacuna. Varios laboratorios se empeñaron con todos sus recursos en esta labor: la investigación, la prueba–error, los procedimientos, los experimentos, los voluntarios, las fases…
Los resultados positivos de la vacuna para el covid-19 fueron noticia de primera plana en los medios y redes del mundo, sin duda, una esperanza para enfrentar a la pandemia. Los ojos de todo el planeta se enfocaron en los laboratorios, las organizaciones y negociaciones de los gobiernos, para su fabricación y distribución.
Las vacunas han encendido «luces de esperanza» en este tiempo de penumbra y escepticismo, pero para que estas luces lleven esperanza al mundo entero, tienen que estar a disposición de todos, ninguna persona puede ni debe ser excluida de su administración. Es una obligación ética y moral, que en palabras del Papa Francisco entenderíamos que “la ética es la medida universal del auténtico bien humano” (2019).
Y en la noche de la Navidad (2020), Francisco señaló, que «la ley del amor y de la salud de la humanidad» está por encima de «las leyes de mercado y las patentes» por lo que todos los estados, los organismos internacionales y las empresas deben «proponer la cooperación y no la competencia, y buscar una solución para todos». Así, el reto actual, inminente, impostergable es lograr «vacunas para todos. Especialmente para los más vulnerables y más necesitados del planeta» sentenció.
Ni siquiera se debe considerar la posibilidad de no vacunarnos. Todos, sin excepción, debemos hacerlo. La vacuna es una alternativa encaminada a protegernos y a proteger al prójimo, de un posible contagio, “es una elección ética porque estamos jugando con nuestra salud y con nuestra vida, pero también estamos jugando con la salud y la vida de los demás” (cfr. Cardenal O Malley, 2021).
Debemos vencer al miedo a vacunarnos, recelo causado por opiniones contrarias, algunas con intencionalidades no claras y por falsas noticias que van y vienen en las redes sociales. Tengamos presente que el amor aleja el miedo. Vacunarnos es un acto de respeto, amor y solidaridad consigo mismo, con el prójimo y con toda la humanidad.
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Carta de la Comisión Ecuatoriana Justicia y Paz
Con los ojos fijos en Él, en la realidad y la fe