Jose Antonio Varela Vidal* .- En medio del dolor y la muerte que acarrea la pandemia del COVID-19 en el mundo entero, un sector cifra sus esperanzas de solución en el auxilio de Dios, mientras otros han depositado su confianza en los científicos.
Como una luz para los tiempos actuales, que conjuga ambos campos de fe y ciencia, surge la figura indiscutible del venerable José Gregorio Hérnandez, médico venezolano fallecido en Caracas en 1919 y cuya beatificación parece ser una realidad, según lo informado por la Santa Sede en abril último.
Será posible venerar así a un laico nacido en un distrito del estado de Trujillo en 1864 y que, desde temprana edad, conoció lo emocionante que podía ser la vida cristiana, gracias a la formación y ejemplo que recibió en la casa familiar de Isnotú.
En su vida abrazaría la espiritualidad del santo de Asís, al convertirse en terciario franciscano seglar, espacio desde el cual apreciaría el don de servir a los más pobres y necesitados. Tal era su anhelo de consagrarse a Dios, que no dudó en tocar las puertas de un monasterio y del seminario mayor. En oposición a esto, el Señor le encargaría otra misión en el mundo: el cuidado de la salud física de las almas. Sería un médico y de los mejores…
Un Santo se hace
Al venerable galeno no se le conoce solamente por haber sido un laico comprometido, que en su vida ejerció la medicina sin límites ni excusas, provisto de una compasión edificante, sino también, por obtener tanto acierto en sus diagnósticos y procedimientos.
Él fue un investigador científico, autor de varios libros de medicina y reconocido docente universitario. Asimismo, fue un políglota que pudo acceder a literatura de avanzada e incluso recibir misiones del gobierno venezolano para visitar laboratorios en Europa, junto al encargo de adquirir con total transparencia equipos e insumos de alta tecnología para algunas universidades y hospitales de su país.
Afincado entre los suyos, desarrolló la medicina primero en su pueblo natal y después en Caracas. Desde Isnotú escribió diversas cartas, donde relataba las enfermedades más asociadas a las condiciones de pobreza de su gente, a lo que añadía relatos patéticos sobre lo mal implementado que estaba el hospital, la botica pública, todo…
Convocado por las autoridades de la capital -y en actitud de obediencia por un bien mayor-, responde al llamado y se embarca hacia Francia para perfeccionarse en su campo de estudio. Este sería el inicio de un periplo formativo que lo llevaría también a España y Estados Unidos. Todo este esfuerzo lo volcaría luego a modo de legado, al introducir algunos conceptos y la práctica de la medicina moderna en Venezuela.
Fama de santidad
José Gregorio Hernández tuvo todo a su favor para ser un próspero profesional, con posibilidades de ejercer su carrera con holgura en su país o el extranjero. Hasta podría haber sido convocado a la gestión pública como ministro de sanidad o rector de la universidad nacional. Sin embargo, los planes de Dios, que contaba siempre con la disposición de su discípulo, eran otros.
Si bien ejerció la medicina y la docencia -ambas de modo sobresaliente-, su tiempo más preciado lo reservaba para rezar, participar de la parroquia y en ejercer las obras de misericordia. Tres bases donde debería apoyarse todo proyecto de santo.
Desde su consultorio atendía a los pacientes de todos los estratos, desviviéndose por aquellos que no podían cubrir los gastos de un procedimiento clínico, o que se quedaban sin medicamentos para culminar un tratamiento. Estas virtudes de desprendimiento, mortificación y servicio moldearon en él un corazón inflamado de caridad, cuya tendencia lo llevaba por nuevos caminos de perfección cristiana.
Hay testimonios venidos del interior de su familia que relatan cómo el hoy venerable José Gregorio pedía que su sueldo del hospital y de la universidad se lo pagaran en monedas de entonces. Era así como tenía disponibilidad para visitar en el día de pago, a aquellas personas o familias afectadas en su salud y que tenían muy poco o nada de dinero, para restablecerse de sus dolencias.
Así, gradualmente, iba brotando de él un hombre nuevo, que lo llevaría a ser reconocido ya en vida, como el «Médico de los pobres».
Intercesor en el cielo
Moriría en el cumplimiento de su deber a los 54 años, pues mientras corría a atender a un enfermo grave, fue atropellado por un automóvil. Como consecuencia de la caída se fracturó el cráneo y nada se pudo hacer. Se había extinguido así la vida de un apóstol de la ciencia y la fe, aspectos que cabe precisar, nunca fueron incompatibles en la vida del próximo beato.
Los relatos de la época narran lo multitudinario que fue su entierro y cómo lloraban todos por su muerte. Enterrado primero en el Cementerio del Sur, sus restos fueron trasladados en 1975 a la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria en el centro de Caracas, lugar que es hoy un centro de peregrinación masiva, donde los fieles invocan y agradecen a su médico del cielo.
Conocidas sus virtudes y escuchados los supuestos prodigios, narrados por sus devotos en todo Venezuela y aún en el extranjero, las autoridades eclesiásticas abrieron en 1949 el proceso de beatificación en el Vaticano, lo que lo llevó a ser declarado venerable en 1986 por san Juan Pablo II.
En abril último, el comité de teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos aprobó el expediente que relata de modo fehaciente, una curación milagrosa obrada por la intercesión del venerable médico.
En palabras del cardenal Baltazar Porras, arzobispo de Caracas, este hecho muestra que el proceso va por buen camino, y es una oportunidad para que cada uno de los venezolanos «Haga resurgir las virtudes de José Gregorio Hernández que todos tenemos dentro, para hacer la Venezuela que soñamos y anhelamos».
El milagro esperado
Corría el mes de marzo de 2017 y la niña Yaxury Solórzano tenía entonces diez años y no podía sentirse más feliz, mientras abrazaba por la cintura a su padre quien la trasladaba en su motocicleta. Viajar cerca a los campos de su pueblo natal en el distrito llanero del estado de Guarico, le daba más inspiración para su vida de precoz artista.
De repente, llegó una amenaza de asalto, luego la fuga y la velocidad, el miedo de su padre, el suyo propio y de pronto un tiro, unos perdigones letales, una muerte segura…
A continuación, Yaxury despertaría en la cama del hospital de San Fernando de Apure, como una paciente operada del cerebro y con daños que parecían irreversibles, producto de los proyectiles que habían dañado su masa encefálica y fracturado el cráneo. Ante tanto dolor, su madre -que lo aprendió de la abuela-, encomendó su sanación al venerable José Gregorio, muy conocido e invocado en su pueblo.
Lo demás es historia. Y esta vendría mediante la constatación de los neurocirujanos del hospital, con nuevas imágenes: Yaxury Solórzano no tenía más evidencia de daño cerebral; por el contrario, reía, cantaba y caminaba muy bien.
Fue así como a la junta médica vaticana y al comité de teólogos, se les allanó el camino para declarar lo inexplicable del hecho para la ciencia, así como su carácter sobrenatural. Ahora solo queda esperar el veredicto del consejo de cardenales para que el papa Francisco lo declare beato y sea elevado a los altares.
Es un hecho que seguirá obrando milagros, junto a otros santos médicos contemporáneos como Giuseppe Moscati, Gianna Beretta y el futuro beato Giuseppe Ambrosoli, entre otros. Más allá, desde aquel hospital de atención permanente que es el cielo.
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* Periodista peruano, colaborador de SIGNIS ALC
Artículo publicado originalmente en el sitio de la Arquidiócesis de Miami