Néstor Alberto Briceño Lugo*.- Uno de los aspectos más difíciles durante este tiempo de pandemia, tanto para laicos como clérigos, ha sido poner en práctica las disposiciones que impiden reunirnos como comunidad para la celebración Eucarística. Muchas opiniones han surgido a raíz de la disposición vaticana que permite celebrar la Eucaristía de manera privada y otras tantas por el ánimo creativo de quienes las transmiten por las nuevas tecnologías de información y comunicación.
Algo está muy claro y es que nuestra espiritualidad, como católicos, es una espiritualidad Eucarística. Por esto, me voy a detener un momento para explicar esos dos términos.
Espiritualidad Eucarística
La espiritualidad es un rasgo presente en todo ser humano, así como la corporeidad. Por lo tanto, todo hombre y mujer posee una espiritualidad, lo que significa una capacidad relacional que profundiza en el ser de la persona, llegando a impactar el alma y el espíritu, el intelecto y los afectos, hasta reflejarse en el cuerpo. Así, la espiritualidad se vive en cuatro dimensiones: consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con el Trascendente, que para nuestro caso como cristianos es con la Trinidad Divina.
Por otra parte, la Eucaristía es definida por el Concilio Vaticano II como «fuente y culmen de toda vida cristiana» (Lumen Gentium 11), lo que ha sido enfatizado por San Juan Pablo II al afirmar que «La Iglesia vive de la Eucaristía» (Ecclesia De Eucharistia, 1). Desde pequeños hemos aprendido que la Eucaristía es el sacramento donde encontramos a Jesucristo en cuerpo y sangre, alma y divinidad, teniendo ya la temprana intuición, desde nuestros parámetros culturales, que la presencia sacramental supera al signo y al símbolo para crear una categoría que no es comparable.
¡Hermoso intercambio que se presenta en la Eucaristía! rezamos repetidas veces durante el año, refiriéndonos a ese misterio de la transustanciación donde el pan pasa a ser la carne de Cristo y el vino su sangre, y sin embargo, con nuestros limitados ojos vemos pan y vino, aunque objetivamente ya sean cuerpo y sangre de Cristo. Aquí encontramos la primera dificultad para comprender la grandeza de este sacramento: Existe una diferencia sustancial entre el concepto de signo utilizado en la teología (que nos llega desde antes del siglo IX) y el sentido dado a esta palabra por la semiología, ciencia contemporánea que estudia los signos y símbolos. Por eso, si entendemos el sacramento comprendiendo el signo como lo hace la cultura contemporánea, es decir, «Objeto, fenómeno o acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro» (dle.rae.es/signo), entonces estaremos disminuyendo esa mirada objetiva que nos da la fe sobre la presencia real de Cristo a un mero objeto que representa (o sea, que no es, que está en lugar de…) al cuerpo y sangre de Cristo. Pero si entendemos la palabra signo desde la teología, donde el elemento significante también opera como el significado (Cfr. Beinert, Signo en Diccionario de Teología Dogmática; Parente, Piolanti y Garofalo, Signo en Diccionario de Teología Dogmática), entonces comprendemos que el Pan y el Vino son sacramento porque llegan a ser signo del alimento que da la verdadera vida en cuanto que es realmente pan de vida. De allí, que la Eucaristía no sea solamente un gesto ritual sino la fuente y culmen de toda vida cristiana de la que vive la Iglesia.
La segunda dificultad es nuestra limitación para comprender la trascendencia eterna del misterio Eucarístico. Trataré de explicar este punto lo más clara y sucintamente posible. La Eucaristía es un acontecimiento histórico que nos abre a la eternidad. Nosotros, como seres históricos, nos movemos en una línea temporal, mientras que la eternidad está fuera de esa línea, es otra manera de existencia donde el tiempo deja de ser tal, encontrándose en lo que hemos llamado la meta-historia o el más allá de la historia. Los sacramentos, y de manera muy particular la Eucaristía, son capaces de romper la línea divisoria entre la historia y la meta-historia para hacer que el mundo divino se haga presente en el aquí y ahora, y hacernos partícipes de la eternidad. Por esta razón, solamente ha sido celebrada una gran Eucaristía en toda la historia, en la cual se insertan todas las demás Eucaristías. Haciendo un pequeño hueco en nuestra temporalidad, nos introducimos en esa celebración eterna en la que se hace presente la Iglesia militante, con la purgante y la triunfante para vivir la comunión con Dios. Como lo ha expresado magistralmente el santo Papa polaco: «A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.» (Ecclesia De Eucharistia, 4).
Regresando ahora al tema que nos ocupa, la vivencia de la espiritualidad Eucarística implica nutrirse de tres alimentos que están presentes en la celebración de la Santa Misa: la comunión con la Palabra de Dios (las Sagradas Escrituras), la comunión con la caridad fraterna (la Iglesia que es el cuerpo místico de Cristo) y la comunión con el Cuerpo de Cristo (pan Eucarístico). Ninguno de estos alimentos se contrapone al otro ni debe ser considerado como más importante (Cfr. Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 174). De esta manera, quien basa su vida en Cristo, busca alimentarse de la Eucaristía para que la Palabra de Dios hable a su vida y le guíe, la Iglesia le acompañe a realizar su misión y la comunión del cuerpo de Cristo le configure con Aquel a quien tanto ama. El amor del cristiano se enraíza en la Eucaristía, haciéndole partícipe de la vida Trinitaria y del eco de la misma en esta tierra que es la Iglesia.
¿Cómo vivir la Espiritualidad Eucarística?
Ahora bien, en este momento en el cual no podemos reunirnos para celebrar juntos la Misa, ¿cómo podemos vivir la espiritualidad Eucarística?
A continuación, me voy a arriesgar a puntualizar algunos aspectos a manera de respuesta, de forma tal que no nos perdamos en la exposición.
1. Es el momento de tener hambre y sed de Dios. El pueblo de Israel en el destierro, siente las ansias y la nostalgia de reunirse a celebrar su fe como pueblo de Dios; este deseo lo hacemos presente cada vez que rezamos el Salmo 62: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria!» (Sal 62,2-3).
Tener hambre y sed de Dios, no está mal. De hecho, desear al Señor hará que nos movamos hacia Él, que le busquemos incesantemente en todo lo que somos y hacemos; es ponernos en camino afianzando los propios pasos peregrinos. Tener hambre y sed de Dios crean la nostalgia de la vida en Él, reconociendo su paso al lado de cada uno y dirigiendo la mirada a la interioridad del ser. Como lo expresa el salmista, citando apenas el principio de su canto: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sal 41,2-3).
Estos sentimientos también se han hecho presentes en nuestro pueblo durante estos días. De muestra, solamente quiero citar a una joven mexicana que ha expresado en su cuenta de Twitter: «Like (corazón) si tú también al terminar la etapa de cuarentena, lo primero que harás es ir a Misa.» (Inés Arenas, @inesands, 26 de marzo de 2020), quien tuvo con este mensaje una resonancia de 2,7 mil likes y 205 retweets. Esto significa que para un cierto número de jóvenes, hay un hambre real del pan Eucarístico, pues aunque esta muchacha valora en múltiples mensajes las Misas transmitidas por las diversas redes sociales, su deseo es poder participar presencialmente de la Eucaristía.
2. La imposibilidad de la participación física del sacramento eucarístico invita a la preparación para el momento adecuado. A veces, producto de una sociedad que se preocupa demasiado por el sentirse bien y eliminar las incomodidades, buscamos minimizar las situaciones. En este momento no podemos hacerlo. Hay una realidad y es que no hay posibilidad de recibir la comunión sacramental para una gran inmensidad de feligreses. Tal vez sea momento de hacer un alto y revisarnos sobre las razones que nos llevan a la comunión frecuente. En el decreto Sacra Tridentina Synodus, donde San Pío X permite la comunión frecuente (20 de diciembre de 1905), el santo presenta las características de la recta intención en este caso: «La rectitud de intención consiste en que el que comulga no lo haga por rutina, vanidad o respetos humanos, sino por agradar a Dios, unirse más y más con Él por el amor y aplicar esta medicina divina a sus debilidades y defectos.» (8,2). Este es un momento para hacer examen de conciencia sobre la recta intención para recibir la comunión, sabiendo que «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (Francisco, Evangelii Gaudium, 47).
3. La celebración diaria de la Eucaristía. Estamos viviendo en este tiempo de pandemia una hermosa experiencia: los presbíteros estamos celebrando diariamente la Eucaristía, recordando al mundo que el misterio Eucarístico y el Orden Sacerdotal están íntimamente relacionados. Es importante aclarar varias cosas con respecto a este punto:
a) Sentido de la Misa solamente con el presbítero celebrante. De la discusión presentada al principio de este texto, queda claro que la Eucaristía tiene una dimensión comunitaria que es histórica y otra que es metahistórica; quedarnos con una sola de esas dimensiones nos llevaría a distorsionar el sentido del sacramento. Por lo tanto, en la celebración Eucarística, aunque históricamente esté solamente el sacerdote celebrante, meta-históricamente se está uniendo a la Iglesia como un todo trans-histórico (que recorre la historia y lo que está más allá de ella). Allí se vive la comunión de los santos en torno a Cristo.
b) Permiso para celebrar la Misa el sacerdote solo. No estamos acostumbrados en estos tiempos a esa práctica, sin embargo, antes del Concilio Vaticano II era bastante común. En ningún momento está prohibida este tipo de celebraciones pues, aunque la Instrucción General del Misal Romano estipula que «No se celebre la Misa sin un ministro, o por lo menos algún fiel, a no ser por causa justa y razonable» (254), el Código de Derecho Canónico lo justifica ante la urgencia del sacerdote de celebrar la Misa diaria «aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles» (C. 904).
c) El sacerdote preside «in persona Christii». En virtud al Sacramento del Orden Sacerdotal, el presbítero actúa ministerialmente como presidente de la asamblea Eucarística ofreciendo al Padre en el Espíritu Santo tanto a Cristo, como a la propia comunidad y a sí mismo (en cuanto actúa en persona de Cristo). No hay Eucaristía sin presbítero.
4. La participación en la Eucaristía a través de los medios de comunicación. No es esta una discusión nueva. Ya desde hace mucho tiempo, se transmite la Misa por radio y televisión. Ahora con la entrada de nuevas tecnologías y en esta situación de pandemia, se han multiplicado los esfuerzos por brindar a los fieles la participación en la Misa a través de estos medios. Pienso que hay algo que se debe dejar muy claro: no celebramos la Misa para transmitirla por internet, pues eso sería desvirtuar el fin de la Eucaristía; transmitimos por internet aquello que celebramos para incluir a quienes no pueden estar físicamente en la Misa. Tal vez sea una diferencia muy sutil, pero una cosa es poner el énfasis en la transmisión por internet y la otra es ponerla en la celebración misma, resultando la transmisión en algo accidental. Aquí, los presbíteros que compartimos nuestras celebraciones por internet debemos hacer examen de conciencia y corregir aquello que debamos para no perdernos en el medio utilizado, enfocándonos en el fin de nuestro ministerio sacerdotal.
No quiero dejar pasar la oportunidad para resaltar el testimonio de unidad que han mostrado muchas comunidades sacerdotales al transmitir las Eucaristías concelebradas. Allí empieza la comunión y es un gesto de participación en el único sacerdocio de Cristo.
5. Participación plena en la Eucaristía durante la pandemia. Aquí no puedo estar con medias tintas. Si bien es cierto que es muy importante en este tiempo para todos los cristianos ver la Misa al menos dominicalmente,
también es verdad que «la plena participación en la Eucaristía se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión.» (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 55).
Sirva nuevamente un joven twittero, ahora de Colombia, para ilustrar con palabras más cercanas lo afirmado en el párrafo anterior: «Esto de ver Misa por Internet es como tener hambre y ver Master Chef.» (José Sosa, @JoseaSosa24, 28 de abril de 2020). Sí, hace falta la comunión sacramental para lograr esa plena participación, pero «Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa.» (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 55).
Aún así, ¿se puede hablar de una participación en la Eucaristía a través de los medios de comunicación?
No dudo en responder afirmativamente a esta pregunta, pues estos medios permiten que establezcamos contacto en tiempo simultáneo para lograr una comunicación efectiva. Por esta razón, se ha insistido en participar en las transmisiones en vivo, aunque sabemos que en nuestro contexto se hace difícil por las deficiencias del internet. La presencia personal entre los dos extremos del teléfono o de la computadora o del medio utilizado, es cierta y produce el encuentro de aquellas personas que están lejos físicamente. Para quienes aún dudan de esa presencia telemática, recordemos el momento extraordinario de oración del Papa Francisco el día 28 de marzo ante una plaza de San Pedro físicamente vacía, pero ciertamente más llena que nunca debido a la presencia de los millones de orantes que acompañamos al Pontífice a través de diversos medios.
Y si aún no convenzo, pues comparto una experiencia personal. El día 6 de noviembre de 2015 en horas de la madrugada recibí una llamada telefónica de mis hermanas. Ellas estaban en Caracas y yo en Puerto Ordaz (son unos 700 kms de distancia). Mis hermanas estaban junto a mi madre y mi padre agonizante. En esa llamada rezamos juntos y a través del teléfono estuve al lado de mi padre en su lecho de muerte. Si esa presencia se puede dar, ¡con más razón podemos estar orando y celebrando la fe juntos como una gran comunidad!
6. La comunión espiritual como elemento unificador. Nuestra unidad como Iglesia surge de la vivencia de la Eucaristía: todos nos nutrimos de un mismo pan, el pan de vida. Sin embargo, nos dice Benedicto XVI, «cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental (…) es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual.» (Sacramentum Caritatis, 55). Invitar en el momento de la comunión a quienes están en casa a unirse en esa comunión espiritual es tomar conciencia de ese boquete espacio temporal abierto en cada Eucaristía, del que hablamos al principio, para participar con un solo corazón y un solo espíritu en la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Y, volviendo a mi experiencia anterior, aunque no podamos abrazar a Cristo en el alma así como no pude abrazar a mi padre en su lecho de muerte, podemos vivir el amor de ser una sola familia.
7. Todas las demás celebraciones son buenas e importantes, pero no perdamos la Eucaristía. Otro de los aspectos hermosos de este momento es que han surgido múltiples formas de acompañar y celebrar la fe, insistiendo en fortalecer la Iglesia doméstica. Esta es una oportunidad maravillosa para nutrir la formación espiritual y religiosa, crear espacios para compartir la fe en familia y todas aquellas iniciativas que surgen con el fin de vivir la fe en Cristo Resucitado. Pero ellas no pueden ser sustitutos de la Eucaristía.
En conclusión, la centralidad de nuestra espiritualidad Eucarística es lo que nos brinda la fuerza necesaria para ser en estos momentos buena noticia y esperanza para el resto de la humanidad. Vivimos ahora los frutos de las celebraciones Eucarísticas que hemos celebrado a lo largo de los años, por lo que el deseo es calmado por el recuerdo. ¡Esperemos con alegría el momento en el cual podamos, como gran familia, sentarnos nuevamente juntos en el banquete Eucarístico!
* Sacerdote y presidente de SIGNIS Venezuela