José Antonio Ulloa Cueva*.- En las últimas semanas, los medios de comunicación han dado cuenta de hechos en los que nuevamente se ha puesto de manifiesto viejas creencias y conductas discriminatorias que aún no logramos desterrar de nuestra sociedad.
Niñas y niños en los colegios y en los barrios se siguen choleando y marginando por el color de su piel. En casa, los padres y las madres continúan seleccionando las amistades en función de la raza y su condición socioeconómica. En los estadios, se sigue insultando y agrediendo a los deportistas por su origen étnico.
En las calles, persisten las miradas y comentarios de menosprecio hacia otras personas por asumirlas inferiores. En los medios de comunicación, «el serrano», «el negro» y «el cholo» aún son objeto de burla. Un estudio realizado en 21 ciudades del Perú por el Consejo Consultivo de Radio y Televisión (CONCORTV) en 2015, señala que el 57% de los encuestados manifestó que la televisión difunde contenidos discriminatorios, y el 31% piensa que ese medio muestra negativamente a la población indígena.
En otra investigación del 2014 se indicó que el 32% de adolescentes opina que las series, miniseries y telenovelas reflejan discriminación hacia ciertos grupos sociales.
Según el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos (MINJUSDH), el 81% en el Perú considera que la discriminación es constante; el Latinobarómetro indica que el 39% de peruanos piensa que son discriminados por su raza; y CPI señala que el 89.5% de limeños piensa que existen actitudes que discriminan a los provincianos por «cholos».
Sí, aunque nos cueste aceptarlo, somos un país racista. En el Congreso Mundial sobre Xenofobia, Racismo y Nacionalismo Populista en el contexto de la Migración Global, en setiembre de 2018, el papa Francisco mencionó: «Vivimos tiempos en los que parecen reavivarse y difundirse sentimientos que muchos consideraban superados. Sentimientos de sospecha, de miedo, desprecio y hasta de odio frente a individuos o grupos considerados diferentes a causa de su origen étnico, nacional o religioso y, como tales, no considerados lo suficientemente dignos de participar plenamente en la sociedad».
El Sumo Pontífice nos convoca a rechazar la xenofobia y el racismo porque dañan gravemente la dignidad de las personas. El 21 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, una nueva oportunidad para reflexionar sobre qué hacer para promover la tolerancia, la inclusión, la unidad y el respeto por la diversidad para combatir la discriminación. ¿En qué medida los mensajes que se transmiten en los medios de comunicación y los que replicamos en nuestra vida diaria, contribuyen a estigmatizar, invisibilizar, prejuzgar y excluir a las personas?
La esencia de la comunicación humana está en tender puentes entre las personas, solidificar relaciones y establecer comunión y comunidad. El comunicólogo mexicano José Antonio Paoli plantea la comunicación como el establecimiento de la «conciencia profunda del mutuo respeto», enfoque que implica reconocer valor en unos y otros, saberse y manifestarse valiosos, reconocimiento que está precisamente en el respeto.
«Al evocar en común el valor, se abre la comunicación. Cuando la conciencia es profunda en este mutuo valor, entonces estamos en un momento de comunicación», dice Paoli. Lamentablemente, la comunicación no está enfocada en este respeto mutuo. Debemos promover una comunicación que no solo visibilice a las poblaciones vulnerables, sino que las respete y las haga respetar, que revalore la diversidad cultural de nuestros pueblos y que vele por educar en la tolerancia y en la convivencia. Una comunicación inclusiva que no solo debe estar en los medios de comunicación o en las plataformas virtuales que tanto nos congregan en estos tiempos, también deberíamos hacerla vívida en la cotidianidad de nuestros hogares, centros laborales, barrios y demás espacios de interacción.
*Director del Centro Latinoamericano de Investigación en Arte y Comunicación. Docente de la Universidad Católica de Trujillo «Benedicto XVI»
La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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