Anahí Baylón Albizu*.- En nuestro país nos encontramos con un fenómeno recurrente respecto a las bibliotecas públicas. Cuando se le pregunta a un alcalde, un regidor o un gerente si es que van a invertir en la biblioteca de su jurisdicción, es infaltable el discurso de respuesta llenando de gloria a estas «importantes instituciones que contribuyen con la educación y la cultura del pueblo», etc. etc. Ese es el discurso. Pero después ocurre todo lo contrario.
Y así durante décadas, o hasta siglos si nos remitimos por ejemplo a la antigua biblioteca del colegio de San Pablo, construida antes que los demás ambientes por los jesuitas, en la Lima del S. XVI y que a comienzos del S. XVII tenía 4,000 títulos y a mediados del S. XVIII ya eran 40,000, mientras la Universidad de Harvard no contaba por entonces ni con la décima parte. Adecuadamente catalogada, era de lejos la mejor biblioteca de las Américas hasta que en 1767 el virrey Amat la clausuró y los libros fueron transferidos a la Universidad de San Marcos aunque físicamente permanecieron en el local del colegio. En 1821 San Martín fundó la actual Biblioteca Nacional con 11,000 libros, muchos de los cuales provenían del colegio. De los casi 30,000 restantes no se sabe nada. ¿Qué pasó? Por analogía con lo que veo desde 1975, supongo que los cambios de gestión se han llevado consigo los libros, los catálogos y el servicio.
Efectivamente. Todo esto y mucho más sigue sucediendo. Las municipalidades provinciales son casi 200, las distritales más de 1870, y varios miles más son los centros poblados de diversas categorías donde viven peruanos que en su mayoría no pueden acceder a libros variados, bonitos, útiles y gratuitos porque, aunque el Sistema Nacional de Bibliotecas no sabe exactamente cuántas bibliotecas públicas hay en el país, la Dirección General de Industrias Culturales y Artes (2016) estima que podrían ser entre 900 a 1000. Totalmente insuficientes para los más de 30 millones de personas que vivimos acá.
A lo largo de los años se han constatado muchos esfuerzos cuyos resultados han sido instalar bibliotecas. Sin embargo al poco tiempo desaparecen, porque el alcalde que se había entusiasmado con el proyecto cambió de idea o culminó su gestión. Uno de los casos más recientes es el de la red de bibliotecas de la provincia de Abancay, promovida por un grupo de voluntarios conformado por jóvenes de varias especialidades incluyendo bibliotecólogos. Nadie puede dar razón de qué ocurrió ahí. Como decimos en el norte «carrera de caballos y parada de burros».
Todas nuestras bibliotecas, las que logran subsistir y las más o menos afortunadas sobreviven en la periferia del estado empezando por Lima, donde hasta hace muy poco las bibliotecas barriales ostentaban el vergonzoso nombre de periféricas. Ninguna biblioteca es periférica para sus lectores. Todas, por pequeñas o pobres que sean, constituyen un espacio donde compartir, aprender, crear, enseñar, jugar, descansar o divertirse, vivir con los demás. Ahora ya son estaciones bibliotecarias, bien por eso. Niños que no pueden jugar en sus casas, jóvenes que no tienen lugar dónde estudiar, adultos que no tienen dónde pasar sus horas vacías, no tienen ojos para criticar la pobreza pero sí espíritu para disfrutar un espacio de la biblioteca pública. Mucha falta hace que el Sistema Nacional de Bibliotecas tenga la capacidad de ajustarle las bridas a las autoridades para que efectivamente promuevan de verdad sus bibliotecas y dejen de destruirlas.
Para enturbiar más el panorama, el Ministerio de Educación ignora olímpicamente la necesidad de incluir a las bibliotecas escolares en la planificación de los servicios educativos. Pero sin embargo edita y distribuye millones de ejemplares de libros de texto, todos iguales, a los estudiantes de primaria y secundaria del país mientras anuncia que uno de sus objetivos es promover la investigación. Sin bibliotecas y cada chico con un libro idéntico al de sus compañeros ¿qué van a investigar? ¿Será por casualidad cómo aplicar técnicas para inducir un pensamiento monolítico en las próximas generaciones?
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* Bibliotecaria, 43 años a cargo de la Biblioteca Municipal de Piura
Redacción:
La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.