José Antonio Varela Vidal* (Ciudad del Vaticano).- A la hermana Reina Angélica Zelaya la encontramos emocionada en Roma, con el corazón desbordante por la canonización de su maestro e inspirador, san Óscar Romero. Pero no solo eso le bastaba, llevaba un sombrero y una pañoleta conmemorativa, mientras cargaba en su mochila afiches, estampas diversas y una bandera de El Salvador.
Y tenía dos grandes tesoros que los agarraba firme con sus propias manos, y no los soltaba… Uno era la reliquia del cíngulo de Romero utilizado por el papa durante la misa, y que ella misma lo llevaría de vuelta a la tierra del santo para la veneración de sus fieles.
Y el otro tesoro era la hermana Blanca, a quien conducía en su silla de ruedas. Se trataba de una religiosa pasionista, que había visto a Romero por última vez en la casa de ejercicios de su congregación, y donde tuvo el retiro previo a su martirio. «Yo he dormido en la cama que él ocupó en nuestra casa de Roma», nos lo confiesa junto a sus 93 años.
Testigos y frutos de santidad
Varias fueron las personas que llegaron a la canonización, testigos de la santidad de Romero en su tierra. Estaba también una de las hermanas carmelitas que lo recibió en sus brazos al morir, así como una enfermera que le tocaba turno en la morgue aquel fatídico día, y su secretaria personal, a la que el papa abrazó agradecido ante el mundo entero.
Y ni qué decir de aquella anciana de más de 80 años, que destacó también Francisco por su alegría. «Yo lo escuchaba siempre», nos dice, mientras recuerda aquellos años en medio del miedo y la esperanza.
Si bien lo fundamental de la causa de santidad del obispo Romero han sido los testigos, a esto habría que añadir los frutos que son innumerables.
Uno de estos se puede constatar directamente, a través de la congregación de las Siervas de la Misericordia de Dios, fundada en el año 1995 en San Salvador, por la ya mencionada hermana Reina Angélica y que cuenta con el acompañamiento del cardenal Gregorio Rosa Chávez. Con 39 religiosas, hoy se extienden a varias ciudades salvadoreñas e incluso a Honduras, desde donde llegó la comunidad para completar el grupo con su fundadora.
Una congregación de a pie
La hermana Reina Angélica siempre está sonriente, siente una complicidad sana de llevar un hábito dedicado al santo obispo, del cual habla siempre en serio. «Debemos conocer mejor a Romero. En la comunidad nos propusimos leer más sus libros, y tenemos una Lectio Divina diaria con sus escritos», algo con lo que quiere animar a otros a hacer lo mismo.
Y no solo eso, para esta fundadora de a pie, «Romero es compromiso, con acciones concretas y siempre en medio de los pobres».
El grupo de religiosas, todas muy jóvenes, cargan también material promocional y sus guitarras, mientras graban con su celular lo que habla su fundadora. Luego discuten con ella los siguientes pasos en Roma, por lo que dejan ver así, una relación horizontal dialogante, que sería buen abono para las conversaciones del Sínodo de los Jóvenes.
¿Qué atrae a las jóvenes a su congregación?, le preguntamos al despedirnos. «Que somos mujeres sin doblez, como Romero. Y que damos testimonio misericordioso de Dios, caminando en medio de los pobres».
Y con el propósito seguramente de que fuéramos mejores devotos, al finalizar nos sorprende abriendo una cartera para que veamos la reliquia del cíngulo ensangrentado del nuevo santo mártir, y así poder venerarlo.
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* Periodista, colaborador de SIGNIS ALC.
Este artículo fue publicado originalmente en Nuestra Voz de Brooklyn.