Frei Betto*.- El papa Francisco elevó a los altares de la Iglesia Católica a dos nuevos santos; el papa Paulo VI, quien ocupó la silla de Pedro durante 15 años (1963-1978), y monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador asesinado a tiros por la dictadura de su país el 24 de marzo de 1980.
Les debo gratitud a ambos. Bajo el pontificado de Paulo VI, un grupo de frailes dominicos brasileños fue detenido en 1969 por el régimen militar, como muestra el filme Batismo de sangue, dirigido por Helvécio Ratton, y basado en un libro de mi autoría publicado por la editorial Rocco.
Algunos cardenales y obispos aceptaron la versión policial en cuanto nos detuvieron, acusados de «terroristas». Ese no fue el caso de nuestros superiores en Roma. Nos visitaron en la prisión y, convencidos de la injusticia dictatorial, mantuvieron informado al papa Paulo VI. Este nos envió como presente un rosario hecho con semillas de aceitunas del Huerto de los Olivos, en Jerusalén, y una afectuosa postal manuscrita. Y leyó mis cartas de la cárcel, editadas en Italia incluso antes de que se publicaran en Brasil.
Contrariado por el hecho de que el cardenal de Sao Paulo, Agnelo Rossi, asumiera la versión de los verdugos y negara que en Brasil se torturaba, Paulo VI lo sacó del país y nombró en su lugar a Paulo Evaristo Arns. Este nos dio todo su apoyo y se destacó por ser uno de los más valerosos defensores de los derechos humanos, como lo demuestran su actuación en el caso de Vladimir Herzog y en la autoría, junto al reverendo Jaime Wright, del libro clásico Brasil, nunca mais (Vozes), en el que se denuncian los métodos abominables del régimen militar.
Pablo VI tiene, entre otros méritos, el de haberle dado continuidad al Concilio Vaticano II convocado por su antecesor Juan XXIII, así como haber impulsado la renovación de la Iglesia Católica y publicado la encíclica Populorum Progressio (1967), un documento que es pilar de la teología de la liberación, resalta la dimensión política de la fe cristiana y subraya el concepto de pecado social.
Conocí a monseñor Romero en enero de 1979, en la ciudad mexicana de Puebla, durante la conferencia episcopal latinoamericana inaugurada por el papa Juan Pablo II. Le regalé mis Cartas da prisão (Fontana). Perseguido por los militares que gobernaban El Salvador, me agradeció: «Es posible que tenga que aprender a escribir cartas como esas», me dijo sonriendo.
No tuvo tiempo. Fue asesinado en plena celebración eucarística por quien creía que la fuerza de las armas puede silenciar la fuerza de la verdad.
Monseñor Romero era un obispo conservador, vinculado a la elite de su país, y sentía prejuicios con respecto a la teología de la liberación. Desconfiando de las clases de Biblia que impartía un sacerdote progresista, se apostó detrás de la cortina del auditorio para confirmar personalmente las herejías exegéticas del conferencista. El efecto fue el contrario. El arzobispo se convenció de que la lectura de la Biblia según la óptica de los oprimidos aproxima la fe a la esencia de la revelación divina. Y se convirtió en voz de quienes habían sido privados de derechos, libertad y vida en El Salvador.
Canonizar a un cristiano, proclamar su dignidad de santo, no significa exaltarlo a la perfección. Todos somos limitados y estamos marcados por el pecado. La Iglesia considera santidad el hecho de que esos cristianos han dado testimonio de los valores evangélicos. Siguieron con osadía el camino indicado por Jesús. Asumieron virtudes heroicas, como la de enfrentar sin temor toda suerte de acusaciones y persecuciones.
No se les eleva a los altares para ser adorados, sino para que sirvan de ejemplo a todos los que, como Jesús, dan sus vidas «para que todos tengan vida, y vida en abundancia» (Juan 10,10). Traducción de Esther Perez
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* Frei Betto es escritor brasileño, fraile dominico, conocido internacionalmente como teólogo de la liberación. Autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.autor, entre otros libros, de Por uma educação crítica e participativa (Anfiteatro).
Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.
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