Gonzalo Gamio Gehri (*).- Hemos descrito la profecía como una disposición crítica que concentra su atención en la experiencia de la injusticia y en el cuidado de los grupos vulnerables de la comunidad (los pobres, las mujeres, los migrantes), de cuyo lado está Dios. Tanto en el Primer Testamento como en los Evangelios, encontramos esta forma de crítica social y el compromiso con el que sufre. La profecía constituyó la forma en la que tanto el Pueblo de Israel como los seguidores de Juan, el Bautista, y de Jesús de Nazaret denunciaron el hecho de la injusticia y concibieron los modos de combatirla y prevenirla.
Hemos sostenido que el sentido profético persigue el ejercicio de la metanoia, la generación de un cambio en el modo de pensar y de sentir de las personas, que apunte a asumir la defensa del pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero, como sede de sentido de la historia. Se trata de interpretar la historia desde su reverso. No es ya la historia de los vencedores, o de las estructuras de poder económico y político, es el relato narrado desde la perspectiva de los más pequeños, aquellos que son los primeros en acoger el anuncio del Reino. Una virtud crucial para el cultivo de la profecía es la parrhesìa, la disposición a hablar con claridad y honestidad acerca de lo que es justo y verdadero, aún en circunstancias adversas. Incluso si ello implica pronunciarse en contra de quienes detentan diversas formas de poder: político, económico, mediático, etc.
La profecía constituye una actitud ante la justicia, que no es exclusiva de los personajes de la historia sagrada. A lo largo de siglos, muchas personas de buena voluntad, sentido de solidaridad y coraje han seguido el ejemplo de los profetas de la Biblia. En décadas recientes, Nelson Mandela y Martin Luther King –por evocar sólo a dos profetas de nuestro tiempo– predicaron el compromiso con los débiles y rechazaron la violencia como método para combatir la discriminación y la exclusión social. La resonancia espiritual de su discurso era notable, a pesar de que este se desarrolló a partir del lenguaje de los derechos fundamentales.
Uno podría preguntarse si el sentido profético es privilegio del creyente, de aquel que actúa haciendo explícita su conexión con la tradición judía y cristiana. Cornel West ha señalado con agudeza que el trabajo de la profecía no exige «un compromiso cognitivo con Dios». Aquellos que no suscriben un credo pueden creer en la justicia y en la solidaridad. Si se involucran en el camino de la paz y el cuidado de los derechos de los más débiles, están en consonancia con un Dios que ha sido descrito como Amor.
Si bien la profecía constituye un modo de estar en el mundo que tiene un lugar originario de configuración significativa, se trata de una disposición ética y espiritual que puede universalizarse y desarrollarse en espacios seculares. La preocupación explícita por la protección de los derechos humanos de los grupos que han sido en el pasado víctimas de estigmatización y violencia, así como el esfuerzo por promover la inclusión social y política de estos grupos, constituyen actitudes que entroncan decididamente con el sentido profético, con el servicio valeroso de un Dios que exige misericordia y no sacrificios de carácter puramente formal.
(*) Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.