Por: Rosa Achuy Aguilar (*).- Leer la noticia sobre Eyvi Ágreda, la mujer que fue quemada en un bus por una persona que la acosaba, mantiene en el tapete el tema de la violencia de género en nuestro país. Es inevitable preguntarnos en qué estamos fallando como sociedad, y no solo responsabilizar al Estado ante esta situación.
Visibilizar y dejar de normalizar la violencia de género es un gran paso; prevenir y erradicarla, un triunfo como sociedad. Sin embargo, aún hay un camino por recorrer. La sociedad aún carece de suficientes herramientas que coadyuven a la prevención y reducción de la violencia de género, porque en muchos casos no tiene una postura crítica de lo que significa esa violencia.
Si bien es cierto que estas herramientas deberían partir desde la familia, no se da en muchos casos. En algunos hogares aún es normal considerar a la mujer como un miembro de segunda categoría e, incluso, desde edad temprana está abocada a tareas domésticas que, en muchas ocasiones, han resultado en un ausentismo de la etapa escolar y, en consecuencia, reduce sus posibilidades de un mejor desarrollo personal.
Por ello, la sociedad se debe apoyar en otros espacios, como instituciones educativas que tengan, dentro de sus líneas de acción, una educación con enfoque de género de calidad desde la edad temprana. Impartida de manera adecuada ayudará a reconocer las diferencias que cada persona tiene en base a su género, a promover un entorno sano de bienestar y respeto de los derechos humanos; reconociendo en todo momento que cualquier hecho que resulte en una violencia de género constituye una violación a los derechos humanos.
Aceptar que somos diferentes, en distintos aspectos de nuestra persona, nos formará como personas que se autovaloran; así como también nos ayudará a vivir de manera digna y a reconocer los derechos de nuestra sociedad. Asimismo, se respetarán las diferencias de las otras personas, generando un ambiente de respeto, tolerancia, empatía y solidaridad desde pequeños. Saber que vivimos en una sociedad con diversidad apoyará la formación de un pensamiento crítico. Esto contribuirá a crear mayores acciones justas y solidarias de las existentes para erradicar normas sociales que se apoyan en la intolerancia y en la desigualdad de las estructuras de género y poder que derivan en violencia.
Por otro lado, educar con enfoque de género favorece no solo a una mayor inclusión y cohesión como sociedad, sino también a crear herramientas y capacidades que permitan reconocer espacios de acoso e intimidación en los diferentes ámbitos en que nos desarrollamos, no exclusivamente a nivel de pareja, sino también amical, familiar, laboral, etc. Porque al normalizar la violencia de género no se promueven estructuras justas; por el contrario, existe una tendencia de culpar a la persona afectada por lo sucedido. Esto desencadena que, al afectar el desarrollo emocional y físico de la persona, se mantengan espacios nocivos, que pueden dañar capacidades cognitivas, la salud física y emocional, así como ausentismo escolar, laboral e incluso llegar a la muerte.
Tenemos muchas tareas como sociedad, como país y está en nuestras manos lograrlo. Imaginemos una sociedad libre de violencia de género, como un gran paso. Donde se dé mayor apertura a las capacidades de todas las personas para aportar con el bien de la sociedad, restringiendo cualquier espacio que viole los derechos humanos y reconociendo que, si la violencia se da a un miembro de la sociedad, también se da contra la misma sociedad.
(*) Economista.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II