Jimena Esquivel Leáutaud*.- Se ha dicho y escrito mucho sobre el papel de la mujer en el mundo, en la sociedad, en la religión, en las Iglesias incluida la católica. Se han realizado seminarios, foros, debates, conversatorios, ensayos sobre el tema, pero la reflexión y el análisis nunca es suficiente, porque en muchos lugares, incluyendo la Iglesia, la mujer sigue siendo relegada a roles de escasa decisión, de irrelevante presencia y sigue sufriendo y padeciendo una cultura eminentemente machista. En la Iglesia al igual que en muchos otros espacios, la mujer sigue teniendo que demostrar su valía y sigue siendo tratada con cierto desprecio e inferioridad.
El Papa Francisco ha afirmado que «El papel de la mujer en la Iglesia no es feminismo, ¡es un derecho! de bautizada con los carismas y los dones que el Espíritu ha dado» (Discurso a la UIG, 12 mayo 2016). A 25 años de la carta apostólica Mulieris Dignitatem del Papa San Juan Pablo II, el actual Papa nos invita a replantearnos un modelo de mujer dentro de la Iglesia que sea decidida y activamente participativa.
No hay duda, somos las mujeres quienes más participamos en la vida de la Iglesia, quienes estamos presentes en la catequesis, en la liturgia, en la formación. Cada vez es más común, a pesar de todo el esfuerzo que eso ha conllevado, ver mujeres que forman parte de los consejos parroquiales, de los tribunales eclesiásticos, especialistas en teología impartiendo clases en las universidades y qué decir de la vida religiosa, donde más del 60% está conformada por mujeres. Hay que decirlo con todas sus letras: una parroquia funciona y puede dar servicios gracias a la atención de las mujeres.
En la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II se confirmó el derecho de la mujer a participar en todos los asuntos vitales, de acuerdo con sus condiciones personales, sin embargo resulta paradójico que aunque somos mayoría dentro de la Iglesia, no tenemos ninguna representación en la jerarquía, históricamente hemos sido marginadas y silenciadas, con dificultad nos hemos ubicado en puestos de decisión al interior de la institución y no ha sido valorada suficientemente nuestra presencia y participación, basta por ejemplo hacer un comparativo entre el número de Doctores y Doctoras de la Iglesia, solo cuatro [1] frente a 30 en el caso de los hombres; así en un mundo dominado por los varones, la Iglesia católica no es excepción.
Algunos analistas han señalado que en el siglo XIX, la Iglesia católica perdió a los obreros, en el XX a los intelectuales y a los jóvenes y parece que en este siglo XXI, de continuar como hasta ahora, se corre el riesgo de perder a las mujeres a quienes al «ningunearlas» se desperdicia y se pierde una riqueza incalculable [2].
Jesús y su relación con las mujeres
Seguir a Jesús, significa seguir su proyecto: anunciar y realizar el Reino de Dios (Mc 1, 15) que es liberación de todo lo que oprime a la humanidad y Jesús a lo largo de su vida mantuvo un proceso de redención y dignificación para todos, pero con emoción, porque yo soy mujer, hay que destacar que Jesús fue un gran dignificador de la mujer, considerada en aquel entonces como de segundo orden, indigna e inferior al varón. La forma como él se relacionó con las mujeres de su tiempo fue maravillosa y constituyó toda una revolución, una novedad, con sorprendente libertad, allí donde la mujer no tenía participación alguna en la vida pública y donde existían toda una serie de costumbres y prejuicios que imposibilitaban el que la mujer viviera y se desarrollara sin la atadura de un hombre (esposo, padre, hermano) precisamente allí es donde Jesús, interpelando su época, y a través de su propio testimonio, no sólo se relaciona con la mujer, sino que le devuelve su dignidad y la posiciona como un ser completo.
Las mujeres están presentes en su muerte, por una mujer, su madre, realiza el primer milagro e inicia su vida pública, a las primeras que se les aparece resucitado, es precisamente a las mujeres y en su círculo cercano de amigos y seguidores se encuentran también algunas mujeres, ahí están por ejemplo María Magdalena, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes y Susana, entre otras.
Jesús en su proyecto liberador, rompe los esquemas y las convenciones sociales de su época relativos a la mujer, por ejemplo mantiene una profunda amistad con Martha y María, las hermanas de Lázaro (Lc 10-38) conversa públicamente y a solas con la samaritana (Jn 4, 27) lo cual no estaba permitido, defiende a una mujer adúltera contra la legislación vigente (Jn 7, 8-10), se deja tocar por mujeres «impuras» como prostitutas (Lc 7, 36-58), enfermas, con flujo de sangre; escucha y atiende a varias mujeres como a la madre del joven de Naín (Lc 7, 11-17) la suegra de Pedro (Lc 4, 38-39), la pagana sirofenicia (Mc 7, 24-30) entre otras y también en sus parábolas aparecen muchas mujeres.
Jesús revolucionó su tiempo, pero para las mujeres su actitud y su relación fue toda una revolución, una liberación, nos dio dignidad y nos invitó a participar de la comunidad. Esto fue y es todavía semilla de transformación, que si bien muchas veces es ignorado y no se predica, debido al fuerte machismo y a la misoginia de algunos jerarcas y líderes dentro de la propia Iglesia, sigue resonando fuertemente en ella. La teóloga española, Dolores Aleixandre en el marco de la reflexión sobre la marginación de la que es parte la mujer al interior de la Iglesia y tomando en cuenta el Evangelio de Jesus, se preguntaba: «¿por qué tenemos tanto miedo al sueño circular y fraterno de Jesús? Por qué esa enorme confusión entre autoridad y poder».
Magisterio Post-conciliar
Asimismo San Juan Pablo II en su exhortación apostólica post sinodal sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y el mundo afirma que fundado en la palabra y actitud de Jesús, que son normativas para la Iglesia, no existe ninguna discriminación hacia la mujer en el plano de la relación con Cristo ni en la participación en la vida y santidad de la Iglesia. Por tanto se hace necesario pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia, a su realización práctica»[3]
Hoy es necesario que se reconozca el papel preponderante que tiene la mujer en la vida y misión de la Iglesia, nuestro sentir y nuestra forma de ver y acercarnos a la realidad es de una riqueza extraordinaria, las mujeres dentro de la Iglesia planteamos debates y análisis sobre cuestiones profundas a las que no hay que rehuir, somos imprescindibles para la Iglesia y no se puede limitar nuestra participación a cuestiones de servicios, se precisa como ha dicho el Papa Francisco, hacer una teología más profunda de la mujer y apostar porque nuestro protagonismo incida en la vida diaria de la Iglesia.
Los obispos latinoamericanos en Aparecida, también han profundizado la reflexión sobre el lugar de las mujeres y la necesidad de transformación de las situaciones que las oprimen para que puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión. Así han señalado que entre las acciones pastorales para llevar esto acabo es necesario impulsar la organización de una pastoral que desarrolle y promueva un mayor protagonismo de las mujeres, en colaboración con los hombres, ya que ambos son corresponsables por el presente y futuro de la sociedad humana.
Hay que garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos, así como las instancias de planificación y decisión pastorales, valorando su aporte, acompañar a las asociaciones femeninas en sus luchas y promover un diálogo con las autoridades para la elaboración de programas, leyes y políticas públicas que permitan armonizar la vida laboral de la mujer con sus deberes de madre de familia[4].
Para lograr el reconocimiento teórico y práctico de la mujer y su papel en la Iglesia, es necesario promover la reflexión acerca del impacto de los actuales modelos culturales en la identidad y misión que le compete tanto al hombre como a la mujer, en la familia, la Iglesia y la sociedad para generar competencias que les permitan favorecer su papel en la vida matrimonial, en el ejercicio de la maternidad y/o paternidad y en la evangelización.
Como parte de la dificultad que existe de tomar conciencia de la situación de falta de oportunidades y protagonismo de la mujer dentro de la Iglesia, es preciso señalar también que históricamente existen condicionamientos culturales que han generado ciertas imágenes, símbolos y costumbres que reproducen conductas que se viven como «naturales» de exclusión sin ser cuestionadas. Muchos hombres y mujeres han crecido en un ambiente marcado por una mentalidad que ha hecho ver como naturales lar relaciones jerárquicas entre los sexos y las consecuencias que de ello se desprenden también al interior de la institución de la Iglesia.
Desafíos pastorales
Quisiera terminar esta breve reflexión destacando la necesidad de insistir en la sensibilización sobre el papel trascendental de la mujer en la Iglesia, se precisa promover un protagonismo más amplio de las mujeres y un mayor reconocimiento de su aporte a la acción eclesial.
Hay que forjar comunidades inclusivas, donde todos y todas nos reconozcamos con igualdad de oportunidades y donde se trabaje en la promoción de la justicia y la denuncia de aquellas situaciones que discriminan e invisibilizan a las mujeres, incluyendo dentro de la propia Iglesia y el ejercicio de sus ministerios.
Se precisa la creatividad para proponer y realizar transformaciones a los modelos culturales y caminar hacia la concientización de la equidad de oportunidades entre hombres y mujeres, así la búsqueda es por una Iglesia sin poder ni privilegios, al servicio de los más pobres en donde las mujeres estemos activas, con iniciativas, incisivas porque jugamos un papel fundamental en la vida de la Iglesia y no estamos pidiendo ningún trato especial o diferenciado, lo que queremos es que se reconozca nuestro aporte y se valoren nuestros talentos y capacidades con la misma dignidad que a los hombres.
Urge que el aire fresco que está entrando por la ventana que ha abierto el Papa Francisco al plantear la posibilidad de recuperar el diaconado femenino y hacer una nueva teología femenina, se convierta en huracán que reavive y renueve los ministerios en la Iglesia, llevándose el olor a rancio y pasado que lamentablemente se percibe dentro de esta institución.
Hay esperanza de que haya una transformación dentro de la Iglesia porque son muchas las mujeres que han detonado y generado cambios a lo largo de varios siglos. La fuerza transformadora del Espíritu Santo será capaz de cambiar mentes y corazones para que un día, espero no muy lejano, mujeres y hombres podamos verdaderamente ser tratados con equidad, con la misma dignidad de sabernos hijos e hijas de un mismo Padre, que no hace diferencias y que nos ama por igual.
Notas
[1] Teresa de Avila, Catalina de Siena, Teresita de Lisieux y Hildegarda de Bingen.
[2] Las mujeres al rescate de la Iglesia Católica, Juan G. Bedoya, en EL PAIS, agosto 2016,
[3] ChL 50 y 51
[4] Documento de Aparecida # 458-463
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* Secretaria de la Dimensión o área de: Justicia, Paz y Reconciliación, Fe y Política de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social, Cáritas Mexicana
Foto: Ernestina López, lider indígena Maya