Por: Jennifer Karen Ponce Cori*.- «La acuchilló porque ya no la quería» (feminicidios), «pruebas no suficientes para indicios de violencia de género» (caso Arlette Contreras), «niña de 9 años da a luz a una bebé» (niña en Tacna), «la captó, violó, descuartizó y calcinó» (caso Jimena), «más adolescentes en la ruta del oro» (trata de personas) son algunas noticias, casi el pan de cada día, que revelan una sociedad que normaliza la violencia contra las mujeres. Estas aberrantes problemáticas son consecuencia de prácticas sistemáticas y machistas, que siguen atentando y exterminando la paz, tranquilidad y vida de miles de mujeres a lo largo y ancho de nuestro territorio peruano.
A nivel nacional, de las 197 mil denuncias por violencia familiar, el 67% son ejercidas contra mujeres, y el 68% de mujeres peruanas ha sido víctima de algún tipo de violencia según fuentes del Ministerio Público, Ministerio del interior y Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (1). En relación a la trata de personas (especialmente mujeres víctimas de explotación laboral y sexual), el Sistema de Registro y Estadística del Delito de Trata de Personas y Afines (RETA-PNP) registró 2095 casos de víctimas entre 2010 y 2017, donde las regiones con más denuncias fueron Lima y Callao, Madre de Dios y Cusco, según una investigación de la ONG Capital Humano y Social Alternativo (2).
A nivel local, el caso de la niña Jimena Vellaneda de 11 años del distrito de San Juan Lurigancho -reportada desaparecida el 1 de Febrero de 2018, después de su participación en un taller de pedrería en la Comisaría de Canto Rey, encontrada sin vida al día siguiente cerca de tal comisaría; y cuyo asesino confeso reveló haberla captado, violado, estrangulado y calcinado- conmocionó a la población peruana, y en especial a los vecinos y vecinas de San Juan de Lurigancho, distrito donde se ha registrado 376 violaciones sexuales, 2086 denuncias por violencia física y 1496 denuncias por violencia psicológica solo en el año 2016 (3).
Ante esta cruda realidad nacional y local, las palabras del Papa Francisco en su encuentro con los fieles en Puerto Maldonado (en Madre de Dios, en enero 2018) resuenan fuertemente porque «nos acostumbramos a utilizar el término ‘trata de personas’ (…) pero en realidad deberíamos hablar de esclavitud, esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro». También alzó la voz contra la violencia que sufren niñas, adolescentes y mujeres de nuestro país diciendo que «no podemos naturalizar la violencia, tomarla como algo natural (…), sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades. No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que también mujeres, especialmente adolescentes, sean pisoteadas en su dignidad».
Desde mi perspectiva, este mensaje es clave y nos exhorta a rechazar la primacía de una cultura machista que produce y reproduce prácticas que menosprecian, denigran, violentan a las niñas, adolescentes y mujeres de este país. Necesitamos ir a la raíz, reflexionar nuestras acciones, actitudes, prácticas como ciudadanos y ciudadanas para erradicar y prevenir todo tipo de violencia en nuestras familias, relaciones de pareja, colegios, centros laborales, organizaciones, etc. Necesitamos seguir organizándonos como sociedad civil; por ejemplo, la plataforma Ni Una Menos-San Juan de Lurigancho sigue activando y pasamos de la movilización a la propuesta. Nos toca a todos, creyentes y no creyentes.
Asimismo, el rol de las instituciones políticas es fundamental para prevenir la violencia y lograr una verdadera equidad de género desde las comisarías, el Poder Judicial y los Ministerios implementando políticas públicas eficaces. No en vano, en 2015 los gobiernos asumieron el compromiso político de la Agenda 2030, cuyo Objetivo de Desarrollo Sostenible 5 es lograr la igualdad entre géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas, y una de sus metas específicas es «eliminar todas las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación» (4). ¿Podremos lograrlo?
Recordemos que el próximo 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer, y seguramente muchos y muchas enviarán mensajes, videos, tarjetas, flores para «celebrar» la fecha de las mujeres. Pero más allá de la mera celebración, tenemos que ser conscientes del tipo de sociedad que reproducimos cada día. El 8 de marzo es un día de conmemoración de las mujeres que nos precedieron en la lucha por nuestros derechos laborales, políticos y sociales (5). Es también una fecha para reflexionar nuestro presente y futuro como sociedad y Estado: ¿Cuánto hemos avanzado y hacia dónde vamos en la erradicación y prevención de la violencia contra las mujeres? ¿Cuánta sangre, víctimas y muertes más necesitamos para abrir los ojos, despertar y tomar verdaderas acciones? No regales flores. Regala respeto, educación, organización y paz.
(*) Licenciada en Ciencia Política, Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II
Columna La periferia es el Centro, compartida por el Diario La República, Perú