Por: Nino Villarroel Morante, SJ (*).- En la propuesta ética de Aristóteles se considera a lo que él llama «deliberación» como un elemento necesario en la vida. La deliberación es la capacidad que tenemos los seres humanos para reflexionar y discutir sobre nuestras decisiones y actos.
Es un ejercicio crítico y racional que ayuda a distinguir la mejor opción a elegir entre varias posibilidades, otorgando a quien la realiza amplitud de mirada y permitiéndole acoger el parecer del otro para evitar la cerrazón y el equívoco. Pero la deliberación personal en Aristóteles es parte de una propuesta mayor, a saber, de una ética para la sociedad.
En este sentido, la deliberación es también deliberación pública, y su ejercicio determina el modo de ser de una comunidad. La dinámica deliberativa aspira, pues, a la construcción de una comunidad racional, capaz de reflexionar sobre ella misma, en la que sus miembros sean responsables y capaces de ser críticos.
Pero ¿por qué hablar hoy de deliberación pública? En definitiva, porque creo que ella puede ser un aporte importante para el ejercicio de la memoria y la reconciliación en el Perú. La deliberación es necesaria para la construcción de una comunidad nacional como la nuestra, que, como sabemos, ha sido marcada por el conflicto armado desarrollado entre 1980 y 2000.
No deliberar en torno al conflicto, es decir, no discutir juntos sobre él, nos seguirá encaminando a una historia que minusvalora lo vivido y sus secuelas; no hablar del conflicto supone negar las víctimas, las fracturas y las brechas sociales discriminatorias que nos aquejan; supone, finalmente, decirle sí al autoritarismo y a la violencia.
Por el contrario, el ejercicio deliberativo, como propuesta ético-política, puede hacer posible la construcción de una sociedad democrática e igualitaria. En este sentido, las propuestas de la CVR abrieron un camino a la reconciliación, sin embargo, el diálogo en torno a ellas ha estado ausente en estos últimos años y sigue siendo un desafío tanto para la sociedad civil como para el Estado.
Necesitamos, pues, espacios deliberativos para la reconciliación, pero no solo en el ámbito político sino también en el educativo, ya que se trata de un espacio clave para la formación de los modos de ser en la sociedad. Cuando la deliberación se aprende en las aulas se forman ciudadanos dialogantes, respetuosos y autónomos.
Ejemplo de ello es el proyecto «Memorias Colmadas de amor» promovido por el colegio Fe y Alegría 13 de Collique y ganador del Premio Iberoamericano de Derechos Humanos Oscar Arnulfo Romero. A partir del recogimiento de las memorias de pobladores de la zona que vivieron la época del conflicto armado, el proyecto promovió el respeto y la valoración de los Derechos Humanos en toda esta comunidad educativa: docentes, personal administrativo, alumnos y padres de familia.
Este proyecto permitió a la comunidad educativa conocer la historia del conflicto y dialogar sobre sus secuelas, pero sobre todo reflexionar sobre las acciones necesarias para la creación de una cultura de paz en el país.
Finalmente, creo que los cristianos tenemos mucho que aportar ante el desafío de la reconciliación en el país. De hecho, nuestra fe nos lo exige, ella nos invita a colaborar con Cristo en su misión de reconciliación y redención de la humanidad, misión que, por supuesto, no niega la necesidad de justicia ni de reparación.
Creo que aprender a deliberar sobre el conflicto armado nos permitiría aportar, en concordancia con el Evangelio, tanto en el ejercicio de la memoria como en la búsqueda de la reconciliación en nuestro país, en pro de una sociedad justa, democrática y equitativa. Estamos invitados a deliberar para reconciliarnos.
(*) Jesuita Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Equipo de Pastoral – Parroquia La Virgen de Nazaret de El Agustino.
Iniciativa Eclesial 50° VAT II
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