Franklin Cornejo Urbina (*).- La amistad del apóstol Juan con Jesús, el más joven de los discípulos, es una demostración de amistad verdadera, de amor filial hacia el que se considera un gran amigo. Y ello ha quedado demostrado en el testimonio bíblico del y sobre el apóstol Juan conocido también como «el discípulo amado» por Jesús, que representa para los jóvenes (y los jóvenes de espíritu) al interlocutor que cuenta mediante preguntas, gestos y hechos una experiencia de confianza y paciencia en la juventud por parte de Cristo.
«Maestro (le pregunta Juan con otros discípulos en la última cena) ¿quién te va a traicionar?» Imaginamos a Juan ofuscado en medio de esa mesa, «recostado sobre el pecho de Jesús» (Juan 13, 21-26).
Ese mismo día, en otro momento, Pedro, Santiago y Juan van al Monte de los Olivos, en la hora de la agonía y la angustia del Señor y le escuchan decir: «Siento en mi alma una tristeza de muerte, quédense aquí y permanezcan despiertos» (Marco 14, 32-34).
Y allí está Juan en uno de los momentos más difíciles, el único de los discípulos al pie de la cruz, acompañando a la madre de Jesús. «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Juan 19, 25-27).
El biblista Gianfranco Ravasi comenta que «el apóstol Juan es un testigo ocular de la vida de Jesús con quien tuvo un diálogo profundo e íntimo», mientras que «el estudioso Raymond E. Brown, refiere que la expresión ‘el discípulo amado’ uniría al apóstol Juan y al autor del evangelio. Lo que habría hecho el evangelista Juan es recoger por escrito sus propias memorias», dice el periodista Antonio Sanfrancesco en la prensa italiana.
Pero Juan reaparece, esta vez con Pedro, corriendo hasta el sepulcro vacío. Debe haber llegado al lugar sudando, con los ojos muy abiertos. Era el primer día de la semana cuando María Magdalena va de madrugada al sepulcro, y ve la piedra quitada del sepulcro. (Ella) «echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó» (Juan 20, 1-8).
La actitud de Juan nos permite entender como los jóvenes pueden seguir sus ideales, luchar, sacrificarse por ellos hasta alcanzarlos. Juan fue uno de los primeros en comprender quién era Jesús y en identificarse con su palabra, lo siguió de cerca, no de lejos, y elaboró una narración propia para dejar por escrito su testimonio. «Era privilegiado, también ambicioso y batallero, pero entusiasta», comenta Carlo Maria Martini, estudioso del apóstol Juan.
En estos tiempos donde Cristo parece quedarse a un costado, encontrar al joven seguidor del Señor, «nos permite ubicar al Señor al centro de la estabilidad» (esas palabras se las escuché al padre Gastón Garatea en una charla), y a los jóvenes como protagonistas de esa acción. No como espectadores de los hechos, si como Juan, tomando decisiones, haciendo preguntas en medio de los más viejos y adultos, asumiendo un rol en la vida pública, demostrando su cariño y sensibilidad; dando la cara en los momentos de dificultad y de temor, corriendo con entusiasmo detrás de la verdad.
(*) Director de la Escuela de Periodismo, Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
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