Omar Serrano*.- «El Estado debe ser laico y la Iglesia debe atender las cosas de la fe.El retorno de la Iglesia a la política nos llena de tristeza», escribió en Twitter el director ejecutivo de El Diario de Hoy debido a que el arzobispo de Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, fue protagonista tanto de la presentación de una propuesta de ley que prohíbe la minería metálica en El Salvador como de la posterior marcha pacífica que terminó con la presentación de más de 30 mil firmas respaldando dicha propuesta. El empresario también hizo un llamado a la Iglesia católica a «no meterse en política y dedicarse a lo religioso, que es lo que le compete». En esa misma línea se han pronunciado otros ilustres personajes de la derecha nacional.
No se sabe si esas palabras las dijo Altamirano en calidad de católico, como dueño de un medio de comunicación o como miembro de la elite económica del país. En cualquiera de los casos, sus tuits reflejan que las posiciones ideologizadas y manipuladoras no tienen mucho que ver con la edad. Como católicos, hay que recordarle a Fabricio que en realidad nuestro arzobispo, así como monseñor Rosa Chávez (que también ha sido protagonista de este esfuerzo) y la Iglesia en su conjunto, no hacen sino ser fieles a la doctrina social de la Iglesia, que aborda, a la luz del Evangelio, las situaciones de injusticia provocadas por las grandes desigualdades económicas y sociales que se comenten en nombre del progreso.
También la Iglesia está siendo fiel a la encíclica Laudato si, de la cual el papa Francisco ha afirmado que no se trata de una encíclica «verde» únicamente, sino que «el problema ecológico y el problema del hambre y la pobreza de un tercio de la humanidad se deben a la insolidaridad de los Estados ricos y de las empresas ricas con la humanidad que padece pobreza». ¿Esto tiene que ver con la política? Ciertamente la respuesta es «no», no con el reduccionismo partidista con el que el señor Altamirano identifica la política. Pero por si lo duda, Francisco también ha afirmado que «la Iglesia está llamada a comprometerse. No cabe el adagio de la Ilustración, de que la Iglesia no deba meterse en política. La Iglesia debe meterse en la gran política.»
Estamos de acuerdo en la prescripción constitucional que separa claramente la Iglesia y el Estado. Pero algo diferente es la preocupación de la Iglesia por seguir los pasos de Jesucristo. Precisamente, el Estado laico reconoce en todas las personas el mismo derecho (y el deber) de proponer iniciativas de humanización de nuestra sociedad. Monseñor Escobar Alas, como ciudadano, ejerce ese derecho que le da la Constitución. ¿O acaso el ser jerarca de la Iglesia lo inhibe de hacer propuestas para el bien común? Otra cuestión distinta es el peso innegable y comprobado que sigue teniendo la Iglesia, que es lo que en realidad ha molestado a personajes como Altamirano. Muchos otros sacerdotes están luchando en contra de una industria que, está comprobado, es y será dañina para todos, incluso para el pequeño sector que la defiende. Lo que les ha molestado ahora es que la cabeza de la Iglesia sea la que abandere esta lucha, que recoge el clamor de la gran mayoría de la población en contra de la amenaza de la minería.
Como dueño de un medio de comunicación militante confeso de la derecha más dura y como defensor de los intereses de los grupos económicos más poderosos, es entendible que le entristezca lo que llama «el retorno a la política de la Iglesia». Porque él y su grupo prefieren una religión hecha a su medida, que no cuestione las injusticias, que se limite a hablar de cosas espirituales. En palabras de nuestro querido Rutilio Grande, cuyo martirio acabamos de conmemorar, prefieren «un Cristo mudo y sin boca para pasearlo en andas por las calles. Un Cristo con bozal en la boca. Un Cristo fabricado a nuestro propio antojo y según nuestros mezquinos intereses».
Cuando Altamirano protesta y dice que la Iglesia se está metiendo en política, no comprende que ella no está favoreciendo a tal o cual partido, sino que se está mostrando solidaria con quien más lo necesita. Por supuesto, a él y a su grupo les conviene más una religión y unos pastores que no cuestionen las injusticias, que aplaudan las iniciativas mediáticas de caridad sin que se humanicen los precios, los salarios y las condiciones de vida de la mayoría de la gente.
Queremos decirle a usted, monseñor, y a todos los que defienden causas nobles en este país que su compromiso causa gran alegría y que estamos seguros de que muchísima gente siente esperanza por su labor. Usted, monseñor, está siguiendo la tradición de monseñor Chávez, de monseñor Rivera y de monseñor Romero. La acusación de meterse en política es la misma que han lanzado contra el papa Francisco, es la misma que le hicieron a monseñor Romero. Y no podemos olvidar que a Jesús de Nazaret los poderosos de su época lo asesinaron por una acusación política.
Entristece la poca disposición al cambio de unas nuevas generaciones que profesan el mismo fanatismo ideológico que causó tanto dolor y daño durante la guerra civil. Todavía está presente en la mente de la población que ama a monseñor Romero la campaña de críticas hostiles en su contra por parte de El Diario de Hoy, dirigido ahora por quien llama a no meterse en política. El 11 de febrero de 1980 el medio acusó a monseñor Romero de ser «un arzobispo demagogo y violento». Poco después, el 23 de febrero, un mes antes del magnicidio, aconsejaba diciendo que «será conveniente que la Fuerza Armada empiece a aceitar sus fusiles». Ya suficiente mal se ha causado. El Diario de Hoy y quienes lo apoyan están llamados a rectificar el camino. Como lo ha expresado monseñor Escobar Alas, la lucha contra la minería es por la vida del pueblo, incluso de aquellos que adaptan la fe a su vida, porque les es demasiado difícil adecuar sus vidas al Evangelio de Jesús.
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* Vicerrector de Proyección Social, UCA, San Salvador