Hugo Ramírez*.- Hay historias que bien podrían servir para el guion de alguna película o documentarlo en algún escrito, en alguna crónica, porque, de lo contrario, se diluirá lentamente en la casi siempre frágil memoria de la gente. Es la historia de las Hermanas Misioneras Médicas; una congregación religiosa de origen estadounidense que a inicios de los años 70 se fue a vivir, a con-vivir, con los vecinos de la parte alta del Distrito de Miraflores, en los barrios nacientes de Edificadores Misti y Porvenir, en Arequipa-Perú. Por ese entonces, allí terminaba la ciudad, en las faldas del volcán y, es de imaginar que aquello era una extensa fila de casas muy precarias, sin agua, luz ni ningún otro servicio; similar a los nacientes pueblos de la Arequipa actual con la única diferencia que los habitantes de aquel tiempo eran familias de Puno, Cusco, Apurímac que, por oleadas llegaban a la ciudad, ilusionados con el espejismo de la vida mejor.
En ese tiempo de dictadura militar, de necesidades abundantes y carestías extremas las Hermanas Médicas iniciaron su labor pastoral. Diferente del pasado, no vinieron a clavar la cruz, regalar espejitos o imponer una evangelización al estilo del ¡Pare de sufrir! sino, a ser parte de la vida cotidiana de un pueblo mayoritariamente andino que, desde su pobreza material, pugnaban por labrar su futuro mejor. En sintonía con la corriente renovadora de la Iglesia Católica luego del Concilio Vaticano II se involucraron en todas las dimensiones del pueblo, trascendiendo lo estrictamente espiritual. En todo caso, la dimensión espiritual no era entendida como el acto único del rezo, sino el acompañar, en el día a día los sufrimientos, esperanzas y sueños de la población. Construir desde la opción por los pobres el Reino de Dios.
No era sorpresa ver entonces a las Hermanas Misioneras Médicas participando en las asambleas vecinales donde se planificaba hasta altas horas de la noche los pasos a seguir para obtener el agua potable, la luz eléctrica o participar de las marchas en el centro de la ciudad cuando las autoridades apenas hacían caso de sus necesidades y había que recurrir a la protesta como medida de presión.
Con el paso de los años y siempre en empatía con las necesidades de los pueblos jóvenes que poco a poco iban poblando la parte alta de Miraflores construyeron una red de pequeñas postas médicas para la atención de las personas con pocos recursos que no podían acceder al sistema público de salud, menos aún al privado.
Cumplieron también un rol protagónico en momentos duros de nuestra historia nacional cuando Alan García en su primer gobierno descalabró al país, el terrorismo parecía imponerse, Fujimori con su paquetazo del 90 y posteriores latrocinios profundizaron la crisis y la pobreza. En este contexto, la creación de una red de comedores populares ayudó a palear el hambre y la desnutrición, principalmente de los niños y niñas. Pero la comida fue el «pretexto» para fomentar el diálogo y la reflexión. Las madres de familia junto a sus esposos se reunían en los locales sociales de cada pueblo para analizar su realidad y buscar alternativas que ayuden a superar los problemas y construir un Perú digno y mejor. Aquello fue visto, incluso, con cierta suspicacia por alguna jerarquía eclesial de aquel entonces.
En los últimos 20 años, las Hermanas Misioneras Médicas hicieron una fuerte apuesta por la educación. A través de la cuna jardín Anna Dengel, nombre de su fundadora, se aseguraron de sembrar en los niños y niñas las primeras raíces de una educación con pensamiento crítico. Una educación que les ayude a pensar y no sólo memorizar como alguna vez le escuche decir a la Hermana Patricia Gootee. Luego se enfrascaron en el proyecto de la COFARI, la Comunidad Familiar y Rehabilitación Integral de niños y niñas con capacidades diferentes y de bajos recursos económicos. Le pusieron mucho cariño y dedicación hasta este momento en que decidieron partir.
Se van las Hermanas, las Sorellas como se dice en Italia y, el adiós duele porque se despiden las vecinas más queridas del barrio. Su partida cierra el ciclo más fecundo y fructífero que ha tenido la parte alta del distrito de Miraflores. Allí, junto a los curas Eloy y Justino que también partieron, se gestó deliberadamente un proyecto pastoral destinado a dignificar la vida de las personas, de los empobrecidos. Patricia, Cathy, Sara, Anneke, Birgit, Marisol, Minka, Sherly, y muchas hermanas más levantan los brazos y se van como llegaron, con una maleta ligera y la certidumbre que contribuyeron a que la vida sea mejor.
* Comunicador y radialista peruano; coordinador general en ALER, Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica.