Enrique Vega-Dávila (*).- En medio de la experiencia con jóvenes, cada vez más se me hace frecuente escuchar entre ellos y ellas que confiesan no poseer religión alguna, no creer en ninguna divinidad o que han abandonado su filiación religiosa y que, además, poseen fuertes críticas al mundo creyente, críticas relacionadas a temas morales, a libertades individuales, impunidad, manejos de poder, maltrato animal.
Podemos reaccionar con espanto y pasar por alto lo que dicen como también podemos escuchar su posición y aprender.
En los primero años del cristianismo fue muy importante el aporte de los apologetas. Apologética significa defensa, apología, pero, lejos de querer justificarse frente a otros cristianos y cristianas, los primeros apologetas querían presentar el cristianismo como algo viable en medio de una sociedad renuente a ellos y ellas.
Estos primeros defensores de la fe cristiana, como san Justino, dialogan con los escritos académicos de su tiempo y reconocen en el mundo una oportunidad de encontrar a Dios. Por supuesto, en ese tiempo de persecuciones, el cristianismo era una minoría y los escritores cristianos pensaron que la mejor defensa era decir en qué consistía el cristianismo con la mayor claridad posible y lo hicieron con los mismos recursos que ese mundo le ofrecía.
Hay una enseñanza importante por parte de estos padres de la Iglesia que no podemos perder de vista: el mundo no-cristiano no es para vencerlo o considerarlo enemigo, el mundo está ahí para dialogar. Este puede no comprendernos, puede ser agresivo, y de hecho Justino muere mártir, más el esfuerzo principal fue encontrar puentes, presentar un cristianismo que no era amenaza a las libertades ni al intelecto ni a la sociedad.
Es necesario tener esa misma actitud y reconocer las «semillas del Verbo», es decir la presencia de Dios en medio de las búsquedas de quienes no profesan lo mismo. No porque no confiesen lo mismo que nosotros y nosotras deben recibir descalificación, no porque no profesen la misma fe significa que no pueden aportarnos mucho, no porque vivan otra experiencia moral diferente a la nuestra deben recibir juicios y condenas desde nuestros credos.
Se hace cada vez más importante fomentar en diferentes temas, que el mundo creyente toma como bandera, que no solo no impongamos nuestras creencias (porque así se percibe) sino que escuchemos todas las voces existentes.
A partir de la experiencia de estos primeros padres de la Iglesia y tratando de ser fieles al proyecto del Reino, me parece importante considerar de otro modo al mundo no-creyente, estar atentos a los desafíos que nos plantean, no tratarlo como enemigo y tomar en serio los cuestionamientos realizados.
Esto, porque la sociedad no solo la conformamos los creyentes y así sean una minoría o no quienes no profesan alguna fe se les debe tener presentes ya que este mundo que es autónomo nos ayuda a madurar como nos lo decía el Concilio Vaticano II (GS nn. 36 y 43). Podemos construir una sociedad más justa pero no sólo entre cristianos y cristianas sino también con quienes no creen.
* Profesor de Teología en la PUCP
Iniciativa Eclesial 50° VAT II