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Por qué hicimos la opción por los pobres (Y ellos la hicieron por el neopentecostalismo)

Frei Betto*.- Hay quien dice que la Iglesia Católica optó por los pobres y los pobres optaron por las Iglesias evangélicas. Lo cual tiene cierta dosis de verdad si consideramos los índices que demuestran que en los últimos años hubo una disminución del número de católicos en el Brasil y un aumento de protestantes (adeptos a las Iglesias históricas) y de evangélicos (adeptos a las Iglesias pentecostales y neopentecostales).

En el censo del año 2000, el 73.6 % de la población estaba formado por católicos y sólo el 15.4 % por protestantes y evangélicos. En el censo del 2010 los católicos representaban el 64.6 % y los protestantes y evangélicos el 22.2 %. En diez años el número de protestantes y evangélicos aumentó el 61.45 %. Y hoy ellos son 42.3 millones. En 1970 eran 4.8 millones (5.2 % de la población). Se estima que cada año son abiertos en el Brasil 14 mil nuevos templos evangélicos.

Los evangélicos se dividen en Iglesias protestantes tradicionales o históricas (luterana, presbiteriana, bautista, anglicana, metodista, etc.); pentecostales (Asamblea de Dios, Presbiteriana Renovada, etc.); y neopentecostales (Universal del Reino de Dios, Internacional de la Gracia de Dios, etc.). La mayoría de los neopentecostales se ubican en la periferia de las ciudades y el 63.7 % ganan al mes como máximo un sueldo mínimo. De ahí el interés por la Teología de la Prosperidad, que propone una ética que transforma en valor religioso la ascensión social dentro de la movilidad urbana.

Pedagogías apostólicas

Mientras que la predicación católica se centra en lo dogmático (en lo que se debe creer), la neopentecostal está enfocada en el pragmatismo (el carácter utilitario de la fe para alcanzar beneficios, desde empleo hasta la cura de enfermedades). De ahí el lema adoptado por la principal Iglesia neopentecostal, la Universal del Reino de Dios («Pare de sufrir»). Es una predicación muy centrada en la autoayuda.

¿A qué se debe tal fenómeno? Hay varias hipótesis. Una de ellas es explicada por la coincidencia entre la urbanización brasileña, en la confluencia de los siglos 19 y 20, y la diseminación de las Iglesias evangélicas. El éxodo rural, la urbanización desordenada, la ruptura de los vínculos familiares tradicionales, el aumento de las periferias y la masificación de los medios de comunicación, son factores que están en el origen de la explosión evangélica.

Más recientemente hay que considerar los 34 años de los pontificados conservadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que inhibieron en la esfera católica a la Iglesia de los Pobres, a veces incluso severamente reprimida, así como su fundamento icónico, la Teología de la Liberación. Aunque nunca fueran condenados.

Católicos de las periferias urbanas y rurales que no se sentían acogidos en Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) y pastorales populares emigraron hacia los espacios evangélicos. Lo hicieron por dos razones básicas: el ansia de encontrar posibles soluciones a sus problemas crónicos (enfermedades, desempleo, carencia de identidad en los grandes centros metropolitanos…), y el malestar de ser llamados a frecuentar los templos católicos, predominantemente ocupados por la clase media, y donde reina el clericalismo.

Las Iglesias evangélicas adoptan un modelo pastoral calificado de «caníbal». Instaladas en antiguas salas de cine o en garajes, abren directamente a la calle su gran boca ávida de fieles… Para tales Iglesias el espacio físico religioso no exige necesariamente la construcción de templos. Cualquier sala o galera puede ser transformada en local de culto. Y muchos templos mantienen abiertas sus puertas las 24 horas del día, lo cual es impensable en lo tocante a los templos católicos. Y al llegar a algunos templos evangélicos en plena madrugada es posible que sea recibido por un obrero que dedica especial atención al fiel en potencia. En una parroquia católica no es fácil ser atendido por un sacerdote, especialmente en el período vespertino.

En los cultos evangélicos se da participación de los fieles. Se adopta una espiritualidad «personalizada», predestinadora, sin dimensión social. Lo que fascina es el Dios de misericordia que cura, consuela, perdona y ayuda a obtener empleo, da prosperidad y une a la familia. Un Dios que libera al fiel de los vicios, del adulterio, del pecado, en fin de las garras del diablo… Espiritualidad que penetra a fondo en el corazón y en el bolsillo del fiel… En ese mundo de perdición la Iglesia sobresale como una isla de salvación individual, en la que cada fiel se siente elegido del Señor. Y si demuestra vocación para la música, sea en el canto o en el dominio de un instrumento, el fiel es apreciado por la comunidad religiosa.

En la Iglesia Católica hay muchos obstáculos que dificultan la adhesión de los más pobres. Reina el clericalismo: casi todo está centrado en la figura patriarcal del sacerdote, y las mujeres participan como meras figurantes. No hay mujeres diaconisas ni sacerdotes, mucho menos revestidas del carácter episcopal.

Las liturgias católicas se ven asfixiadas por las rúbricas canónicas que impiden la improvisación, la danza, la participación de los fieles, los rituales de bendiciones y sanaciones. Nuestros fieles no pasan necesariamente por escuelas bíblicas ni tienen el hábito de leer y meditar las Sagradas Escrituras. Casi todo su acercamiento a la Biblia se reduce a las lecturas litúrgicas seguidas de sermones que raramente hacen la exégesis del texto, y cuando lo hacen no está al alcance cultural de los fieles.

Los templos y capillas católicos no cuentan con obreros o agentes pastorales que, a cualquier hora del día o de la noche, están dispuestos a atender a quien los busque y que estén dispuestos a atender al borracho, a la mujer agredida por su marido, al desempleado agarrado por la desesperación o al individuo sumergido en la angustia o la joven afligida por la gravidez inesperada e indeseada…

Y a veces utilizamos un lenguaje demasiado politizado o meramente moralista, sin que se corresponda con la sed de sacralidad del fiel, de mística, de sentirse acogido por la misericordia de Dios o por la Iglesia como familia o comunidad religiosa.

Conservadurismo

Desde que los evangélicos se instalaron en el Brasil, a fines del siglo 19, se caracterizaron por una postura conservadora, robustecida por la lectura fundamentalista de la Biblia y por el puritanismo. Basta con recordar el alineamiento de la mayoría de las Iglesias protestantes y evangélicas con la dictadura militar (1964-1985), aunque algunos de sus fieles figuren como mártires y confesores de la resistencia democrática, como es el caso de los hermanos Paulo y Jaime Wright y los pastores Jeter Ramalho y Anivaldo Padilha.

A pesar de que hoy día se den segmentos evangélicos abiertos al ecumenismo, a la Teología de la Liberación, lo que todavía predomina es el conservadurismo teológico y político. En estos comienzos del siglo 21 el blanco del fundamentalismo evangélico son las políticas de derechos humanos y de género.

Hay que destacar el avance de las Iglesias evangélicas en el uso de los medios de comunicación, creando figuras mediáticas de fuerte arrastre popular, como Silas Malafaia, R.R. Soares y Edir Macedo. La adquisición de la Red Record, TV abierta, en 1989, por la Iglesia Universal, causó un fuerte impacto en la formación de la opinión pública nacional. Y el mercado fonográfico «góspel» obtuvo la mayor recaudación de la industria musical brasileña, pues anduvo en torno a los US$ 200 millones por año.

La Iglesia Católica lidia con los medios sin la debida profesionalización, sobre todo en el campo de la imagen, como la TV e internet. El máximo de audiencia obtenida por los católicos se restringe al éxito de los sacerdotes cantores, como Marcelo Rossi, Fabio de Melo, Reginaldo Manzotti y otros.

Es necesario destacar también los segmentos evangélicos progresistas, como la Renas (Red Evangélica Nacional de Acción Social), creada en Rio de Janeiro en el 2006, y que congrega a fieles de las Iglesias Bautista, Asamblea de Dios, Anglicana y Luterana. Los miembros de la Renas son críticos del discurso y de la práctica de la bancada evangélica en el Congreso, son contrarios a la reducción de la mayoría de edad penal y se muestran favorables al diálogo con las religiones de origen africano, al debate sobre la discriminalización del aborto y a la unión civil y religiosa de parejas homosexuales (cf. O Globo 19.09.2015, p. 26).

Rumbo a la derecha

En octubre del 2013 una encuesta del DataFolha comprobó que la mayoría de los brasileños se identifica con los valores de la derecha. Este cuadro se hizo público cuando se preguntó acerca de cuestiones como la pena de muerte y el papel de los sindicatos. El 38 % de los encuestados fueron clasificados como de centroderecha, el 26 % de centroizquierda, el 22 % de centro, el 11 % de derecha y el 4 % de izquierda.

La tendencia a la derecha se ve reforzada por muchas Iglesias evangélicas indiferentes a la moral social y defensoras del libre mercado. Toman postura contra el aborto y el control de la natalidad; son favorables al tratamiento sicológico de los homosexuales, y consideran que la democracia es plenamente compatible con los parámetros del capitalismo. Apuestan por un Estado mínimo y, en nombre de la «salvación de la familia», la criminalización de los movimientos civiles pro derechos sociales.

Según el análisis de la teóloga protestante Magali do Nascimento Cunha, la bancada evangélica no creció tan significativamente como se alardeó en las elecciones del 2014. El discurso homofóbico en defensa de la familia y contra el comunismo no fueron suficiente como para atraer los votos que esperaban.

Según el DIAP (Departamento Intersindical de Asesoría Parlamentaria), el número de parlamentarios evangélicos en la Cámara de Diputados no sufrió alteración significativa en las elecciones del 2014. Se estimaba que llegaría a una bancada de 100 elegidos (un crecimiento del 30 %), teniendo en cuenta el aumento del 20 % alcanzado en elecciones anteriores. Pero sólo fueron elegidos 72 parlamentarios. En el 2010 habían salido elegidos 66 para el Congreso Nacional, entre diputados federales y senadores.

Marina Silva y el pastor Everaldo

Los evangélicos presentaron, en las elecciones del 2014, dos candidatos a presidente: Marina Silva y el pastor Everaldo, ambos de la Asamblea de Dios.

Marina Silva empezó a destacar a partir de la muerte inesperada de Eduardo Campos, candidato a presidente por el PSB, de quien era vice. Eso socavó la candidatura del pastor Everaldo, pues los evangélicos, aunque no fueran aliados de Marina Silva, se agruparon en torno a ella movidos por el antipetismo. Sin embargo ella tampoco alcanzó a llegar a la segunda vuelta, quedando en tercer lugar entre los candidatos. Comparando con la elección del 2010, cuando también concurrió al mismo cargo, hubo un aumento del 2 % en el número de votos que obtuvo: del 19 al 21 %. Presionada por líderes evangélicos, Marina cambió varias veces su discurso, lo que provocó pérdida de confianza en muchos de sus posibles electores.

El pastor Everaldo obtuvo poco más de 780 mil votos, quedando detrás de la candidata de la izquierda Luciana Genro (PSOL-RS), que obtuvo 1 millón 600 mil votos.

Lo que sorprendió a muchos fue el apoyo de Marina Silva, en la segunda vuelta, a la candidatura del oposicionista Aécio Neves (PSDB). El pragmatismo superó los principios.

La servidumbre voluntaria

La Boétie publicó, en 1576, el Discurso de la servidumbre voluntaria, texto en el que analiza ese extraño fenómeno que hace que ciertas personas abdiquen de su autonomía para pensar con cabeza ajena y actúen según lo mande su maestro.

Se da en todos los ámbitos, desde la mujer que se deja subyugar por el marido hasta el funcionario que nunca cuestiona las órdenes del jefe. Otro ejemplo lo tenemos en los criminales nazis y en los torturadores brasileños que fueron llevados ante los tribunales y que alegaban en su defensa el cínico argumento de «Cumplíamos órdenes».

Un día le pregunté a una señora a quién daría su voto para alcalde. «Al que Dios mande», respondió. Confieso que me espanté, con una punta de envidia. Siempre quise saber la voluntad de Dios en mis pasos por la vida. Tengo una fe sembrada de incertidumbres.

Desde luego sé que Dios es Padre (y Madre también, nos recordó el papa Juan Pablo I), pero no es paternalista. Como canta Gilberto Gil, me dio la regla y el compás y yo mismo trazo el camino. Eso se llama libre albedrío. Aquella señora, sin embargo, daba muestras de haber merecido tener un canal directo con Dios. Es más: un Dios partidario electoral en la enconada disputa de las elecciones municipales. «Señora, ¿y cómo sabrá usted quién es el candidato preferido de Dios?», le pregunté. A lo cual replicó cándidamente: «El pastor lo dirá. Él es la voz de Dios. ¡Dios mío!, reaccioné para conmigo. Confundir la función de sacerdote, obispo o papa con la voluntad de Dios es una de las más aberrantes artimañas para favorecer el fundamentalismo y promover la servidumbre voluntaria. ¡Vean lo que los terroristas islámicos hacen en nombre de Mahoma!

Lo más curioso es que ni los ateos se libran de eso. Basta con leer El hombre que amaba a los cachorros, de Leonardo Padura. En nombre de la Causa, encarnada en la voluntad incuestionable de Stalin, Ramón Mercader sacrificó su vida para asesinar a Trotski.

Por lo demás, casi todos los líderes, sean políticos, religiosos o empresariales, prefieren que sus subordinados abdiquen de la conciencia crítica. Y si tienen una opinión diferente, que traten de callarla. El pez muere por la boca…

De ahí el fenómeno degradante de la humillación voluntaria. Para no perder prestigio, mantener su función, o creerse bien vistos ante los ojos del jefe, muchos bajan la cabeza y enseñan el trasero… Cualquier crítica es tenida como desvío ideológico, herejía, conspiración o traición.

Vuelvo a la canción de Gil. En la esfera cristiana la regla es la Biblia y el compás la práctica de Jesús. Él actuó en defensa de los derechos de los pobres y excluidos. Denunció a los opresores y «despidió vacíos a los ricos». Hizo el reparto de los panes y los pescados y «sació de bienes a los hambrientos».

Todos los que se consideran sus discípulos y creen que él hacía siempre la voluntad de Dios, deberían por tanto actuar como él, incluso al votar. Los criterios evangélicos son obvios para quien tiene ojos para ver y oídos para oír. El resto es demagogia e intento de perpetuar la servidumbre estructural de aquellos que, fuera del mercado, no merecen dignidad ni salvación.

Papel de los medios

Todo este proceso cuenta con la complicidad de los grandes medios, históricamente alineados a los valores y políticas conservadoras. En cierto modo los programas de radio y TV monitoreados por pastores evangélicos fortalecen la legitimación del statu quo, razón por la cual son apoyados por los dueños del capital. A éstos no les interesa la agenda de los movimientos sociales ni la ampliación de las conquistas en pro de los derechos humanos.

Esta apuesta de un pastor evangélico en FaceBook refleja bien el espíritu de cruzada de ciertas Iglesias. «Debemos unirnos cada vez más; ya somos millones los evangélicos en el Brasil, además de los simpatizantes. Tenemos fuerza, y está claro que nuestra fuerza viene de Dios. Necesitamos movilizarnos contra las fuerzas de las tinieblas, que quieren desvirtuar las buenas costumbres y la moral y, principalmente, que quieren afectar a la honorabilidad de la familia. Si mi pueblo, que me llama por mi nombre, se humillara y orara, no hay diablo que le resista».

El huevo de la serpiente

En resumen: es preocupante la confesionalización de la política. En la elección de Dilma el tema religioso fue más relevante que los programas de gobierno. En la de alcalde para la capital paulista, en el 2012, chocaron obispos y pastores, y el padre Marcelo Rossi se convirtió en icono político. En Rio de Janeiro el candidato Crivella vio denunciado su pasado fundamentalista con base en sus propios escritos, donde demoniza al catolicismo y las religiones de origen africano.

La modernidad separó al Estado de la Iglesia. Ahora el Estado es laico. Por tanto no puede ser dirigido por una determinada creencia religiosa. Todas tienen derecho a difundir su mensaje y a promover manifestaciones públicas, siempre que sean respetados los no creyentes y los que piensan diferente.

Se esperaba que nombres de proyección nacional, como el diputado Marco Feliciano (PSC-SP), actualmente acusado de estupro, recibiesen al menos 1 millón de votos. Uno de sus más fuertes atractivos electorales, el pastor Silas Malafaia, de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, llegó a declarar: «Si Feliciano tuviera menos de 400 mil votos en la próxima contienda, me cambiaría de nombre». E ironizó sobre la reacción de los movimientos sociales cuando Feliciano ocupó la presidencia de la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara: «Quiero agradecer al movimiento gay. Cuanto más tiempo pierdan con Feliciano mayor será la bancada evangélica en el 2014». Malafaia debiera cumplir su promesa: Feliciano tuvo, en la elección del 2014, 398.087 votos.

El PSC estaba tan persuadido del éxito electoral de sus candidatos que lanzó al pastor Everaldo de candidato a presidente de la República.

El Estado debe estar al servicio de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, sin dejarse manipular por esta Iglesia o aquella denominación religiosa.

El pasado del Occidente comprueba que el mezclar poder religioso y poder político es reforzar el fundamentalismo y, en sus aguas revueltas, el prejuicio, la discriminación e incluso la exclusión (Inquisición, «herejías», etc.). Todavía hoy en el Oriente Medio el traslape de doctrina religiosa en ciertos países produce políticas oscurantistas.

Temo que también en el Brasil esté siendo golpeado el huevo de la serpiente. Ciertas denominaciones religiosas están inscribiendo a sus pastores para cargos electivos; se constituyen bancadas religiosas en ámbitos legislativos; se moviliza a los fieles según el diapasón de la lucha del bien contra el mal; algunas Iglesias se identifican con ciertos partidos; y amplios espacios de los medios son ocupados por proselitismo religioso.

¿No se estará gestando algo peligroso? Ya no importa la lucha de clases ni sus contornos ideológicos. Ya no importa la fidelidad al programa del partido. Importa la creencia, la fidelidad a una determinada doctrina o líderes religiosos, a la «servidumbre voluntaria», a una fe que moviliza corazones y mentes.

¿Qué sería de un Brasil cuyo Congreso Nacional fuera dominado por legisladores que aprobaran leyes no en beneficio del conjunto de la población sino para encuadrar a todos bajo la égida de una doctrina confesional, tengan o no tengan fe en esa doctrina?

Sabemos que ninguna ley puede forzar a un ciudadano a abrazar tal principio religioso. Pero la ley puede obligarlo a someterse a un procedimiento que contraría la razón y la ciencia, y sólo tiene sentido a la luz de un principio religioso, como prohibir la transfusión de sangre o el uso del preservativo.

No nos engañemos: la historia no sigue un movimiento lineal. A veces retrocede. Y lo que fue será, si no logramos que predomine el concepto de que el «amor» -que no conoce barreras y «todo lo tolera», como dice el apóstol Pablo- debe prevalecer siempre sobre la fe.

Si nosotros, los católicos, pretendemos atraer a los pobres a nuestros templos y comunidades sólo nos queda un camino: evitar cualquier combate con las iglesias evangélicas, como estigmatizarlas con el apelativo de «sectas»; dialogar ecuménicamente con sus fieles y sus pastores; recrear espacios pastorales en los que los pobres se sientan como en casa, como era antes en nuestras CEBs y en la pastoral obrera; adaptar la liturgia católica a los paradigmas culturales populares; y sobre todo en nombre de la fe en Jesús colocarnos al servicio de la erradicación de la pobreza y de sus causas.

* Frei Betto es escritor, autor de «Un hombre llamado Jesús», entre otros libros.

www.freibetto.org/ twitter:@freibetto.