Glafira Jiménez*.- La insistencia de visibilizar la dimensión social de la fe en el anuncio de la Buena Noticia ha sido una constante desde la predicación de Jesús hasta nuestros días. La Iglesia ha sentido y siente el impulso y el compromiso de pronunciarse, en palabras y obras, sobre los problemas sociales de nuestro tiempo y asume la responsabilidad de colaborar activamente en la construcción de un proyecto social que transforme las situaciones de muerte e injusticia en posibilidades y condiciones de vida, una vida en abundancia (cf. Juan 10, 10).
Esta milenaria práctica ha ido conformando lo que conocemos como Doctrina Social de la Iglesia. En la actualidad, Francisco recoge esta tradición y la actualiza: «una auténtica fe, no debe quedarse al margen en la lucha por la justicia» (Evangelii Gaudium, 183); estamos invitados a promover un «programa social que refleje un proyecto de fraternidad y justicia» (Discurso Movimientos Populares).
Ante el actual desafío de las Elecciones, y en continuidad con la tradición de la Iglesia, la Conferencia Episcopal Peruana (12 febrero, Archivo de Prensa, Informativo Nº 893), instancia de máxima autoridad eclesiástica, nos recuerda que «La pregunta clave en este momento es qué sociedad queremos construir para que los hombres y mujeres, los jóvenes y niños puedan crecer y vivir en paz y con igualdad de oportunidades, sintiéndose seguros y respetados en su dignidad, sin discriminaciones, y habiendo desterrado los persistentes índices de pobreza, informalidad y desigualdad educativa que frenan nuestro desarrollo».
En el mismo comunicado, los obispos hacen un «llamado a los cristianos a participar en la acción política desde una actitud de servicio al bien común», instándonos a no permitir «que la actividad política sea capturada por quienes solo se preocupan por sus propios intereses o los de su facción» porque, han afirmado: «Los pastores del Perú deseamos sumarnos a la construcción de un país más justo y equitativo, en el que todos podamos vivir con dignidad y en paz».
Este tiempo de elecciones levanta, entre otras, dos preguntas íntimamente relacionadas: una pregunta por la calidad de nuestros candidatos -lamentación tardía- y, no menos importante, una pregunta por la calidad de nuestro ser ciudadanos/as, la pregunta por el grado de nuestra responsabilidad política, por nuestra acción política –para lo que todavía estamos a tiempo-.
¿Qué acción política para este tiempo concreto? Nuestro voto el 10 de abril es lo más inmediato pero no lo único. También se espera de nosotros/as una acción a mediano y largo plazo. El ejercicio democrático transciende el acto electoral. Para quienes nos identificamos con las palabras de Francisco, cuando afirmamos que queremos «más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres» (Evangelii Gaudium, 205), también nos estamos comprometiendo a practicar una ciudadanía activa, vigilante de las autoridades que elegimos, corresponsable y solidaria, sobre todo, con los miembros más frágiles de la sociedad.
Que así sea.
* Teóloga. Instituto Bartolomé de Las Casas