Isabel Berganza Setién* (EVARED) – Aun me acuerdo cuando hace casi diez años pisé por primera vez suelo peruano, expectante frente a todo lo nuevo que estaba por conocer. En el camino del aeropuerto a la casa donde iba a vivir, todo me sorprendía: las casas a medio hacer, los olores, los colores, los ruidos, el tráfico, los buses. Poco a poco, con el trascurrir de los días y de los años, fui adentrándome en temas más profundos de esta sociedad y desde entonces no he dejado de sorprenderme.
Me asombra de este país la capacidad que tiene su gente de luchar frente a las adversidades con una actitud positiva, intentando aprender de ellas. Tantas familias que he conocido en el Callao que pasan inmensas dificultades para llegar a fin de mes, un colegio público que proporciona educación con muchas carencias a sus hijos, hermanos mayores que deben cuidar de los menores ante la ausencia de los papás y mamás y, sin embargo, esas familias no se dan por vencidas, continúan soñando con un mañana mejor. Se levantan cada día y luchan por superarse, por un futuro para sus hijos.
También me sorprende el hecho que, al acudir a muchas instituciones públicas, la ciudadanía tenga que «reclamar y exigir» el reconocimiento de sus derechos. Tanta gente tratada de manera muy deficiente por el sistema de salud o por el personal del poder judicial. Servidores públicos que deben estar al servicio de la ciudadanía y, sin embargo, terminan ejerciendo su espacio de poder, exigiendo trámites que no son necesarios, cargando a la espalda de los usuarios deficiencias de las propias instituciones. Personas que luchan y luchan paciente e incansablemente para que se les reconozca lo que es suyo.
Pero también me sorprende la inmensa capacidad de solidaridad que tienen las personas cuando ocurren hechos repentinos que exigen la colaboración de todos: cómo una vecindad, o los compañeros de trabajo, son capaces de unirse y realizar actividades para recaudar fondos cuando una persona tiene, por ejemplo, problemas de salud y tiene que costearse la atención. Todo el mundo colabora con aquello que puede o sabe.
Me maravilla este país tan diverso, con tantas maneras de vivir, sentir y soñar, que tiene ciudadanos y ciudadanas de tan diferentes culturas y lenguas. Con tantos paisajes diferentes, donde puedes observar desde el desierto hasta la más frondosa selva, donde una no se cansa ni termina de conocer lugares y culturas.
Pero a la vez me sorprende el racismo que existe, que se percibe en la publicidad, en el trato a las personas, en el menosprecio que se observa ante el uso de otra lengua que no sea el español. Que se manifiesta contra toda aquella persona que es diferente, ya sea por su orientación sexual, por el color de su piel o por tener alguna discapacidad.
Y espero, en los años venideros, no perder esta capacidad de sorpresa que me permite adentrarme en lo profundo de esta sociedad, que tiene sus contradicciones, sus luchas y solidaridades cotidianas. Este país que tanto enseña y regala.
* Abogada y Socióloga
Artículo de la Periferia es el centro, compartido por el diario La República.