Frei Betto*.- Este año la Orden Dominicana cumple 800 años de su fundación. En América Latina la teología producida por los frailes dominicos tiene como punto de partida los valores evangélicos y la realidad marcada por la pobreza y la opresión.
La teología se hace desde la fe de las comunidades cristianas, y aquí la mayoría está integrada por víctimas de las injusticias sociales. Por eso se habla de Teología de la Liberación (TdL), fruto de una praxis liberadora de cristianos comprometidos con los valores del Reino de Dios, contrarios a todo lo que significa «reino del César».
Una teología dominicana a partir de nuestro contexto tiene en cuenta que todos nosotros, cristianos, somos discípulos de un prisionero político. Jesús no murió enfermo en la cama. Como tantos mártires latinoamericanos, fue apresado, torturado, juzgado por dos poderes políticos y condenado a la muerte en cruz. En una realidad de injusticias y desigualdades como la nuestra, la «persecución por causa de la justicia» se evidencia como bienaventuranza, pues señala de qué lado se sitúan los discípulos de Jesús en el conflicto social.
Uno de los retos que se le plantean a la familia dominicana en América latina es el de tener la fe de Jesús y no sólo la fe en Jesús. La fe de Jesús se centró en la fidelidad al proyecto del Reino de Dios, que es asegurar «que todos tengan vida y vida abundante» (Juan 10,10), cuyos protagonistas son, sobre todo, los pobres y excluidos, con quienes Jesús se identificó (Mateo 25,31-46), como tanto insiste el papa Francisco.
Una teología dominicana desde América Latina debe servir de instrumento y luz para fortalecer nuestra predicación y nuestro testimonio evangélico, de acuerdo a los tres compromisos que definen nuestra vocación y nuestro carisma: 1) luchar por la justicia y por una sociedad en la que se compartan los bienes de la tierra y los frutos del trabajo humano (pobreza); 2) fidelidad al carisma de santo Domingo (obediencia); 3) gratuidad en la entrega amorosa y solidaria de nuestras vidas a todos y en especial a los que carecen de condiciones de vida dignas (castidad).
Nuestra teología no tendrá credibilidad si no refleja los testimonios nuestros hermanos que nos precedieron en la misión evangelizadora de América Latina, asumiendo evangélicamente la defensa de los derechos y la dignidad de indígenas, esclavos, jornaleros, obreros y excluidos, como Antonio de Montesinos, Antonio de Valdivieso, Bartolomé de las Casas, Pedro de Córdoba, Rosa de Lima, Martín de Porres, fray Tito de Alencar Lima y tantos que sellaron con su sangre y espíritu evangélico la historia de nuestro continente.
Es en esa fidelidad a Jesús como camino, verdad y vida como los frailes dominicos se insertaron en el Brasil a partir del siglo 19. Primero centraron su misión apostólica allí donde había menos vida, debido al constante genocidio y a la falta de una política que los protegiese, es decir entre los pueblos indígenas.
Más tarde, a mediados del siglo 20, el apostolado dominicano priorizó el medio estudiantil, a través de los movimientos de la Acción Católica (JEC y JUC). Si la paz vendrá como fruto de la justicia, urgía calar en las nuevas generaciones que, desprovistas de bienes patrimoniales y de responsabilidades familiares, serían capaces de comprometerse en el proyecto de implantación de la justicia.
La óptica de la teología del pecado se desplazó desde lo personal a lo social. El método adoptado -ver, juzgar, actuar- encajaba perfectamente en el carisma dominicano: ajustarse a la realidad, evaluarla a la luz de la Palabra de Dios, actuar para transformarla, de modo que se derribase el mundo de injusticia, desigualdad y opresión, para edificar el de la justicia, capaz de engendrar las condiciones para el florecimiento de la paz.
Con la dictadura militar y el agravamiento de las condiciones sociales del pueblo brasileño, añadidos a la renovación de la Iglesia Católica motivada por el concilio Vaticano 2, los dominicos asumieron, como prioridad misionera, la defensa de los derechos de los más pobres y la conquista de la libertad democrática.
Por lo mismo, algunos frailes de la Orden se comprometieron en la resistencia directa a la dictadura, por lo cual padecieron largos años de cárcel, y otros se insertaron en el medio popular, en la línea de la «opción por los pobres», con la finalidad de hacer de las clases populares las protagonistas en la implantación del derecho a la justicia y de las condiciones de paz.
Por eso en el Brasil la Comisión Dominicana de Justicia y Paz se convirtió en una expresión «sacramental» de las prioridades definidas por la Orden, por las congregaciones femeninas, y del compromiso de frailes, religiosas y laicos dominicos con los movimientos populares comprometidos con la búsqueda de «otros mundos posibles».
Frei Betto es escritor, autor de «Hambre de Dios», entre otros libros.
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