Frei Betto*.- La Conferencia sobre el Clima, realizada en París a fines del 2015 -opacada por los atentados terroristas de las semanas anteriores-, no abordó suficientemente muchos temas. Hubo un encuentro previo en Bolivia, en la que estuvo el secretario general de la ONU; en ella se propuso promulgar una Declaración Universal de Defensa de la Naturaleza. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, comparada con la de la Revolución Francesa, representó un gran avance, pero, vista desde hoy, después de más de 60 años, necesita ser mejorada.
La declaración dice, por ejemplo, que todos los seres humanos nacen con dignidad. Pero no exige que se aseguren las condiciones para vivir con dignidad. Y no señala, como la Declaración de Independencia de los EE.UU., que todos tienen derecho a la felicidad.
En Bután, un pequeño país del sur de Asia, el rey substituyó el Producto Interno Bruto por la Felicidad Interna Bruta, de modo que ahora el criterio de valoración de las condiciones del país ya no es el consumismo occidental sino el de la felicidad de ese pueblo campesino.
La Declaración Universal no habla de los derechos planetarios. Y ya ha comenzado la carrera. Cada día aparece en el noticiero la avidez cósmica. Primero por la luna. Hasta que descubrieron que ésta no da apenas ganancias. Ahora es Marte, Saturno, Plutón. Se gasta una cantidad absurda en la colonización planetaria, dinero con el que se resolvería el problema económico de innumerables naciones.
La ONG británica Oxfam denunció en Davos que el patrimonio de las 85 personas más ricas del mundo equivale a lo que posee la mitad de la población mundial. O sea, en enero del 2014, 3.500 millones de las personas más pobres estaban en un plato de la balanza y las 85 más ricas en el otro plato de la misma balanza.
El francés Thomas Pikerty, autor de El capital en el siglo XXI, y que no tiene nada de izquierdista, afirma que la pirámide de la desigualdad crecerá aceleradamente en tanto el capital siga predominando sobre los derechos humanos.
Incluso el mismo sistema lleva ese nombre: capitalista. Ése es el drama de las instituciones de formación de la ciudadanía, como sindicatos, Iglesia, familia y escuela. Ellas quieren formar ciudadanos, pero el sistema quiere formar consumidores.
Es el mismo conflicto que todo educador vive en su propia familia. Es una lucha desigual. Él tiene valores, principios, ética, pero su hijo está expuesto a unos medios avasalladores, confirmando el principio del viejo Marx: la manera de pensar de una sociedad tiende a ser como la manera de pensar de la clase dominante en dicha sociedad. Lo cual es irrefutable. Quien domina tiene en sus manos los medios de comunicación.
El sistema de radio y televisión brasileño (no la prensa escrita) tiene dueño: la Unión. En otras palabras, todos nosotros, los contribuyentes brasileños. Y el gobierno, en nuestro nombre, establece una concesión: concede el derecho de uso a un determinado grupo empresarial. Según la Constitución, esas concesiones debieran ser evaluadas y renovadas periódicamente, pero eso nunca se da.
Cuando trabajé en Planalto -sede del gobierno, en Brasilia-, en 2003-2004 (cuento esta historia en el libro Calendario del Poder), yo les preguntaba al presidente y a los ministros: ¿no es el gobierno el dueño del sistema rediotelevisivo del Brasil? ¿Por qué entonces les paga a las emisoras de TV para hacer propaganda del Ministerio de Salud, del de Educación, del Banco del Brasil…? No hubo respuesta.
En época de elecciones escuchamos: «Ahora comienza el horario electoral gratuito». Mentira, no es gratuito.Va incluido en el Impuesto sobre la Renta. Hay un cálculo de cuánto está perdiendo el canal en ese horario «cedido» a los partidos y candidatos, y eso va incluido en el Impuesto sobre la Renta.
En noviembre, ante los atentados en París, decíamos: «Todos somos franceses». Está bien. Pero ¿quién, unos días antes, ante el avión ruso derribado en Egipto, gritó: «Todos somos rusos»? Que unos rusos murieran en el Sinaí, víctimas de un atentado terrorista, no tenía la menor importancia para nosotros, occidentales.
Por eso tratamos de disfrazar la globocolonización bajo el manto virtual de la globalización.
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* Frei Betto es periodista y escritor; autor de la novela «Minas del Oro», entre otros libros.
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