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11 febrero 2022

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Evangelio Dominical: Bienaventuranzas

Evangelio Dominical: Bienaventuranzas

Comentario dialogado sobre el Evangelio que se proclama en el sexto domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C, correspondiente al domingo 13 de febrero de 2022.  La lectura es tomada del Evangelio según San Lucas 6, 17. 20-26.

 

“El Espíritu Santo les enseñará todo”

 

Si preguntas en un grupo “¿quién quiere ser pobre y pasar hambre?” ninguno levantará la mano. Pero si preguntas “¿quién quiere ser rico y comer bien?”, verás la cantidad de manos levantadas. En cambio, en el sermón del llano Jesús declaró ‘Bienaventurados’ a los pobres, y lanzó cuatro lamentaciones contra los ricos. Explíqueme, ¿qué quiere Jesús?

 

Primero escuchemos las cuatro Bienaventuranzas y las cuatro Lamentaciones:

 

«Bienaventurados ustedes los pobres, porque suyo es el Reino de Dios.

 

Bienaventurados los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados.

 

Bienaventurados los que ahora lloran, porque reirán.

 

Bienaventurados ustedes cuando les odien los hombres, y les excluyan, y les insulten, y proscriban su nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre…

 

Pero, ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo.

 

¡Ay de ustedes los que estén saciados!, porque tendrán hambre.

 

¡Ay de ustedes los que ahora ríen!, porque harán duelo y llorarán.

 

¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que hacían sus padres con los falsos profetas».

 

¿Por qué se lamenta Jesús de los ricos?

 

Dios ama a todos, a ricos y pobres, pero de distinta manera. A los ricos en su amor les advierte que las riquezas y la codicia de las riquezas traen consigo la injusticia, el egoísmo, la explotación y el olvido de Dios y de los demás.

 

Se le puede preguntar a un rico: ¿Cómo conseguiste la riqueza? ¿La heredaste? ¿Y cómo la consiguieron tus antepasados? Muchas veces el rico usa métodos impropios para obtener su riqueza. Y se aprovecha de la gente más débil.

 

La avaricia es el gusano que anida dentro de nosotros y nos puede echar a perder.

 

Por eso Jesús le dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dalo a los pobres…”

 

Pero la riqueza le da a uno seguridad…

 

Quizá demasiada. La primera lectura de hoy es de Jeremías (17,5-8). Dice que los ricos confían en sí mismos, en su dinero, en su poder. Así es. No dependen de nadie.

 

Pero por eso Jesús les dice que ellos ya han recibido su consolación (v. 24): “Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos” (25).

 

En cambio, el pobre tiende a apoyarse más en Dios, porque no puede apoyarse en su riqueza que no tiene, ni se puede apoyar en los demás que no le dan nada, pues son tan pobres como ellos. Dios es su roca firme.

 

Por eso Jesús prefiere a los pobres, a los necesitados.

 

Dios no quiere que haya pobreza ni miseria. Pero tampoco quiere el afán desmedido de la riqueza, ni es partidario de que acumulemos y disfrutemos de la riqueza, habiendo tantos necesitados a nuestro alrededor. Es necesaria cierta austeridad de vida, y que no haya las diferencias tan grandes entre pobres y ricos. Se necesita más solidaridad y ayuda mutua.

 

Sin embargo, conocemos ricos que viven vidas de fe y pobres que no practican su fe. Así es. También hay ricos que son generosos y pobres que no lo son.

 

¿Quiénes son los pobres?

 

Jesús no dijo: “Bienaventurados los mendigos, los indigentes, los que llevan una vida miserable, los que duermen en la calle…”

 

Jesús se dirige a los que le seguían y escuchaban, a sus Apóstoles y discípulos, que eran pescadores, vivían de su trabajo. A esos pobres se dirigía Él.

 

Y eligió a sus primeros cooperadores entre pobres pescadores. Los pobres son los que contribuyen de un modo indispensable a construir el Reino.

 

Y hoy día muchos hombres y mujeres hacen voto de pobreza para huir del deseo de riqueza, y estar más libres para proclamar el mensaje de Jesús.

 

Y hay pobres que sufren necesidad.

 

¿Es que Dios ama más a los pobres?

 

Jesús tiene un amor preferencial por los pobres, se identifica con ellos. Dijo en la Parábola del Juicio Final: “Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer… Siempre que lo hicieron con uno de estos pequeños, conmigo lo hicieron”.

 

Pero los oprimidos tienen  también sus defectos. Muchas veces están paralizados por el miedo, la división, la falta de colaboración mutua, la codicia de las ventajas que les ofrece el opresor, la mala organización, la falta de previsión, la falta de ahorro y disciplina, el no priorizar sus gastos según sus necesidades, el no tener más iniciativa, el no luchar por la justicia sin violencia, en no tratar de adquirir más estudio y conocimiento…

 

Por eso es que sólo se liberarán cuando su confianza en Dios sea muy grande, y sean capaces de amarse y aceptarse unos a otros y de aceptar el camino de la reconciliación en la justicia.

 

Pero esto es todo lo contrario de lo que quiere la gente

 

Así es. Las bienaventuranzas representan un vuelco contracultural: hombres nuevos en una sociedad nueva. El reino de este mundo y el reino de Dios son muy diferentes y a veces son diametralmente opuestos. Hay una inversión de fortunas. El rico Epulón se fue al infierno, y el pobre Lázaro al cielo. (Lc 16: 19-31). La Virgen lo anunció también en el Magnificat (1,51-53).

 

¿Qué es más importante: cambiar nuestra vida o reformar la sociedad?

 

Las dos cosas. Pero Jesús va a lo esencial. La raíz del mal está dentro de nosotros mismos. Nosotros somos los que constituimos la sociedad.

 

<Un periódico hizo esta pregunta a sus lectores: «¿Cuál es la causa de que haya tanto mal en el mundo?» Hubo miles de respuestas. G. K. Chesterton contestó: «Soy yo».>

 

Es cierto que las estructuras nos deforman y a veces no nos dejan vivir; pero ninguna revolución, por mucho que prometa, puede establecer una sociedad menos opresora, sin el amor, el desprendimiento y la libertad, que nos enseña Jesús.

 

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José Martínez de Toda, S.J. (martodaj@gmail.com)